Para que una democracia funcione de manera adecuada es imprescindible la participación electoral de los ciudadanos. Uno de los fantasmas a vences es el abstencionismo electoral.
Puedes seguir al autor José Ojeda Bustamante: @ojedapepe
¿Por qué es así? Porque en democracias representativas como la mexicana, el voto es el mecanismo más importante a través del cual el pueblo, visto como soberano, cede una parte de su poder de manera temporal a diferentes órganos representativos encargados de velar por su bienestar: ayuntamientos, congresos locales, congresos federales o cámara de senadores.
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Ahora bien, que las elecciones sean libres y democráticas y que cualquier ciudadano a partir de 18 años cumplidos pueda libremente emitir su voto (94.9 millones de votantes para este 2021) tampoco es algo gratuito o indefinido, sino el producto de procesos históricos no lineales y tersos; contradictorios y en constante pugna por los cuales ha pasado nuestro país.
Recordemos que hace apenas 100 años, el ideal de un sufragio efectivo, no reelección fue motivo suficiente para desencadenar una revolución y un movimiento armado.
De ahí la importancia que reviste el que todos los ciudadanos conozcan el poder que tienen en sus manos a través del ejercicio del voto libre y secreto. Pese a esto, en México, los procesos electorales despiertan poco interés, por no decir que un desencanto y apatía declarada.
Si acotamos más el marco de análisis cabría diferenciar el nivel de participación electoral según el tipo de elección de la cual hablemos.
No es lo mismo la participación electoral en una elección presidencial o municipal, caracterizadas por un grado de identificación y cercanía que desemboca en tasas de participación mayores, que la elección de diputados locales, diputados federales o senadores; cuya función en el imaginario colectivo, luce impersonal, ajena a intereses concretos y palpables para el ciudadano y sus preocupaciones del día a día.
En parte, este fue uno de los principales motivos para la paulatina homologación en los comicios federales y locales en México, lo que dio como resultado que este 2021 se lleve a cabo la jornada electoral más grande de la historia moderna.
Se renovarán así 21 368 cargos, 500 diputaciones federales y 20 868 cargos locales. Puebla tampoco es la excepción, y vivirá un proceso electoral especial que implicará la elección de 15 diputados federales, 41 diputados locales, 217 presidencias municipales y 1,800 regidurías. Todo ello se elegirá por un padrón de cerca de 4 millones 589 mil poblanas y poblanos.
En virtud de lo anterior no sería adecuado establecer un punto de comparación respecto a otros procesos electorales, porque de la mano de la reelección, la democracia mexicana en su vertiente electoral camina nuevos senderos y rutas cuyo desenlace aún están por escribirse.
Me gustaría sin embargo, no dejar de remarcar la importancia que tiene la participación electoral en la construcción de democracias de alta intensidad y mayor representatividad, desde 3 vertientes.
La primera. Desde las estructuras formales con las que cuentan los partidos y su capacidad de movilización real en una elección, nos referimos así a los ciudadanos que se registran libre, voluntaria e individualmente a un partido político, llamados afiliados o militantes, cuyo padrón en la última depuración lucía de la siguiente manera:
El desafío para los partidos políticos consistirá en movilizar realmente a sus estructuras para la emisión del voto, pero también, definirse claramente como alternativas reales o correas de transmisión de los intereses y preocupaciones del sector que dicen representar.
La segunda. El papel que desempeñarán las estructuras corporativas arraigadas de una u otra manera en la cultura política mexicana y que hasta el año 2000, cuando ocurrió la alternancia en el poder a nivel presidencial estaban plenamente mimetizadas con el entonces partido hegemónico: nos referimos al sector obrero (CTM) el campesino (CNC) el popular (CNOP) y el militar.
Hoy en día estas estructuras aún perviven. Disminuidas sí, salvo la militar que ha tomado nuevos bríos, pero también en constante proceso de adaptación. Para muestra, cabe mencionar que dos de los tres nuevos partidos políticos que buscarán mantener su registro en el proceso electoral, tienen raíces eminentemente corporativistas. Me refiero con ello al Partido Redes Sociales Progresistas, vinculado a la SNTE y Fuerza Social por México, vinculado a la CATEM.
Finalmente, el tercer elemento que me gustaría señalar, tiene que ver con el poder transformador de la participación ciudadana y su papel siempre decisivo en los procesos electorales, esa vía a menudo minimizada en los procesos de transformación social.
Viviendo un proceso tan relevante en este año, el ciudadano habría de interesarse un poco más en la participación, por la importancia que tiene el voto libre e informado. Aunque también es cierto, la Pandemia Covid-19 que padecemos influirá decididamente en el nivel de participación esperado al igual que las necesidades vitales y esenciales de todos aquellos con capacidad de votar.
No obviemos que las necesidades del ciudadano no es quién los representa, sino mantener su empleo, llevar la comida a la casa, cuidarse de no contagiarse de Covid-19; que no le asalten, que sus hijos estudien…situaciones todas ellas que paradójicamente están relacionadas con las medidas que tomarán los próximos legisladores, presidentes o gobernadores que sean elegidos.
He ahí el dilema de nuestra democracia: la cual no puede ser entendida, si no se comprende también el componente de desigualdad inherente.
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