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A fines de noviembre de 2010 pasamos por París y pudimos recorrer, en el Jeu de Paume, una vasta exposición retrospectiva de André Kertész (Budapest, 1894 – Nueva York, 1985). Era, por curioso que parezca, la primera de su tipo que se realizaba en Europa de la obra de este gran maestro de la fotografía mundial.


Por: Aurelio Asiain

“Cualquier cosa que hayamos hecho, Kertész la hizo antes”, dijo Henri Cartier Bresson. Se refería a él mismo, a Brassaï y a Robert Cappa, pero podría haber nombrado a todos los fotógrafos del mundo. No voy, pues, a intentar describir la exposición: invito al curioso a explorar las páginas del museo, que incluyen reseñas, entrevistas, videos y otros materiales.

Al terminar el recorrido me llamó la atención en la tienda un librito: André Kertész: The Pleasure of Reading (Lagny-sur-Marne: Trans Photographic Press, 1998), de Silvana Turzio. Se trata de una pequeña selección, en formato muy reducido, de la larga serie de fotografías que Kertész —hijo de un librero y lector ávido él mismo— dedicó a lo largo de toda su vida a capturar las actitudes de los lectores más diversos en los escenarios y momentos más distintos, acercándose a la actividad íntima y misteriosa pero universal y cotidiana de la lectura con fascinación, con asombro, con inteligencía, con humor, con poesía.

Ojeando esas imágenes incitantes (distintas de las que reproduce exquisitamente On Reading, Norton, Nueva York, 2008) se me ocurrió de inmediato la idea de escribir un pie de foto para cada una: lo primero que se me viniera a la mente.

No pude hacerlo en el avión de vuelta a Osaka, como pensaba, pues un día antes de volver de Francia olvidé el ejemplar en la oficina de correos del centro de Montauban (a donde Alberto Ruy Sánchez me invitó para participar en el Festival Lettres d’Automne).

Para mi fortuna, una amiga diligente lo recuperó y me lo envió. En lugar de escribir en la libreta, lo hice directamente en mi página de Twitter, con esa única regla: anotar lo primero que se me ocurriera, siguiendo el orden de las páginas, sin volver atrás para borrar o corregir. 

Incluir un enlace a cada fotografía sería laborioso, pero el lector puede ver las que hay aquí y establecer las correspondencias, o simplemente mirar y admirar por su cuenta. La estrella debajo de cada nota apunte a la página original del tuit.

https://i0.wp.com/static.guim.co.uk/sys-images/Guardian/Pix/pictures/2009/7/22/1248272001717/Andre-Kertesz--008.jpg

Siempre leer al lado de uno mismo.
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Leer absorto entre los otros; leer, con otros ojos sobre el hombro, la página única en la página de todos. Pero siempre se lee entre otros.
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Leer como de niño, olvidado del libro.
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Leer como el soldado en las trincheras.
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Leer la última línea de este mundo, que es siempre la que escribimos, mientras la escribimos, aun si lo es cada vez por menos de un segundo.
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Leer como el que ya no espera nada, como el que solo vive ya por no dejar.
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En silencio leer para otro oído.
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Leer en la hojarasca del otoño.
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Leer ausente, ido, desprendido.
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Leer en el crepúsculo a la luz de la ventana, mientras dura; leer páginas que se borran con ojos que se extinguen.
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Leer con gravedad en el jardín los diarios del domingo, mientras al lado hablan de amor.
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Leer como los párrocos sin púlpito.
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Leer libros ya dados al olvido.
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Leer libros tirados en la calle, sin recogerlos.
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Leer lomos.
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Leer ordenadamente los diarios atrasados y acumulados durante meses, como hacía mi abuela, interesada no en las noticias sino en las tramas.
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Leer como los viejos, alejando la página, dejando que se cuele la realidad por el rabillo.
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Leer las tiras cómicas como se leen de niño. Inmensamente.
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Leer en la azotea los domingos.
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Leer cartas de amor ajenas halladas por azar entre las páginas de un libro.
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Leer al sol entre tinacos, ropa tendida, chimeneas. Leer revistas femeninas en la lavandería. Leer en la sala de espera del dentista.
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Leer andando el parque conocido.
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Leer a las orillas de un gran río, alzando cada tanto la vista, vuelve otras las líneas, humedece la tinta.
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Leer es ser árbol.
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Leer nubes y manchas de humedad en los muros pero leerlas en las líneas de los libros. Leer un libro como una habitación, como un atardecer.
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Leer en el autobús panorámico, mientras los otros pasajeros admiran el paisaje y atienden al guía de turistas.
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Leer en una sillita.
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Leer en los periódicos murales avisos de ocasión sin interés.
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Leer la carta del restaurante como si fuera un poema, y ordenar el verso más logrado.
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Leer como si no estuviéramos aquí, pero fuéramos a llegar.
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Leer muertos de frío. Morir de frío, leyendo.
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Leer viendo a la cámara.
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Leer con ojos de pez frente al espejo.
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Leer la mano del lector.
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Leer de pie en la escalera de la biblioteca, horas.
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Leer en la trastienda del anticuario las últimas noticias del hipódromo.
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Leer como un editor: sin piedad.
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Leer para la foto.
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Leer con el oído, seguir lo que se escucha como un texto, atendiendo a los ecos y los giros, al sentido y al ritmo. Advertir hilos perdidos.
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Leer sobre pedido, a la medida, al gusto del cliente.
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Leer da alas.
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Leer al lado del librero, para poder pasar de un libro a otro, siguiendo un eco de sala en sala.
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Leer al sol de invierno, pero en verano.
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Leer a espaldas de algo, siempre a espaldas de algo, inevitablemente.
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Ya no leer.
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Ir viendo las fotografías de André Kertész. The Pleasure of Reading (TFP, 1998) y anotar lo primero que cada una me sugiera en un tuit.
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  • Este texto se reproduce del blog del autor con su autorización expresa.

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