“Porque comprender un texto es prestarle voz a su silencio y escuchar lo que nos dice, según el sentido que le dio Heráclito a la escucha del logos…” Emilio Lledó
El valor de las palabras no solo se mide desde su estatura conceptual, sino también con la intensidad de sus sonidos. Es decir, escuchar se vuelve un viaje épico, parecido a lo que el escritor Marcel Proust cuenta en el primer capítulo de su magistral obra “En busca de tiempo perdido”, por el camino de Swann cuando en su primer párrafo nos cuenta que la historia de Cambray y del Sr. Swann comienza mirando una taza de té.
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El imaginar secuencias animadas provocadas por un relato resulta despertar un sinfín de emociones que corren en sentidos opuestos. Algunas adversas a las creencias y elocuentes para la razón. En ese sentido escuchar es un paso adelante para el cultivo de ideas, en este acto se hace realidad la utopía platónica de la unión de los dos mundos el inteligible (el de las acciones y hechos) y el de las ideas los cuales se compenetran en el discurso.
En la más reciente película de la diva del cine italiano Sophia Loren “La vida ante sí” se hace notar esta imprescindible necesidad del otro para escuchar, para acompañar, para compartir los recuerdos. Al relatar la historia de una octogenaria sobreviviente del holocausto y de un niño senegalés, hijo de una prostituta migrante. El filme muestra situaciones de desolación que el sólo hecho de ascoltare (escuchar en italiano) promueve un sentimiento de empatía, la cercanía entre los actores se siente con tan solo prestar atención. Emotivo discurso fílmico que suma el estilo del neorrealismo del cine italiano, el regreso de Loren y la figura del niño Momo, que representa el drama de la migración europea.
El sistema auditivo es el salvoconducto de las emociones con el cerebro. Por medio de datos, pistas, información, el cerebro elabora pensamientos sugeridos por las pulsiones energéticos que provocan los relatos. Por eso, ante un mundo de silencio sólo queda recurrir al recuerdo, a la memoria emocional, posiblemente la más significativa de los varios tipos de memorias que existen.
“Prestar oídos” va más de un lugar común, implica tolerancia, empatía, amistad, incluso es un acto de amor. Oír bien es sentirse bien, sin duda mejora la calidad de vida de las personas. Curiosamente el sentido de la audición es uno de los sentidos que primero se desarrolla en los primeros meses de vida y el primero en perderse en el ocaso de la vida.
Sin embargo, en estos momentos pareciera que se está perdiendo la magia de la escucha, por lo tanto, se vulnera el uso de los significados y sólo quedan las inevitables acciones de reacción y no de razón. Al respecto es una pena que un par de conductores que participaban en un semanario del canal 11 de IPN llamado “John y Sabina” protagonizaran uno de los episodios más desafortunados de las últimas semanas al demostrar serias diferencias ideológicas al aire.
John Ackerman, simpatizante de la 4T decidió invisibilizar a Sabina Berman, dramaturga, crítica del actual Gobierno, al ignorar sus participaciones y burlarse de sus comentarios en plena entrevista con el secretario de educación pública, Esteban Moctezuma. Como respuesta a la actitud de Ackerman se generaron diversas reacciones en las redes sociales, de repudio a sus acciones y de apoyo a Sabina.
Sin duda, cuando no se escucha se deja de aprender, significa ignorar al otro y olvidarse de uno mismo. Es permitir que el ego oscurezca la luz del logos que trasmite el discurso. La falta de atención se da en efecto fractal, desde los gobernantes, los legisladores, los periodistas y presentadores en los medios públicos hasta llegar a nuestras familias, en particular con nuestros adultos mayores, quienes muchas veces solo quieren que se les escuchen.
Las historias de nuestros viejecitos son mito y realidad, son ficción y verdad, pero también son una gran oportunidad para descubrir de dónde venimos y hacia dónde vamos. El no escucharlos no sólo representa indiferencia y desapego hacia ellos, sino que representa no conocerlos mejor y desconocer una parte de nuestra propia historia. No obsequiarse el tiempo para escucharlos posiblemente sea una de las más grandes culpas que se puedan experimentar.
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