La penetración del crimen organizado en las corporaciones de seguridad en Guanajuato sigue imparable. Las recurrentes limpias en las policías municipales que se han implementado desde 2012, no han logrado el objetivo de blindar los conjuntos garantes de seguridad pública contra la seducción del poder económico de los cárteles del crimen. Los controles de confianza en el reclutamiento de los elementos policiacos no han tenido reflejo en la mejora de los estándares éticos del desempeño de la función.
Escribe Luis Miguel Rionda. Puedes seguirlo en Twitter: @riondal
Las realidades se imponen, y la tentación corruptora devasta la mística de servicio: agentes con sueldos mensuales de entre diez y catorce mil pesos brutos —siete y diez mil netos— sucumben cuando se les ofrecen “gratificaciones” que les duplican el ingreso. Las prestaciones tampoco ayudan a mejorar su situación inmediata, y los seguros de riesgos profesionales son de risa: entre cien a doscientos mil pesos por pérdida de vida, incluyendo gastos funerarios.
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Las policías no se han profesionalizado
Aunque las autoridades del ramo se nieguen a reconocerlo, no se ha podido consolidar una carrera policial profesionalizada que atraiga a jóvenes egresados de secundaria, o mejor aún, bachilleres que puedan desplegar un plan de vida satisfactorio, con la seguridad de construir un futuro tranquilo para su familia. Que yo sepa, no se cuenta con programas de acceso a habitación de interés social, seguro de gastos médicos —fuera del ISSSTE—, fondos de ahorro, servicio civil de carrera, organización sindical, y otros estímulos y defensas de los derechos gremiales.
El resultado es una fuerte inestabilidad laboral y una clara ausencia de espíritu de grupo. Ya hemos visto intentos de manifestación de inconformidades por parte de elementos policiales, que son ignorados o reprimidos por una estructura que no es jerárquica y de cadena de mando, sino autoritaria e intolerante.
Los recientes sucesos en Juventino Rosas, los Apaseos y en León confirman lo anterior. Son las mismas historias que hemos escuchado en la década transcurrida: infiltración soterrada de los corporativos de seguridad, policías delincuentes, cooptación de autoridades, operativos escénicos e inoperantes, etcétera.
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Ante los problemas de las policías, soluciones limitadas
La solución siempre es el machetazo simple: toma de instalaciones, despidos generalizados, desarme —siempre hay pérdida y tráfico de armamento—, algún arresto, y el desplazamiento temporal por parte de la policía estatal, la guardia nacional y/o el ejército.
Como el mando único nunca funcionó, habrá qué ver la solución que se implemente ahora. Las investigaciones nunca llegan muy lejos, y se opta por remendar el modelo previo. Pero las condiciones estructurales se mantienen intocadas: los grupos del crimen organizado siguen actuando, y sus capitales fluyendo en las sociedades locales; se une la ausencia de un modelo sólido de formación policial, la carencia de estímulos a la carrera en seguridad pública, la persistencia de la práctica de la tortura como instrumento de investigación, el cambio constante de líderes —oficiales y jefes—, la austeridad crónica en el avituallamiento, y la lentitud en la modernización de recursos y estrategias a todos los niveles.
El panorama no pinta bien en el corto y mediano plazos. Los manotazos sobre la mesa sólo evidencian el arrebato en la toma de decisiones, y la carencia de prospectiva. Se reacciona ante lo apremiante y no ante lo importante. Me parece obvia la falta de diagnósticos finos a nivel de suelo, pues sólo hasta el cambio en las administraciones municipales se descubre la basura debajo del tapete local. Así no se puede construir una estrategia efectiva que nos restituya la tranquilidad perdida, en una entidad victimada por tirios y troyanos, tanto por los malandros como por los agentes de la ley.
(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. riondal@gmail.com – @riondal – FB.com/riondal – https://luismiguelrionda.academia.edu/ – https://rionda.blogspot.com/