Erradicar, o al menos controlar y ponerle límites efectivos a el narco, particularmente a los productores y traficantes de estupefacientes, requiere de muchas más acciones, más allá de las que se ubican en el ámbito de lo policial. En efecto, siendo condición necesaria tener policías y un aparato de procuración e impartición de justicia eficaces, no es suficiente para desmontar lo que podría denominarse como el “aparato ideológico y de propaganda” de que disponen las bandas del crimen organizado.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
En primer lugar, hace falta de manera urgente una adecuada política de prevención de las adicciones. Es uno de los ámbitos de la política pública en que menos se ha hecho en los últimos años, y de hecho se ha reducido a campañas de información en medios masivos, con mensajes totalmente ineficaces y otros, incluso mal diseñados y de contenidos francamente equívocos, como aquel en el que se afirma que el holocausto perpetrado por los nazis tiene como causa el consumo de drogas de los soldados alemanes.
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¿Cuántas personas fallecen por consumo de sustancias ilícitas? ¿Cuántos más por el abuso en el consumo de drogas legales como el alcohol y el tabaco? Es difícil cuantificarlas con precisión, pero podría hablarse fácilmente, si se consideran las defunciones por enfisema, cáncer de lengua, pulmón y boca, así como por intoxicación y enfermedades alcohólicas del hígado, de más de 50 mil defunciones anuales.
La precariedad de la salud mental de amplios sectores de la población, aunado a severas condiciones de pobreza y desigualdad, generan escenarios propicios para que se incremente el consumo de este tipo de sustancias; sin embargo, a ello se agrega la llamada “narco cultura”, en el marco de la cual hay una apología constante del delito, así como la proliferación de elementos de identidad, que le dan a cientos de miles de jóvenes “sentido de pertenencia”, y les lleva a convertir en una forma de vida deseable el vértigo de la violencia y el escape de la realidad mediante el consumo de drogas.
Preocupa, más allá de los gustos personales, que cada vez en más espacios: restaurantes, bares, parques públicos, salones de fiestas privados y de convivencia familiar, se esté normalizando la reproducción de música y video, donde se hace apología del delito o se habla abiertamente de forma positiva respecto del consumo de sustancias adictivas y del mundo violento, machista y hasta misógino que se le asocia.
Mientras que el Estado ha mostrado en los últimos 45 años una enorme incapacidad para generar instrumentos que promuevan la identidad nacional y la cohesión social comunitaria, los grupos delincuenciales han encontrado un campo fértil para formar una especie de “redes sociales de apoyo”, vinculados a quienes participan de manera directa de sus actividades, pero también un ánimo de “simpatía social” o tolerancia respecto de lo que implica el estilo de vida de los narcotraficantes.
En cientos de mercados populares se comercia con figuras alusivas a “entidades protectoras” de quienes delinquen; pero también figuras alusivas a los personajes más famosos del mundo del narcotráfico, quienes son presentados como una especie de “héroes populares” porque, de alguna manera, se piensa que son los únicos capaces de enfrentar y burlar a un Estado corrupto, sin darse cuenta de que en el fondo, son la peor parte de eso mismo. Todo esto se traduce en la construcción de comunidades y redes de apoyo y complicidad, que ya no sólo están en los ámbitos rurales, sino también en cada vez más extendidos territorios urbanos que apoyan y facilitan la acción permanente de los delincuentes.
Si prevenir las adicciones de forma eficaz es un reto formidable para la autoridad; confrontar a la narco cultura, sin violentar los derechos de pensamiento, creencia y libertad de expresión de las personas, se erige como uno de los desafíos más relevantes para construir una nueva cultura de legalidad, respeto a los derechos humanos, tolerancia y respeto a la vida humana.
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