“Los feminismos son varios”. Así inicia su texto Suárez Briones para explicar que a pesar de su número y diversidad, en todas las vertientes feministas hay una afirmación central: la desigualdad y la discriminación hacia las mujeres es un hecho histórico incontrovertible.
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Esta desigualdad forma parte de una forma de organización patriarcal de las sociedades frente al cual la exigencia de modificar tanto los elementos materiales como los simbólicos que permiten la reproducción estructural de las asimetrías en el acceso al poder, al trabajo y en conjunto, a todos los espacios sociales.
Desde esta perspectiva, sostiene la autora, la incorporación de las mujeres y de otros grupos históricamente considerados como minoritarios -como las poblaciones indígenas-, al análisis literario, ha permitido mostrar que la formación de la “normalidad” y la construcción del canon, en tanto que productos institucionales, no es ni infalible, ni tampoco es capaz de mostrar en plenitud el pretendido “espíritu universal” atribuido como virtud creadora en las grandes obras literarias.
Lo anterior es así, porque dicho canon en realidad se ha construido históricamente sin incorporar a la otredad que son las mujeres; y sólo en fechas muy recientes, no nada más a través de la recuperación de obras literarias producidas por mujeres, sino ante todo, a partir de la ruptura con el orden patriarcal implícito en la literatura, es como se ha conseguido comenzar a modificar la forma en cómo se ha diseñado y articulado lo que podría denominarse como “la tradición”.
Afirmará Suárez Briones: “Leer como mujeres la historia literaria tuvo como consecuencia su radical reescritura”. Hecho que revela la cuestión central de este tema: quién decide cómo se integra el canon literario, pues hasta fechas muy recientes, éste estaba dominado fundamentalmente por lo que la autora describe como un reducid grupo de hombres blancos burgueses, generando con ello una visión androcéntrica de la creación literaria y obstaculizando una visión paralela, articulada a través de textos “ginocentrados”.
Ahora bien, respecto de los rasgos femeninos específicos incorporados a la creación y el análisis literario, habría que señalar que mayoritariamente representan la posibilidad de dar visibilidad a lo que durante siglos buscó y, de hecho, logró ser relegado a un segundo plano: la perspectiva femenina, considerada como una visión o percepción del mundo secundaria y subordinada a la masculina.
Desde esta perspectiva, puede pensarse con plena legitimidad que la irrupción de los feminismos a partir de las décadas de los 60 y los 70 ha permitido la ampliación del debate y la visibilización no sólo de la perspectiva de las mujeres, sino también del reconocimiento y presencia pública de los distintos géneros y formas de identidad y orientación sexual.
Lo que aporta la mirada femenina en la literatura es en ese sentido mucho más extenso y profundo que lo que algunos han querido ver y reconocer, y es la irrupción y subversión de la diversidad como la nueva normalidad en el mundo. Esta nueva normalidad es la que permite pensar en una revaloración, de alcances incluso ontológicos, en la definición de las subjetividades y la definición y reconocimiento de las alteridades.
Desde esta perspectiva, el ejemplo de las Memorias de Leonor López de Córdoba permite mostrar la relevancia que históricamente tiene su obra, no sólo en tanto documento histórico, sino sobre todo en lo que respecta a su valor literario, pero más aún, simbólico en lo que a la literatura hispánica producida por mujeres. En esa lógica, destaca la idea presente en el artículo de Isabel Navas Ocaña, relativa a que uno valor intrínseco de estas memorias se encuentra en que fueron escritas por una persona “no autorizada” para escribir; se trata de “las tretas del débil”, de un “sujeto desautorizado” en el sentido de que no cuenta con la aprobación ni legal ni religiosa ni social para escribir y plasmar en una obra lo que su espíritu tiene qué decirle al mundo.
Pensando en Michael Foucault, las Memorias de López de Córdoba se ubicarían en lo que el filósofo francés denominaría como un saber sometido, en tanto que este tipo de saberes ha sido considerado como “estéticamente pobre”, o “epistemológicamente de segundo orden” y poca cuantía científica y filosófica. Determinación que proviene, no de su contenido mismo, sino de la asignación simbólica que se hace desde lo político y el poder dominante, respecto del sujeto de la escritura.
En tanto que las Memorias son un texto que narra la constitución de la vida privada y cotidiana de un sector de las mujeres nobles medievales españolas, representa un invaluable testimonio de la vida y configuración de lo femenino en su contexto histórico pero que, proyectado hacia el futuro, es muestra también del conjunto de relaciones y lógica del poder que organizaba y articulaba al mundo que describe.
De acuerdo con la investigación de Navas Ocaña, resulta paradigmática la aparición del tema del amor entre mujeres y la posible relación erótica de Leonor López de Córdoba con la reina Catalina. Una temática tabú en la historia moderna, no solo de carácter patriarcal, sino también “heteronormativo”.
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