por Rogelio Flores
Nadie debería ser maltratado, mucho menos por sus iguales o sus seres queridos. Aún menos alguien debería elegir ser victimario para no ser víctima. Sin embargo pasa, y muchas veces no lo notamos o pretendemos no hacerlo. Los adolescentes, aunque estén rodeados de gente y atención, sufren en la soledad
Charlie tiene 16 años y a pesar de ser profundamente inteligente no se da cuenta de cómo funcionan las cosas. Su inocencia es apabullante. Es, además, tan sensible como cariñoso. Todo le conmueve y le preocupa, todo le genera empatía. Sin embargo, no sabe relacionarse y mira todo desde lejos, tomando distancia. Su mejor amigo se ha suicidado, su hermano se ha ido de la casa a estudiar la universidad y el único que parece entender su personalidad es Bill, su profesor de literatura. Entonces conoce a Sam y a Patrick, una chica y un chico mayores que él, e inician una amistad. Con ellos conoce a más muchachos, y de pronto es parte de un grupo y es feliz. Sin embargo, como siempre pasa con los adolescentes, las razones de su angustia y su depresión ahí están, escondidas, agazapadas, esperando el momento para saltarle encima. Y llegado el momento lo hacen.
En resumen, de eso trata Las ventajas de ser invisible, novela de StephenChbosky, recientemente adaptada (conmucho éxito) al cine, sobre las anécdotasde un chico que se ha sentido un marginadotoda su vida “que, de hecho, lo ha sido”,sin que eso haya minado su capacidadpara amar al mundo y a los demás. Los niñossolitarios no son solitarios porque sí,y cuando crecen, suelen ser adolescentesaún más solitarios, aunque estén llenos deamor. Así es Charlie.
Todos lo sabemos, no hay adolescencia perfecta.
Lo sabemos de primera mano porque estuvimos ahí: equivocándonos, cometiendo errores y pifias, sintiendo temor por todo. En general la vida es difícil, pero creo lo es más para el adolescente promedio. Más ahora. Y aunque la energía y las hormonas opinen diferente, nunca te sientes más vulnerable y solo, nunca más frágil que cuando eres adolescente. Tal pareciera que los huesos que te sostienen son cartílagos: estructuras elásticas, pero carentes de fuerza.
Quizá definir la adolescencia de ese modo parezca convencional, o cursi. O pesimista. Sin embargo, creo que no hay otra manera de hacerlo. Toda definición, tarde o temprano, se refiere a lo mismo: a un periodo de transición entre la infancia y la edad adulta a una serie de cambios tanto físicos como emocionales, y por tanto, psicológicos, así como a los eventos que llegan con esos cambios para los que, dicho sea de paso, nadie parece estar preparado.
Sobre los cambios físicos no hay mucho que decir. Los seres humanos no dejamos de cambiar biológicamente apenas nacemos. Nuestro proceso de crecimiento (que eventualmente se convertirá en envejecimiento y muerte) está presente desde el inicio y, sin detenerse, en algunos momentos observa transformaciones radicales, pero no tan profundas como las que tienen que ver con las emociones y lo psicológico, es decir, las que nos cambian por dentro.
El descubrimiento de la personalidad propia, además de cambiarnos, nos revela nuestro verdadero ser, más allá de que seamos una extensión de la familia con la que crecimos y los valores que nos inculcaron. Con el despertar de la sexualidad pasa algo similar, como pasa también con los cuestionamientos existenciales y morales hacia nuestros actos y nuestra educación; o la confrontación con la realidad (representada por “los otros”, por “los demás”, por “el mundo”), así como la necesidad imperiosa de expresarse. Todo lo anterior nos define como individuos y son temas ya difíciles de manera intrínseca.
Nunca, como ahora, se había hablado del tema del bullying y sus consecuencias. Lo paradójico es que tampoco, nunca como hoy, en medio de campañas y políticas públicas encaminadas a combatirlo, la agresividad y la discriminación entre adolescentes habían alcanzado niveles tan alarmantes. Acoso escolar, acoso y abuso sexual, violencia de género, xenofobia, suicidios y crímenes de odio han aparecido en la prensa nacional y mundial, develando que el mundo de los adolescentes, a pesar de su alegría, su entusiasmo y su inocencia, es más oscuro de lo que parece. Y esto sucede en las narices de la familia, la escuela y la sociedad.
Cómo combatir y cómo erradicar estas prácticas, no lo sé. Supongo que con amor, con respeto y con atención. Supongo que el personaje de Bill, el profesor de literatura, cumple con esa misión dentro de la novela, al ofrecerle a Charlie algo más allá de la enseñanza escolar con su amistad, las lecturas y el consejo que parece influir mucho en él: “sé un filtro, no una esponja”, que yo traduciría como “sé tú mismo”, “confía en ti, aunque sea tan difícil, valdrá la pena”.
Eso es lo que se puede encontrar en la lectura de Las ventajas de ser invisible, en Charlie y en sus amigos. Tanto él, como Sam y Patrick (y el resto de los personajes adolescentes, incluida su genial hermana y Mary Elizabeth, la feminista snob que es adorable); están en el punto exacto en que o abrazan su naturaleza, con todas las pérdidas a futuro que ello implica, o se condenan a representar sus versiones convencionales y políticamente correctas para el resto de sus vidas.
No es casual que casi todos los chicos que protagonizan la historia sean parte de una pequeña compañía de teatro que siempre representa la misma obra “The Rocky Horror Picture Show”, y que llegado el momento la dejen, casi siempre al enfrentar un hecho radical en sus vidas y su decisión al respecto.
Decisión que por cierto puede acarrear rechazo y discriminación (Patrick es gay y deja la obra al salir del closet, por ejemplo). Decía Oscar Wilde que los viejos se lo creen todo y que los adultos todo lo sospechan, mientras que los jóvenes, por el contrario, todo lo saben, que ellos son realmente los verdaderos sabios. Creo que el genio irlandés se refiere a que los adolescentes, en su inocencia, han aprendido a mentirle a todo el mundo, menos a sí mismos.•