Saúl Arellano

Lenguaje y ruptura en César Vallejo

César Vallejo es un autor de suma complejidad, pues en su obra conviven distintos momentos de creación. No se trata, como en otros casos, del resultado de una “evolución” o de “transiciones” que se van construyendo con el tiempo y en las cuales hay, a pesar de los cambios y transformaciones, una cierta línea de continuidad que de algún modo permite percibir “saltos” ordenados en los cambios de visión y perspectiva sobre el mundo.


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En Vallejo ocurre que hay una radical transformación, de su primer libro de poemas Los heraldos negros a sus obras posteriores, ubicadas en la ruptura de la vanguardia pero que, en su caso, ésta no se concibe como una postura relativamente temporal, en el sentido de que la vanguardia es asociada generalmente con la idea de la fugacidad, del movimiento y de la transformación continua.

Por el contrario, en Vallejo la vanguardia es una tendencia que permanece en su obra; que se queda fijada en el tiempo y en el lenguaje, pues en este caso no es el poeta el que habla a través del lenguaje, sino que es el lenguaje mismo el que habla; y que en el momento en que se quiebra y transfigura, genera una especie de “transición” hacia algo auténticamente nuevo.

Saúl Yurkievich, un atento lector de César Vallejo, sostiene que: “Vallejo rompe con el continuo lógico, es decir, con la coherencia discursiva, con la normatividad lingüística, porque nos propone otros módulos de captación y de conocimiento de la realidad. Todo se vuelve móvil, polivalente, proteico, inestable, azaroso, irracional” (1) .

En Vallejo se quiebran las pretensiones totalizantes del saber, en el sentido de abarcar a la totalidad de la realidad y la verdad a través del concepto. Desde esta perspectiva, en este poeta hay no sólo una ruptura con el modernismo como propuesta estética, sino sobre todo con la conciencia moderna, y particularmente con aquella identificada con el idealismo, desde el cual se propone la primacía del concepto (piénsese
en Hegel), como garantía de realidad y verdad, pero también como única “vía de acceso” a lo racional, en tanto síntesis de la totalidad de lo real.

Por el contrario, sostendrá igualmente Yurkievich, la ruptura que propone Vallejo va más allá de la poesía en tanto género literario, y se proyecta como una fractura, como una escisión epistemológica en la que se presupone que el acceso a la verdad se da, sí a través de conceptos, pero también y sobre todo de los no-conceptos; es decir, mediante una subjetividad racional- sentiente, en la que la idea está fija, localizada también en la piel y el cuerpo.

Yurkievich sostendrá: “Para Vallejo, en su poesía, verdad equivale a evidencia sentimental, donde ideas y actitudes son inseparables; verdad es no sólo atenerse a los hechos, es una constancia de la afectividad; convicción se liga con sensibilidad, intelecto con pasión, percepción con sensualidad. Vallejo transcribe su realidad, los hechos no discriminados jerárquicamente, su acaecer total, sin delimitación entre lo exterior objetivo y lo interior-subjetivo, sus acontecimientos no sujetos a la clasificación categorial, su cotidiano vivir en bloque y en bruto, donde la máxima concreción material está dada por su inmediatez fisiológica, por la instancia más palpable, más presente y pensante: su propio cuerpo”(2) .

En Los heraldos negros, Vallejo construye una poesía potentes; estructurada, crítica de la realidad social y de una enorme capacidad expresiva que pone sobre el papel una mirada de mundo dirigida a los universales problemas humanos, pero siempre en el marco referencial del modernismo y de la asignación a la poesía de ser portavoz de la crítica de las condiciones de la vida, su discurrir y sus sufrimientos implícitos.

Habrá en Vallejo, en este que es su primer libro, una genuina preocupación por lo humano, que nunca dejará de expresar y que, de hecho, es al parecer lo que le impulsa a proponer su lógica de la ruptura y su propuesta de generación de nuevas capacidades expresivas del lenguaje, para adentrarse en lo inexpresable de la vida mediante el lenguaje.

Desde esta consideración, es pertinente pensar en la cuarta estrofa y el último verso del poema “Los heraldos negros”, que le da el título a su poemario primero:

“Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!” (3).

Todo lo vivido es como un charco de culpa; así se percibe la valoración de la existencia cuando se voltea la mirada sobre el tiempo, que es justo la palmada que nos llama sobre el hombro. Es esa conciencia de tiempo y espacio, de locura y desorden, de hibris y vocación destructiva del hombre moderno, que llevaría a Walter Benjamin a pensar en el Angelus Novus de Paul Klee, ese ángel torbellino que todo destruye a su paso, y que es a lo que Benjamin nos anima a entender por el progreso.

Pero aún en esas perspectivas y formas de entender la realidad, lo que sigue dominando es una idea de orden, o de anti orden, pero siempre lógico; siempre con un logos que puede ser desentrañado, como en la propuesta de una dialéctica negativa como propondría Adorno.

En las antípodas de la racionalidad

Nada de eso opera en Vallejo; por el contrario, su poesía de pronto se ubica en las antípodas de la racionalidad; de la parsimonia de un lenguaje evocador que jerarquiza la arbitrariedad del signo y establece dimensiones de relevancia lingüísticas y estilísticas desde las cuales se asume que es posible pensar, hablar y crear lenguaje poético.

Este salto al vacío reconstruido del lenguaje se percibe con toda claridad en Trilce, en el cual su propuesta poética es una nueva forma de hablar de lo indecible; de aprehender al mundo y fijarlo en nuevos términos; estilísticamente, saliéndose de la “canónica” forma de versificar moderna, y llevando al lenguaje a la ampliación de sus límites y terrenos de lo nombrable.

La tercera estrofa del primer poema de Trilce es desconcertante:

“Un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE LOS MÁS SOBERBIOS BEMOLES”.

En esta poesía no hay orden lógico; pero tampoco tendría sentido tratar de buscarlo o de construirlo; lo que Vallejo hace es construir una propuesta de nueva “racionalidad”. Es una forma de pensar anti-metódica, si lo que se pretende es comprender lo que bien podría denominarse como una “epistemología poética” que busca descentrar al sujeto del habla, pero, sobre todo, al sujeto de la escucha.

Entre Los heraldos negros y Trilce no hay línea de continuidad, sino ruptura total: pues desde el uso de las palabras, hasta su presentación gráfica constituyen un cuestionamiento a prácticamente todos los uso poéticos conocidos hasta la llegada de Vallejo. Así, con sorprendente audacia, Vallejo cierra el citado poema de Trilce con la siguiente estrofa:

“Y la península párase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.”

De la bulla a la península incapaz de ser aterrorizada, que además se encuentra abozaleada; es decir, acallada, silenciada, justo en el momento en que ésta se para en la línea mortal del equilibrio.

¿Qué significado puede darse a esto? ¿Cómo interpretar a esta península silenciada y nunca aterrorizada, luego de solicitar consideración ante el bullicio que no se sabe bien a bien de dónde viene…

El viaje marino en el que parece que está situado el poeta, es el comienzo por el cual pretende sumergirnos en profundidades del lenguaje nunca antes sondeadas, y que convocan a la cotidianidad de la vida, pero también a estar a favor de la frenética quietud de quien pretende contemplarlo todo a través de todo lo que nos permite pensar y sentir, hasta con la médula y la sangre, como lo dirá Unamuno en su Sentimiento trágico de la vida.

Tiempo, era, mañana, nombre

Tetralogía de categorías que articulan pero también son guía de exploración de otro de los pomas contenidos en Trilce, y los cuales, antes que asociarse a categorías “profundamente ontológicas”, remiten a la inmediatez de lo asible literalmente con las manos: “Bomba aburrida del cuartel”; “Gallos que cancionan escarbando en vano”, y todo ello envuelto y en ruta de un desenlace, otra vez desconcertante, por su complejidad en lo tocante a la visión de mundo que transporta, peor también a la forma en que es expresado. Dice en la última estrofa del II poema de Trilce:

Nombre Nombre.
¿Qué se llama cuanto heriza nos?
Se llama Lomismo que padece
nombre nombre nombre nombrE.

Ante estas muestras, no es exagerado decir que en Vallejo se realiza una especie de eterno retorno de “lo poético-a-lomismo” expresado en el nombre sin nombre y sin hombre; sin signos ni coberturas; al hombre desnudo y al nombre desnudado de lenguaje.

Lee también: “MIGUEL DE UNAMUNO, POESÍA Y CRÍTICA”

  1. Yurkievich, Saúl, “Vallejo, realista y arbitrario”; revista Visión, Perú, 1969; recurso disponible en línea en:
    http://www.poesias.cl/vallejo_realista_y_arbitrario.htm
  2. Saúl Yurkievich, “César Vallejo: El salto por el ojo de la aguja (Conocimiento de y por la poesía)”, en Revista Resonancias, número especial, 17-07-2006, recurso electrónico disponible en: http://www.resonancias.org/content/read/561/cesar-vallejo-el-salto-por-el-ojo-de-la-aguja-conocimiento-de-y-por-la-poesia-por-saul-yurkievich/
  3. Vallejo César, “Los heraldos negros”, en Poesías completas, Juan Pablos Editor, México, 2010, p. 15.
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