Existen, a grandes rasgos, dos visiones sobre la relación entre macroeconomía y desarrollo: una asociada al enfoque estándar u “ortodoxo” y otra a los enfoques alternativos o “heterodoxos” en el campo del pensamiento económico
La primera visión pone de relieve ciertas singularidades que se manifiestan en los países en desarrollo que impiden el pleno funcionamiento de las instituciones y los mercados en el sentido teorizado para las economías avanzadas, dificultando la capacidad explicativa o predictiva del análisis macroeconómico convencional.
Típicamente se menciona la falta de profundidad de los mercados financieros. Estas dificultades no implican que los agentes económicos en estos países carezcan del tipo de racionalidad instrumental (optimizadora) atribuida a los agentes de los países desarrollados; es la existencia de condicionantes específicos la que, en presencia de los mismos presupuestos de comportamiento individual, genera resultados diferentes.
Tampoco plantean un horizonte prescriptivo diferente entre países desarrollados y en desarrollo: desde este punto de vista, más allá de las particularidades de cada economía, el objetivo principal de la política macroeconómica debe ser la estabilidad de precios.
La segunda visión, más identificada con la posición histórica de la CEPAL, también reconoce las especificidades institucionales de los países en desarrollo.
Se distingue de la anterior por su sustrato estructuralista y keynesiano, a partir del cual se propone un rol particular para la política macroeconómica en relación con el objetivo del desarrollo: un rol complementario o de apuntalamiento de, por ejemplo, las políticas industriales y tecnológicas que no se circunscribe al combate de la inflación.
FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR
En contraste con esta segunda visión, correspondería clasificar a la primera como una macroeconomía sobre los países en desarrollo, más que como una macroeconomía para el desarrollo. Desde un punto de vista prescriptivo, podría hablarse, en relación con la primera visión, de una macroeconomía para la estabilidad.
La visión ortodoxa no necesita focalizarse en nada que exceda a la evolución general de los precios porque los factores estructurales —aquellos en los que, precisamente, se interesa la macroeconomía para el desarrollo— se consideran dados e inmodificables por la acción de la política macroeconómica.
Esta visión tiene dos derivaciones decisivas desde el punto de vista del desarrollo. Por un lado, implica que el Estado, a través del manejo de la política macroeconómica (por ejemplo, la política fiscal o de ingresos), no puede afectar el ritmo de crecimiento de la economía en el largo plazo.
Por otro, que el Estado, a través del manejo de la política macroeconómica (por ejemplo, la política crediticia o cambiaria), no puede incidir en el perfil sectorial de dicho proceso de crecimiento.
Cualquier intento por modificar el ritmo de crecimiento o el patrón de especialización induciría desequilibrios en el corto plazo que, tras un proceso de ajuste espontáneo, devolverían a la economía a la posición inicial o de equilibrio de largo plazo.
Una política macroeconómica para el desarrollo procurará coordinar los distintos instrumentos disponibles (de política monetaria, fiscal, crediticia, macroprudencial, de ingresos) con las restantes políticas públicas (industriales, tecnológicas, de inversión en infraestructura, laborales y sociales) en su búsqueda del objetivo del cambio estructural progresivo, en el sentido planteado por la CEPAL (2016), es decir, contribuyendo a cerrar las distintas brechas estructurales (sectoriales, territoriales, sociales) de desarrollo.
FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR Uno de los principales argumentos de la macroeconomía para el desarrollo es la idea de que junto con otras políticas económicas, la política macroeconómica puede impulsar los sectores productivos más dinámicos.
Una macroeconomía para el desarrollo se apoya en tres argumentos centrales:
1) En la noción de que la política macroeconómica puede influir en el ritmo de crecimiento económico, tanto de corto como de largo plazo.
No existe, necesariamente, una tendencia de equilibrio de largo plazo ex ante, que opere como centro gravitatorio, independiente de la dinámica de corto plazo. Este postulado resulta relevante porque del ritmo de crecimiento económico dependen tanto el incremento de la productividad como la posibilidad de compatibilizar el proceso de innovación y cambio estructural con la creación de empleo y la inclusión social.
2) La idea de que junto con otras políticas económicas, la política macroeconómica puede impulsar los sectores productivos más dinámicos —aquellos con mayor capacidad de difundir el cambio técnico y de generar eslabonamientos productivos y otras externalidades positivas—, ya sea a través de la política cambiaria, a través de la política de crédito o a través de la política tributaria, por citar tres instrumentos posibles.
El ritmo de crecimiento de la productividad media de la economía se encuentra relacionado de modo directo con las transformaciones en su composición sectorial y ésta, a su vez, depende de (o puede ser afectada por) las señales de precios o incentivos macroeconómicos.
3) La idea de que la política macroeconómica puede influir sobre la distribución del ingreso, tanto directamente, a través de las instituciones del mercado laboral (como el salario mínimo) y otras instancias que afectan los ingresos de los trabajadores, incluyendo la política tributaria, e indirectamente, a través de las políticas que fomentan el crecimiento del empleo y una estructura sectorial más intensiva en la demanda de conocimiento y más densa en materia de encadenamientos productivos.
Para lograr su objetivo, la macroeconomía para el desarrollo, además de controlar la evolución de la inflación, procura minimizar la amplitud y frecuencia de los ciclos económicos y, articulándose entre otros instrumentos con la política industrial y tecnológica, contribuir al sostenimiento de la inversión y el ritmo de crecimiento de la productividad. Desde esta perspectiva, la retroalimentación que existe entre el corto plazo (ciclo) y el largo plazo (tendencia) resulta crucial.
Las fluctuaciones cíclicas de las variables reales y financieras, al incidir en el nivel de la inversión y en el ritmo de aumento de la productividad a corto plazo, van definiendo un sendero de crecimiento que resulta decisivo para las posibilidades de inclusión social en el futuro.
Al mismo tiempo, la propia dinámica de corto plazo se encuentra condicionada por la estructura productiva, que representa la resultante de un sinnúmero de decisiones de inversión ocurridas en el pasado, inmediato y mediato. De allí la importancia de la administración contracíclica de la demanda agregada, no sólo mediante la política monetaria, sino también, o fundamentalmente, mediante la política fiscal.
En América Latina y el Caribe, como en otras regiones periféricas, los ciclos económicos dependen, típicamente, de factores externos, ya sean de origen real, asociados, por ejemplo, a modificaciones en los términos del intercambio, o financiero, producto de la dinámica del ciclo de liquidez internacional, estos factores condicionan el desempeño económico de estos en el corto plazo. Se trata, siguiendo a José Antonio Ocampo (2011), de una dinámica de corto plazo “dominada” por la evolución del balance de pagos.
Esta sujeción a factores exógenos, que a través de los aportes de Raúl Prebisch, Celso Furtado, Aníbal Pinto y Osvaldo Sunkel, entre otros, el pensamiento cepalino asoció históricamente a la falta de diversificación de la estructura productiva, tiende a profundizarse en las últimas décadas a raíz de la apertura financiera internacional de la región.
De allí que los instrumentos de regulación de los flujos internacionales de capital resulten un componente medular —sine qua non—, de una política macroeconómica para el desarrollo capaz de ejercer un papel contracíclico efectivo.
En ausencia de un marco regulatorio y de políticas macroprudenciales capaces de morigerar el impacto interno de la dinámica del ciclo de liquidez internacional, no sólo tiende a dificultarse el accionar contracíclico de la política monetaria, sino también el de la propia política fiscal que, ante el riesgo de racionamiento o encarecimiento del crédito internacional, suele verse forzada a adoptar un sesgo contractivo en la fase descendente del ciclo.
Esta visión no sólo privilegia el objetivo del control de la inflación por sobre otros objetivos igualmente relevantes (la macroeconomía para la estabilidad), sino que alienta a la apertura plena de la cuenta financiera y de capital de la balanza de pagos como ariete del desarrollo.
Se supone que el acceso irrestricto al crédito internacional puede contribuir a aumentar el ritmo de acumulación en los países en desarrollo y que opera, al facilitar las entradas y salidas de capitales, como mecanismo “disuasivo” de la introducción de políticas económicas consideradas inadecuadas por parte de los mercados.
La evidencia empírica encuentra que el coeficiente de mayor integración financiera es poco significativo (en el caso que tenga el signo correcto) para explicar el crecimiento en los países en desarrollo.
No obstante, los países de la región mantienen una apertura prácticamente irrestricta a los flujos de capital transfronterizos, que implica el mayor grado de desregulación de la cuenta capital y financiera entre los países en desarrollo, exponiéndolos cada vez más a los vaivenes de los ciclos de liquidez internacional.
Ello no solo dificulta la implementación de políticas contracíclicas como las propuestas más arriba. Supone, además, como ha sugerido Ha-Joon Chang (2011), una mayor injerencia de la visión imperante en los mercados financieros en las decisiones de política de los países de la región, no necesariamente en la línea de aquello que aquí hemos denominado una macroeconomía para el desarrollo.
REFERENCIAS:
I. CEPAL (2016), Horizontes 2030: La igualdad en el centro del desarrollo sostenible, Trigésimo Sexto Período de Sesiones de la CEPAL, Ciudad de México, 23-27 de mayo de 2016.
II. Chang, Ha-Joon (2011), “Institutions and economic development: theory, policy and history”, Journal of Institutional Economics, 7: 4, 473-498.
III. Ocampo, José Antonio (2011), “Macroeconomía para el desarrollo: políticas anticíclicas y transformación productiva”, Revista de la CEPAL 104, agosto de 2011.
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