Un tema muy interesante es el de las mujeres durante el periodo de la Revolución Mexicana (1910-1920) que sigue siendo un tema poco abordado. Hoy les contaré sobre ellas, tomando como referencia el trabajo de investigación realizado por Martha Eva Rocha Islas, historiadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) quien se ha dedicado a estudiar buena parte de los 432 expedientes de las partícipes en el movimiento armado, sacándolas de la sombra a través de los expedientes y vivencias de las mujeres que participaron en el movimiento mexicano. No debemos centrarnos únicamente en el clásico escenario de la etapa de guerra, si no que se puede analizar mucho más a fondo como fue la lucha de las mujeres por sus derechos, o el feminismo en la Revolución Mexicana.
Escrito por: Mónica Muñoz
Para el imaginario colectivo mexicano, al pensar sobre el tema, sigue vigente la idea de las heroínas y soldaderas, exaltado a través de diversas manifestaciones culturales.
Fueron ese grupo de mujeres letradas pertenecientes en su mayoría a la clase media urbana. Profesoras o estudiantes normalistas, periodistas y escritoras. Recordemos que desde el Porfiriato se buscó encausar al país a su modernización y el progreso. De este modo la educación de niñas y niños recibió un gran apoyo y con el tiempo se fundaron escuelas normales de profesoras y escuelas técnicas de artes y oficios en la ciudad de México y en el interior del país.
Así, aunque fueran carreras cortas, ellas se encargaron de impartir clases permitiéndoles integrarse a la vida laboral. Por mencionar dos escuelas de prestigio para esa época: La escuela Miguel Lerdo de Tejada para el desempeño secretarial, y la de arte industrial Corregidora de Querétaro, fundada en 1910 como parte de los festejos del Centenario de la Independencia.
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En realidad, desde principios del siglo XX las mujeres empezaron a participar en los círculos de oposición y escribieron en la prensa denunciando los excesos cometidos por la dictadura porfirista en contra de los trabajadores. Tal fue el caso de Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Dolores Jiménez y Muro, Sara Estela Ramírez, Elisa Acuña Rosseti, entre muchas otras más, que padecieron cateos, detenciones y encarcelamientos. Después del fraude electoral del 26 de junio de 1910, comenzó una nueva etapa de propaganda organizada a través de clubes políticos y juntas revolucionarias.
Algunas mujeres se incorporaron a los clubes que se iban formando, y al igual dirigieron clubes políticos femeniles. Por ejemplo, el primero que se formó fue el de Josefa Ortiz de Domínguez, en 1909 en la ciudad de Puebla; estaba ligado al club Luz y Progreso dirigido por Aquiles Serdán, del que también era delegada e importante dirigente su hermana. El club Ortiz de Domínguez estuvo presidido por la obrera Petra Leyva, con la finalidad de que las obreras hicieran propaganda en sus centros de trabajo. Otro importante club femenil que se formó entre 1911 y 1912 fue el de Gertrudis Bocanegra, dirigido por María de los Ángeles Méndez, en la ciudad de México. De esta manera hubo varios clubes, en los que se asistía a juntas y a mítines, pero su principal función durante el maderismo era organizar la campaña antirreeleccionista de oposición a Díaz, y allí es donde se coordinaban las tareas de propaganda, conferencias y reuniones clandestinas.
Después del asesinato del presidente Madero, Venustiano Carranza proclamó el Plan de Guadalupe, el 26 de marzo de 1913, haciendo un llamado a la población a tomar las armas y combatir la usurpación de Victoriano Huerta. La participación y compromiso por parte de las mujeres propagandistas adquirió más relevancia. Inclusive desarrollándose un trabajo articulado entre las propagandistas, quienes no sólo distribuían materiales impresos en sus recorridos, como planes, programas, periódicos, circulares, hojas volantes y decretos, sino que eran voceras e impartían conferencias y dirigían arengas políticas a la población civil. La prensa sirvió como gran medio de difusión. Aquí destaca la participación Manuela de la Garza exaltando el alma de la mujer “abnegada y patriota que dejando el hogar se lanza para auxiliar a los soldados que agonizan”.
Otro fascinante tema poco estudiado. Muy pocas fueron las que se incorporaron a las brigadas sanitarias del ejército como enfermeras militares. Se establecieron de acuerdo con dos categorías:1) enfermeras de primera que eran las tituladas, y 2) las de segunda eran las no tituladas, recibiendo por sus servicios cuatro y tres pesos diarios, respectivamente; el grado más alto que ostentaron en la jerarquía militar fue el de teniente, y los médicos, coronel y mayor. Cada brigada de combate era acompañada de una brigada sanitaria. Sin embargo, durante la guerra de la Revolución Mexicana el servicio fue insuficiente y las organizaciones de beneficencia ofrecieron el apoyo para el auxilio de los heridos, soldados enfermos, y población civil.
Para atender a los heridos maderistas se fundó fue la Cruz Blanca Neutral, creada el 5 de mayo de 1911 y presidida por la enfermera Elena Arizmendi Mejía. Mientras que la Cruz Roja Mexicana, constituida el 21 de febrero de 1910 por decreto presidencial fue presidida por la señora Luz González de Cosío Acosta de López. En marzo de 1913 surgió la Cruz Blanca Constitucionalista, presidida por la profesora Leonor Villegas de Magnón, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, quien dejó escritas sus “memorias noveladas” en los años veinte dejando constancia de la participación femenina.
El ejército villista contó también con un servicio de sanidad llamado Brigada Sanitaria de la División del Norte (BSDN), la cual se formó en 1914 para dar atención a los heridos de las batallas de Torreón y Zacatecas. En sí, todos estos servicios ante la escasez, conseguían recursos de donde pudieran.
Las soldaderas, fueron esas mujeres que trasladaron la domesticidad de sus hogares a los campamentos de guerra de la Revolución Mexicana, cumpliendo el servicio de intendencia que, pese a que correspondía al ejército, fue realizado por el conjunto anónimo de mujeres que acompañaron a sus hombres de tropa (alimentación, lavado de ropa y cuidado de los soldados). Elena Poniatowska así las describe: “Con sus enaguas de percal, sus blusas blancas, sus caritas lavadas, su mirada baja, para que no se les vea la vergüenza en los ojos, su candor, sus actitudes modestas, sus manos morenas deteniendo la bolsa del mandado o aprestándose para entregarle el máuser al compañero, no parecen las fieras malhabladas y vulgares que pintan los autores de la Revolución Mexicana”.
Pero también estuvieron las mujeres que tomaron las armas como soldados. El corrido de la güera Amelia Robles es ilustrativo respecto a las mujeres soldados. Ellas fueron rebeldes tanto a las políticas del régimen, y rebeldes a la adscripción de género. La historiadora Martha Eva Rocha, explica que del conjunto de expedientes localizados, 22 casos se refieren a mujeres con nombre y apellido que tomaron las armas, y ostentaron grados militares por méritos en campaña: cuatro maderistas, siete zapatistas y once carrancistas, pertenecientes a grupos populares de extracción rural. La incorporación a uno u otro grupo rebelde estuvo determinada, en gran parte, por la región de donde eran originarias (Islas, 2015). También hicieron tareas de espionaje, de correo clandestino, agentes confidenciales y se comprometieron en el acopio y distribución de armas y parque, e incluso de reclutamiento.
Frente al afán de legitimación de los caudillos, ellas plantearon sus ideas en torno a las condiciones de desigualdad entre hombres y mujeres como parte de la tesis igualitarista del liberalismo. Del conjunto de propagandistas, diez mujeres dirigentes se comprometieron además y en forma paralela con el feminismo: Elena Torres Cuéllar, Elvia Carrillo Puerto, Rosa Torre González, Florinda Lazos León, María del Refugio García Martínez, Julia Nava de Ruisánchez, Atala Apodaca Anaya, Esperanza Velázquez Bringas, María Ríos Cárdenas y Hermila Galindo Acosta.
Entre 1915 y 1920 colaboraron o editaron publicaciones en cuyas páginas prosiguieron el debate sobre los derechos de las mujeres iniciado desde finales del siglo XIX, y crearon sociedades feministas llevando a cabo la realización de dos importantes congresos en Mérida, Yucatán, en el año de 1916.
Así, la Ley del Divorcio promulgada en diciembre de 1914 fue no sólo aplaudida sino defendida por Hermila en varios foros, ya que consideraba que su promulgación era el principio del reclamo de los derechos civiles de las mujeres. Ella misma hablo sobre ese pudor mal entendido de la época que le privaba a la mujer del conocimiento de su cuerpo, abogando por la impartición de cursos y clases de anatomía y fisiología en la enseñanza secundaria.
Si nos damos cuenta, fueron diversas y variadas las actividades que realizaron las mujeres en este periodo. No es sólo la idea romántica de acompañar al soldado, si no que se participó activamente en más sectores. Nos muestra que su participación en el espacio público las convirtió en subversivas al transgredir el espacio que les correspondía en el orden social de la época: el privado del hogar doméstico. Las propagandistas y las soldados desafiaron mayormente la construcción de género, las primeras participando políticamente en contra de la separación de las esferas, y las soldados al incursionar en el espacio más masculino, el de la guerra, pero ambas alterando las relaciones de género al menos durante este periodo.
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Frase clave: Las mujeres de la Revolución Mexicana
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