Los datos oficiales nos muestran un escenario lleno de nubarrones y malos presagios. Estamos ante tiempos más que nublados, parafraseando al gran Octavio Paz, los cuales se desarrollan ante un ogro al que de filantrópico le queda muy poco, y que se encuentra en un proceso que, más que una transformación racionalmente ordenada, se asemeja más a una extraña metamorfosis de final incierto.
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En efecto, al día 12 de diciembre, el país acumulaba 113,704 defunciones confirmadas, y lo más delicado, un número de 66,234 casos activos de la enfermedad, una de las cifras más altas registradas durante la pandemia.
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Desde esta perspectiva, es urgente fortalecer las acciones del gobierno de la República, y es tiempo también de que el titular del Ejecutivo, más allá de que se tengan buenas expectativas respecto de la llegada de la vacuna, envíe un mensaje frontal y predique con el ejemplo, -para utilizar sus términos-, conminando a la población a mantenerse en casa en todos los casos en que sea posible, y a utilizar el cubrebocas como un signo de solidaridad, respeto y fraternidad con los demás.
Aún cuando la intención sea enviar el mensaje de un gobierno activo; aún cuando la popularidad presidencial se mantenga en niveles elevados, es necesario que el Presidente se quede en Palacio Nacional; que utilice el cubrebocas en los eventos públicos y sus desplazamientos en la calle; y que sea el primero en ponerse la vacuna, no como un signo de “toma de ventaja”, sino para disipar las dudas y posibles temores o movimientos de rechazo a su aplicación.
Por otro lado, debe subrayarse que el rebrote que estamos enfrentando, que ha llevado a los más altos niveles de ocupación hospitalaria en varios estados, se da cuando la población se encuentra ya muy cansada del encierro, tanto física como mentalmente; se da cuando las y los médicos y todo el personal de salud se encuentra exhausto; mermados en la salud muchas y muchos de ellos; pero también agotados y sin atención oportuna a su salud mental; y cuando los efectos de una economía vapuleada comienzan a mostrarse en toda su magnitud.
En el Sector Salud han sido dolorosas y muy numerosas las pérdidas; mucha gente ha tendido que despedirse de compañeras y compañeros, y amigos entrañables; auténticas familias construidas con base en años de esfuerzos compartidos, que se han fracturado en unos cuantos meses, bajo el reclamo constante de que no cuentan con todo lo necesario para su protección integral.
En este momento, el país ya tiene una tasa de 90 defunciones por COVID19 por cada 100 mil habitantes; pero lo que se ha visto en redes sociales y medios de comunicación, es que la gente está saliendo a las calles, y que, al parecer, el hartazgo del encierro les está llevando a preferir la posibilidad de la enfermedad a mantenerse en casa.
Desde esta perspectiva, es urgente que la estrategia de comunicación del Gobierno de la República asuma como misión, para enfrentar a esta pandemia, pero también otras como la obesidad, la diabetes y la hipertensión, diseñar una nueva estrategia orientada desde lo que puede denominarse como una pedagogía del riesgo, la cual debería llevarnos a reducir los escandalosos niveles de mortalidad evitable que han existido en México desde hace ya varias décadas.
La vida humana es sumamente frágil; nuestra salud está siempre expuesta a exterioridades que, por más que se pretenda hacer cosas, están fuera de nuestro control. Y por ello, ante la posibilidad de que lo peor esté aún por venir, lo necesario en este momento es asumir que una de las tareas elementales del gobierno es romper auténticamente con una de las tesis más neoliberales y perniciosas de los últimos años: que los individuos son siempre racionales, y que debe dejarse en sus manos la elección de qué se debe hacer. No se trata del regreso de la tutela del Estado, pero sí de la construcción de una visión de solidaridad y respeto entre unos y otros; y la promoción de una vida en comunidad donde todas y todos escuchemos a una autoridad legítima que da ejemplo de responsabilidad y compromiso con una vida digna para todas y todos
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Frase clave: Lo peor podría estar por venir