Lo que está ocurriendo en el estado de Guanajuato debe llamar la atención de todos. No es menor que el centro geográfico de México, además de ser uno de nuestros “centros” económicos más relevantes, esté amenazado por la violencia, la cual se está expresando en umbrales nunca antes vistos en esa región del país.
Levantones de mujeres frente a cámaras de seguridad que ya no inhiben a nadie, el asalto a una camioneta de valores dentro del Aeropuerto Internacional del Bajío —uno de los más relevantes del país— y un sábado de terror, cuya jornada concluyó con al menos 22 personas ejecutadas, además de media docena de heridos, entre los que se encuentran dos niños —uno de cinco y otro de tres años—, es parte de una realidad que, desde al menos 2018, es cotidianidad en aquella entidad.
El inicio de 2019 ha superado la violencia de los primeros meses de cualquier año en las últimas dos décadas, signo de alarma en un país que tiene a varias de las ciudades más peligrosas del mundo.
Según los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, entre enero y febrero de 2019 se han contabilizado 5,649 homicidios dolosos, de los cuales 2,796 fueron cometidos en febrero, lo cual implica un promedio de 100 homicidios por día, un récord para cualquier mes de febrero en las últimas décadas.
De la suma registrada a nivel nacional, en Guanajuato se registran 633 casos, es decir, esta entidad concentra el 11.2% de los homicidios dolosos cometidos en el territorio nacional; proporción ligeramente superior a la registrada en 2018; y la más alta jamás registrada en aquella entidad.
Es una de las entidades con mayor tasa de expulsión de personas migrantes a Estados Unidos y la principal receptora neta de remesas familiares de aquel país, pero también es una de las entidades con mayor tasa de atracción de migrantes de otras entidades y, al mismo tiempo, una de las que registran mayor tasa de movilidad demográfica intermunicipal en el país.
Presentarlo así es relevante porque en Guanajuato se sintetizan la mayoría de nuestras contradicciones como país: es la segunda entidad con mayor crecimiento económico anual (tasas de 5% anual), pero también la segunda más desigual de México (sólo por debajo de Nuevo León en ambos indicadores).
En Guanajuato se combinan bajas tasas de desocupación con las más altas tasas de condiciones críticas de ocupación, según el Inegi, además de una muy alta presencia de trabajo infantil, se tiene uno de los sectores agrícolas de exportación más potentes, a la par de un campo depauperado hasta niveles de hambre.
Es una entidad altamente urbanizada, con una de las metrópolis más grandes del país (León), pero al mismo tiempo, este mismo municipio concentra el mayor número absoluto de pobres entre todos los municipios urbanos de México.
Todo lo anterior se da en medio de tremendos niveles de violencia homicida, la cual no es ajena a las otras formas de violencia: feminicidios, violencia familiar, violencia de género en todas sus dimensiones, lesiones por arma de fuego y arma blanca, robo a transeúnte y robo a casa habitación.
Guanajuato nos da pues dos lecciones que deben ser pensadas con seriedad respecto del país: 1) el crecimiento económico no genera por sí mismo bienestar social, igualdad económica o desarrollo en el sentido amplio del término; y 2) un estado con alto crecimiento económico puede llegar a importantes niveles de fractura del capital social y de violencia, sin que esto necesariamente afecte a la planta productiva.
Este último apunte requiere de un mayor análisis, pero no debemos olvidar los casos de Ciudad Juárez, Reynosa, Tijuana y Matamoros, en los cuales hay enclaves productivos de calibre mundial, que han convivido por muchos años con niveles inauditos de violencia y criminalidad, aun con la presencia permanente de efectivos militares y de la Policía Federal.
Ése es quizá el mayor riesgo que se tiene en Guanajuato: normalizar la violencia y poner a la seguridad pública al servicio prioritario de los grandes capitales, mientras la población enfrenta una sangría auténticamente terrorífica.
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