Si un observador extraterrestre, realizara exploraciones periódicas a nuestro planeta tierra, quedaría impactado por un cambio notable visible desde el espacio: el rápido ritmo de la urbanización. Las ciudades, semejantes a grandes luciérnagas iluminadas y titilantes desde el espacio, devoran grandes zonas rurales, creando vastas manchas de luz nocturna. La imagen, desde los satélites, es impresionante.
Y es que la fundación de la ciudad fue decisiva para nuestra evolución.
Escrito por: Ricardo Martínez Martínez
Robert Park, famoso sociólogo urbano, afirmaba que la ciudad era «el intento más coherente y en general más logrado del hombre por rehacer el mundo en el que vive de acuerdo con sus deseos más profundos. Pero, también es el mundo en el que está desde entonces condenado a vivir[1]” ¿Libres o condenados? ¿Cuál es la situación actual?
Hagamos un zoom histórico a tan interesante desarrollo.
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En 1800, menos del 2% de la población mundial vivía en ciudades. Para 1900, ese porcentaje había aumentado al 5%, y en 1950 llegó al 30%. En 2007, por primera vez en la historia, más de la mitad de la humanidad vivía en áreas urbanas. Según el World Cities Report 2022 de la ONU, en 2022 existían 570 ciudades con más de un millón de habitantes, 60 de las cuales superan los cinco millones y 37 tienen más de diez millones. Estas últimas son conocidas como “megaciudades” (UN-Habitat).
La concentración de personas en estas enormes urbes ha sido impulsada por las ventajas que ofrece la aglomeración de individuos, conocimientos y actividades, frecuentemente debido a la proximidad de ecosistema y cadenas de producción afines. A nivel global, ejemplos de ello son Londres y Nueva York, como capitales financieras, y Shenzhen, en la provincia china de Cantón, como capital de la electrónica de consumo (UN Population Division).
Las economías de escala generan numerosos ahorros. Las interacciones entre productores, proveedores y consumidores son más fáciles de gestionar en un entorno denso y conectado. Las empresas encuentran mano de obra abundante y diversa, y a pesar de los problemas de aglomeración y medioambientales, la calidad de vida en las grandes ciudades sigue atrayendo talento global, bajo la promesa de movilidad social y de un mejor futuro personal o familiar. Las ciudades son epicentros de sinergias y oportunidades de inversión, y ofrecen superiores posibilidades de educación y carreras profesionales (World Bank).
Esta dinámica es la razón por la cual muchas ciudades pequeñas y zonas rurales están perdiendo población, mientras las megaciudades continúan creciendo.
Otra perspectiva más geopolítica nos refiere que el crecimiento de las megaciudades ejemplifica la menguante influencia de Occidente y el ascenso de Asia. En 1900, nueve de las diez ciudades más grandes del mundo estaban en Europa y Estados Unidos. En 1950, Nueva York y Tokio eran las únicas megaciudades; Ciudad de México se unió en 1975. A finales del siglo pasado, había 18 megaciudades, y en 2020 el número ascendió a 35, con más de 500 millones de habitantes. Actualmente, 21 de las 37 megaciudades actuales están en Asia. Hay seis en Latinoamérica, dos en Europa (Moscú y París), cuatro en África (El Cairo, Lagos, Kinshasa y Dar es-Salam) y cuatro en Norteamérica (Ciudad de México, Nueva York, Los Ángeles y Chicago) (UN Population Division) (World Bank).
Un detalle es digno de atención: ninguna megaciudad sobresale en todos los criterios de calidad de vida. Tokio es limpia, con áreas residenciales tranquilas cerca del centro urbano, transporte público ejemplar y baja criminalidad, pero sus viviendas son pequeñas y los desplazamientos diarios largos y agotadores. Las megaciudades chinas, destacan por su arquitectura moderna y proyectos públicos, pero enfrentan problemas de calidad del aire y agua, y vigilancia constante. En África, megaciudades como Lagos y Kinshasa son ejemplos de desorganización, pobreza y degradación medioambiental (UN-Habitat). Ciudad de México ofrece un panorama similar de desigualdad.
Pese a estas dificultades, las megaciudades continúan atrayendo personas. Naciones Unidas prevé la aparición de diez nuevas megaciudades antes de 2030: seis en Asia (incluyendo Ahmedabad e Hyderabad en India), tres en África (Johannesburgo, Dar es-Salam y Luanda) y Bogotá en Colombia (UN Population Division) (UN Population Division).
México cuenta con dos megaciudades: Ciudad de México y Guadalajara. La Ciudad de México, con una población de más de 21 millones de habitantes, es un núcleo económico y cultural del país. Guadalajara, aunque más pequeña, ha crecido rápidamente y cuenta con una población de alrededor de 5 millones. Ambas ciudades enfrentan retos similares a otras megaciudades globales, como la congestión urbana, problemas medioambientales y desigualdades socioeconómicas, pero también ofrecen vastas oportunidades en términos de empleo, educación y calidad de vida (Fuente: INEGI, 2024).
Ante todo, esto, bien podemos preguntarnos lo siguiente: ¿Vale la pena vivir en megaciudades con todos los desafíos que presentan, como la congestión y la contaminación? ¿Nos hemos desconectado de la realidad y el entorno natural al vivir en espacios tan densamente poblados? ¿Cómo podemos equilibrar las ventajas de la vida urbana con la necesidad de sostenibilidad y calidad de vida? ¿Qué políticas públicas podrían implementarse para mejorar la vida en las megaciudades y hacerlas más habitables? ¿Cómo pueden las megaciudades contribuir a resolver problemas globales como el cambio climático y la desigualdad social?
Escribía José Antonio Marina, en su didáctico libro El deseo interminable: Las claves emocionales de la historia, que el éxito de la ciudad se debió a que prometía satisfacer tres grandes deseos humanos: el bienestar y la seguridad, la sociabilidad, y el aumento de posibilidades. Apareció por eso como la imagen de la felicidad. Hardt y Negri argumentan que deberíamos ver «la metrópoli como una fábrica en la que se produce el bien común».
¿Es esto hoy una realidad? ¿O es una simple quimera?
¿Qué hará el gobierno de la cuarta transformación respecto a esto? ¿Es la ciudad una ilusión quebrada?
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[1] Marina, José Antonio. El deseo interminable: Las claves emocionales de la historia (Ariel) (p. 85). Editorial Ariel. Edición de Kindle.
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