Escrito por 12:00 am Agendas locales, Blog invitado

Lo que nos divide

Sin extraviarnos en reformas parciales, jurídicas, administrativas, hay que pensar que la razón para una reforma política profunda del Estado mexicano, es vincularnos para que la integración de todos, sea el enlace de una inclusión efectiva como principio de la unidad nacional


Hay que eliminar las barreras que no permiten el desarrollo de todos para transformar la exclusión de unos, en una participación de todos más auténtica.

Estructuralmente en México, de abajo hacia arriba, existen cinco “niveles” que nos dividen.

  1. “Los desincorporados” que son las mayorías y que representan más del 70% de la población económicamente activa y que no pertenecen a la “economía formal”;
  2. “Los incorporados” que son los integrados al sistema económico formal y que son, básicamente los que tienen capacidad de interlocución, los “receptores” del mandato del orden social basándose en un psicosociología de modus vivendi aspiracional;
  3. “La sociedad civil organizada” que lucra con incorporados y desincorporados; que responde a lo que más conviene (pues se mueven por temas o cosas) y que funge como “emisor” del “deber social” a partir de las falacias que envuelven los “ideales” de la modernidad;
  4. “Los grupos de presión” que se sintetizan los móviles de la “Iniciativa Privada”, de partido, religiosos, ideológicos o corporativos;
  5. Los Tres Poderes del Estado.

Cada uno representa, en efecto, una barrera que generalmente excluye unos de otros, y que formulan un difícil contacto entre ellos mismos, pues, los esfuerzos y los recursos que administra el Estado, no llegan, o llegan muy mermados a la inmensa mayoría de los mexicanos, en donde prácticamente todo el capital invertido en nombre de esos muchos, queda en pequeñas minorías que son los intermediarios o intermedios de esta estructura.

Por tanto, en inicio, hay que replantear la veracidad de la hipótesis histórica de que México tiene y ha tenido un Estado Benefactor y un gobierno paternalista, pues, en los hechos, todo ha funcionado –y con pésimos resultados, al menos en las últimas décadas- para legitimar a las cúpulas en sus más diversos ámbitos, haciendo del sistema político, sólo un sistema de intercambios simbólicos del uso del lenguaje, tecnificando sistemas y omitiendo todo sentido ético en lo que hay, trasladando a la historia a ser un segmento de las falacias de la modernidad bajo la tutela de la globalidad y de la moral.

Esto no es novedoso. Nietzsche (en Voluntad de poder & 75) decía que “nuestra vida moderna es desmesuradamente cara por la cantidad de intermediarios”.

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