Corrían los años 40 en la Ciudad de México, la Alameda Central era el centro de la vida
social y cultural. Las familias paseaban por sus árboles sombríos, los niños jugaban
alrededor de sus fuentes y esculturas, los intelectuales y artistas se congregaban en
cafeterías y librerías. A solo unos metros, en la Avenida Madero 4, había un edificio
icónico, el Sanborns de los Azulejos, con su llamativa fachada de cerámica azul y
blanca.
Un articulo de: Mauxi Sánchez F
En sus mesas, entre tazas de café y el murmullo de conversaciones apasionadas, un
grupo de intelectuales, empresarios y banqueros estaba trabajando en una idea que
cambiaría el acceso a los libros en México. Entre ellos estaban Martín Luis Guzmán,
Alfonso Reyes, Salvador Novo, Adolfo López Mateos, y el librero Rafael Giménez Siles,
un español exiliado que había encontrado una nueva vida en México.
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“Las librerías deben ser espacios abiertos”, enfatizaba Giménez Siles, colocando su
taza en el platillo. “Cualquiera debería poder entrar, sacar un libro de la estantería, leer
un par de páginas y decir: ‘Sí, quiero llevarme esto’.”
Las librerías en México hasta ese momento seguían el modelo europeo del siglo XIX:
cerradas con mostradores de madera para que solo el dependiente pudiera acceder a
los libros. El público no podía hojearlos ni examinarlos libremente. Esta élite cultural
imaginó un nuevo tipo de librería donde la gente pudiera tocar los libros y deambular
entre ellos sin la barrera de un mostrador.
Así nació la Editorial y Distribuidora Iberoamericana, S.A. (EDIAPSA), y su primer gran
proyecto: la Librería Juárez, inaugurada en 1939 en la esquina de la Avenida Juárez y
Humboldt. Pero eso fue solo el comienzo.
La primera librería sin mostrador en América Latina
Bajo los auspicios del gobierno local en 1941, lograron usar las pérgolas de la Alameda
Central para construir un espacio revolucionario: la Librería de Cristal. Con un diseño
estructural moderno, amplios escaparates y más de 40 metros de vitrinas, la librería
“cocinaba” y proporcionaba un ambiente para que el visitante tomara los libros sin
restricción, hojeara y eligiera sin presión.
Su impacto fue inmediato. En México, por primera vez, los libros eran accesibles para
todos. No había necesidad de entrar en una tienda sofocante, pedir permiso a un
dependiente; la Librería de Cristal permitía al público hojear a su antojo.
Pero era más que solo una librería. Tenía una cafetería, una galería de arte y una sala
para reuniones literarias, un auténtico centro cultural. Conferencias, debates y
presentaciones de libros se llevaban a cabo allí y atraían a escritores, periodistas y
estudiantes.
Domingos de música y literatura
Cada domingo, la librería lo hacía aún más especial. Se ponían altavoces afuera y la
música clásica reverberaba por la Alameda Central. Los paseantes, atraídos por las
sinfonías de Bach, Beethoven y Debussy, se detenían a mirar los escaparates.
Convertía a la librería en un espacio vital donde literatura y música se entrelazaban y el
proceso comenzaba a ofrecer la creatividad como una vía de vida.
Muy cerca, el mural de Diego Rivera, “Sueño de una tarde dominical en la Alameda
Central”, destilaba el espíritu del lugar: un cruce entre la historia y la vida cotidiana,
entre el pasado y el presente.
Mientras tanto, la Librería de Cristal tuvo tanto éxito que en 1965 abrió su primera
sucursal en la calle Río Nazas, en la colonia Cuauhtémoc. Su crecimiento fue
imparable, y para la década de 1990 era la cadena de librerías más grande de
iberoamérica, con 70 librerías en todo el país, un antes y un después en la industria
editorial.
Pero su éxito también sembró las semillas del conflicto interno. Las diferencias entre
sus accionistas y la falta de acuerdos sobre su futuro crearon una crisis interna. Bajo el
gobierno de Luis Echeverría, en 1973, el regente del Distrito Federal, Octavio Sentíes,
exigió la demolición de la Librería de Cristal. La Alameda perdió una institución cultural, con ella, una institución que cambió la relación de los mexicanos con el libro.
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Un legado que perdura
Aunque la Librería de Cristal ya no existe en su forma física, su legado vive en cada
librería independiente que empodera a los visitantes para deambular libremente entre
los títulos en las estanterías. Su noción de acceso libre a la lectura transformó el mundo editorial en México y dejó una impresión perdurable en la memoria de quienes la conocieron.
La historia de la Librería de Cristal nos recuerda el hecho vital de que los libros no
deberían ser un privilegio, sino un derecho, y que cada cultura siempre encuentra una
manera de continuar prosperando, a pesar de que desaparezcan los lugares que las
albergan.
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