El Ejecutivo asume que en la coyuntura debe posicionar mensajes para reforzar su narrativa sobre la corrupción y la ética pública y conducir el desarrollo nacional mediante el aparato de la administración pública federal.
Sería difícil establecer con precisión todos los temas de prioridad nacional que ha abordado; pero lo que ni puede ni debe obviarse es que cada uno de ellos debería tener detrás un sistema de seguimiento institucional, más allá de la discusión periodística que se genera como reacción a los dichos del Ejecutivo federal.
Desde esta perspectiva, debe comprenderse que el Ejecutivo ha asumido una “doble dimensión” de su mandato. Por un lado, asume que parte sustantiva de su responsabilidad es posicionar, todos los días, mensajes que refuerzan su narrativa relativa a la corrupción y la ética pública.
Por otro lado, se encuentra la acción ineludible de conducir el desarrollo nacional, mediante el aparato de la administración pública federal. Hasta ahora, el esfuerzo de la Presidencia no ha logrado la convergencia de ambas “dimensiones” del gobierno.
El discurso presidencial llama a la honestidad y la transparencia, pero en prácticamente todas las esferas, órdenes y niveles de gobierno prevalecen la mayoría de las prácticas de antaño.
El Presidente, todos los días, pone el ejemplo de tenacidad y disciplina de trabajo, pero “el elefante”, como le ha llamado a la administración pública, sigue sin dar los pasos decisivos para la transformación necesaria de la República.
Todos los días hay un llamado a la pacificación y la reconciliación nacional, y todos los días las balas retumban por todos lados, manteniendo la matanza y sangría que ha profundizado el histórico dolor y angustia de la pobreza, la marginación y la desigualdad.
De manera cotidiana, el Presidente hace un esfuerzo encomiable llamando a transformar el modelo de desarrollo, y todos los días se presentan nuevos indicadores relativos a que el bajo crecimiento continuará, y que no se van a generar los empleos necesarios para revertir la fractura del mundo del trabajo que prevalece hace décadas.
¿Se trata de un asunto de mentiras, de espejos e imágenes contrapuestas? Una lectura simple así lo indicaría. Pero, al parecer, lo que el Presidente ha decidido es apostar por un discurso inquebrantable, desde el cual llama a la unidad nacional, suponiendo, de algún modo, que ello puede contribuir a la transformación de las condiciones adversas –y hay que decirlo, deplorables– en que encontró al país.
En medio de la vorágine nacional, las cosas siguen funcionando en lo elemental: parece, de otra parte, que “los pasos del elefante” han mantenido mínimos de funcionamiento institucional, que no sabemos tampoco hasta cuándo van a mantenerse o si en algún momento habrán de detenerse; escenario que implicaría la semiparálisis de la administración, y con ello un riesgo enorme para el país.
No hay que perder de vista, por otro lado, la dinámica de la vida cotidiana, la cual se mueve en tiempos propios, más allá de la coyuntura nacional. La dinámica de la tienda de abarrotes, la de la persona jubilada que depende de su pago mensual; la de la madre jefa de familia que todos los días se debate ante la incertidumbre.
Pero, sobre todo, la dinámica de los más pobres, para quienes el tiempo público debe ser totalmente ajeno, porque para ellos la hora de hoy es la hora del hambre y de la supervivencia; para ellos, hace tiempo que se agotó la espera.
Esos son los dilemas que el Presidente de la República debe estar pensando, más allá de la coyuntura.
Cuando se tiene la responsabilidad de tomar decisiones determinantes para la nación, el tiempo es escaso, pero a la par, es el más importante recurso de que se dispone para pensar, para abstraer la complejidad; para sintetizar soluciones y para instruir y dirigir su adecuada implementación.
Quizá el mayor reto que enfrenta hoy el Presidente es colocarse más allá de la coyuntura que él mismo ha creado, y hacer completamente explícitos los horizontes que ha trazado.
Eso urge, porque la ciudadanía tiene derecho a la claridad, para continuar con las figuras, en torno a las cuales son los puertos que habremos de ir tocando, para llegar a buen fin en esta travesía llamada Cuarta Transformación.
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