Escrito por 2:57 am Cultura, Mario Luis Fuentes

Por un nuevo curso de desarrollo

Nuevo curso de desarrollo

México enfrenta un embate de la Presidencia de Estados Unidos que no tiene precedente en la historia diplomática de los últimos 100 años. En este escenario, el argumento a favor de un nuevo curso de desarrollo se fortalece.


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El embate de Trump es una cuestión preocupante por partida doble: por un lado, porque se trata de una disputa global en torno a qué tipo de capitalismo y qué sectores productivos pueden y deben ser los beneficiarios mayoritarios del capitalismo de nuestros días.

Por otra parte, preocupa sobremanera, porque el argumento económico se oculta detrás de un discurso xenófobo, racista y ultranacionalista, que apela a las peores patologías identitarias que pueden generarse desde el poder, máxime que se trata del aún más poderoso país del planeta.

Tal como lo ha planteado el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, coordinado desde la UNAM por Rolando Cordera, es urgente construir una nueva lógica de gobierno, articulada desde 11 estrategias.

La primera es privilegiar la aceleración del crecimiento económico para llevarlo a niveles sostenidos de 4% anual; la segunda es elevar la inversión pública productiva hasta alcanzar el 5% anual del PIB; en tercer lugar, construir los consensos para alcanzar una reforma fiscal de fondo, para abrir la posibilidad de distribuir mejor y garantizar los derechos humanos en el país.

La cuarta propuesta para un nuevo curso de desarrollo consiste en impulsar una verdadera política de financiamiento público, lo cual implica una nueva banca de desarrollo, exigir a la banca privada que cumpla con el fomento del ahorro y el otorgamiento de crédito, más allá del consumo, así como llevar reformas al sistema de pensiones a fin de privilegiar los intereses de las y los trabajadores.

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En quinto lugar, es necesario activar una nueva política industrial, moderna, tecnológica y educativa.

Es necesario reindustrializar al país y crear nuevas empresas medianas estratégicas; fortalecer al Conacyt y llegar a niveles de inversión equivalentes al 2% del PIB en este rubro.

Es necesario en sexto lugar construir una nueva reforma energética que permita una acelerada transición hacia las energías limpias.

En séptimo lugar, construir una nueva política de desarrollo rural, que permita cimentar una nueva política de seguridad alimentaria, así como nuevas estrategias de erradicación de la pobreza en el campo.

A la par de un nuevo modelo de desarrollo económico, es necesario, como octavo punto, generar un nuevo Estado de Bienestar, que tenga como pilar el acceso universal y gratuito a servicios de salud y educación, así como una nueva generación de políticas públicas de combate a la pobreza y la marginación. Como noveno punto es preciso avanzar hacia una nueva política laboral; y en décimo lugar, fortalecer urgentemente la política ambiental y de protección de la biodiversidad.

Finalmente, como onceavo punto, es urgente diseñar una nueva estrategia comercial internacional, que sea congruente con una nueva política industrial y de desarrollo regional implícitas en lo anteriormente expuesto.

Si hacemos lo anterior, estaremos en mayores posibilidades de superar la vulnerabilidad en que nos encontramos respecto de Estados Unidos y la nueva lógica capitalista que se promueve por la administración Trump, la cual podría extenderse por cuatro años más y que podría generar efectos devastadores para nuestra economía si no actuamos con celeridad y oportunidad.

México requiere diversificar no sólo su economía, sino también sus mercados en nuevas lógicas, sí de competitividad, pero también desde una perspectiva que apueste por el multilateralismo y la solidaridad latinoamericana.

Los embates de Donald Trump tienen que ver, en efecto, con la urgencia de encontrar nuevas formas de gobernanza de la globalidad con reglas claras de comercio internacional, pero, sobre todo, que impidan convertir a la población de uno o varios países, en el chivo expiatorio de mentalidades autoritarias, pues el precio histórico que se ha pagado en el pasado, hace evidente que no vale la pena correr el riesgo de permitir que el discurso del odio se expanda y sea el rasero desde el cual se negocia y se sostienen las relaciones internacionales.

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