El comentado documental titulado 1994 ha traído a la discusión pública un año que constituye un punto de inflexión en la historia reciente del país, pero en el largo plazo, también determinará el país que habremos de ser.
El director del documental, Diego Osorno, logró con este excelente trabajo, mostrar y poner en perspectiva la magnitud y gravedad de lo que ocurrió en aquel año negro, en el cual comenzó un acelerado resquebrajamiento del sistema político mexicano.
Un asunto que debe destacarse sobre el documental es que no hay una historia; y que si acaso, eso que llamamos la historia se va fraguando con base en la experiencia vivida y contada de sus actores; no es sólo lo que ocurrió, sino que, además, en el tiempo, la historia se construye con base en cómo sus artífices deciden recordarla y narrarla.
Hay muchos personajes de aquellos días que no dieron su versión de lo ocurrido, pero no hay duda de que la historia es la memoria de muchos, y que, en este caso, permite un “armado” de un cuadro comprensivo y abarcador de lo que significaron el alzamiento zapatista, el asesinato de Luis Donaldo y de José Francisco Ruíz Massieu; y el corolario de ese año negro, expresado en la peor crisis económica de los últimos 100 años en México, y que nos llevó a ser un país con el 60% de su población en condiciones de pobreza.
No es posible imaginar el país que hubiésemos sido con Colosio como Presidente. Pero lo que sí es posible sostener es que aquel 23 de marzo el país se puso en ruta hacia la obligada alternancia en el poder, que en su momento se leyó como la culminación de la transición a la democracia, pero que hoy se nos revela más bien como la entrada a un túnel en el que la descomposición de los partidos políticos hizo crisis en 2018.
Así, el documental 1994 nos obliga a rechazar la idea de la historia como un proceso lineal; al revés, abre la posibilidad de pensar y advertir que la idea del progreso es falaz a todas luces y que no todo cambio culmina en un mejor estado de vida para las naciones y sus habitantes.
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La crisis de 1994 pareciera la continuación de la apertura que se dio en 1968; año en el que inicia la aparición constante de fechas emblemáticas: 1971 y el “halconazo”; 1976 y la elección del candidato único; 1985, el año del terremoto y la fractura del sistema político mexicano; 1988, como el año de la ruptura del partido hegemónico; 1994, como el año negro y síntesis de nuestras más penosas contradicciones, y suma y sigue.
Es un hecho que, si algo logra construir Diego Osorno, es un material que muestra la herida que sigue abierta y que en ese año plantó cara al resto de la nación: el olvido de las poblaciones indígenas, la discriminación, el racismo, la pobreza de ellos, pero también la pobreza generalizada que se vivía en territorios marginados y sin acceso a lo más básico, como trágicamente lo era, por ejemplo, Lomas Taurinas, en Tijuana.
No es menor señalar también que la historia se narra y construye con base en emociones, recuerdos, nostalgias; pero también con perspectivas de futuro y con la voluntad de incidir para que los torcidos renglones con que se ha escrito la historia de México en los últimos años puedan tomar un cauce diferente, y con ello, cambiar la ruta de vida de los millones que, desde entonces y hasta ahora, viven las más extremas carencias.
1994 es un documento que dimensiona la magnitud de lo que ocurrió; y nos recuerda que el México con hambre y sed de justicia sigue ahí; que los cadáveres que han caído desde entonces no han recibido justicia; y que la política ha fallado en su capacidad de conjurar la violencia, que puede llegar a los niveles de aquellos días y que en los últimos meses y años amenaza con regresar con renovados bríos.
Nuestro país merece un mejor destino; y por eso hoy, en una etapa en que hay un presidente que invoca constantemente a la historia, es preciso repensar, replantearnos lo que ha ocurrido en los años recientes; a fin de que la memoria no flaquee y que la voluntad de que lo tenebroso no se repita nos lleve a todos a una renovada voluntad de diálogo y de vida en democracia y derechos humanos.
Mario Luis Fuentes es investigador del PUED-UNAM. Síguelo en: @MarioLFuentes1