El año de 1968 marcó un hito en nuestra historia reciente, fue escenario de crítica, de cuestionamiento de todo, de apertura de todo: voto para las mujeres, inclusión legal de las minorías étnicas; revolución sexual, revuelta estudiantil. Una espiral histórica cuyo desenvolvimiento todavía no concluye
1968 es el año en que inició una crisis que aún no logramos superar y que logró expresarse con una fuerza inédita hace 50 años. Si algo nos enseñó la generación de ese año fue la necesidad de escuchar a todos, de garantizar la libertad de creencias y de pensamiento, la libertad de expresión y el derecho al disenso de las minorías.
En palabras de Gilberto Guevara Niebla, “el movimiento estudiantil de 1968 fue un fenómeno nacional con una enorme trascendencia para determinar el desarrollo del México, el cual transitó hacia la democracia gracias a la lucha de esa generación, sentando el precedente para edificar el actual orden político democrático de nuestro país”.
Por otro, lado, de acuerdo con Miguel Basáñez, la represión del 02 de octubre en Tlatelolco tuvo dos aportaciones centrales para el país: por una parte, concienció a las clases medias respecto de la naturaleza contradictoria del Estado mexicano y, por la otra, formó a una generación fundamental, además de que determinó el hilo conductor del siguiente sexenio: ganar de nuevo a esas clases medias”.
Pese a la importancia histórica del movimiento estudiantil, cincuenta años después los hechos de 1968 siguen en la opacidad. Al respecto, Rolando Cordera afirma tuvo que pasar mucho tiempo sin que el poder estatal se mostrase dispuesto a revisar las peticiones y exigencias que se hicieron en 1968 y para que se le diese al movimiento estudiantil su profunda implicación histórica como un asunto de legalidad y transformación política, cívica y ciudadana.
Por todo ello, hoy el grito de “fuera”, ante quien sea, se manifiesta como un hecho bochornoso que nos regresa, justamente, a lo que ya no se quería desde hace cinco décadas: la exclusión y la imposición de un pensamiento que se asume legítimamente único. Se trata de una búsqueda que debemos reconducir y recuperar, para encaminarla hacia una ruta de bienestar generalizado.
Sin duda, rememorar 1968 implica, ante todo, recuperar la vocación de disenso; la vocación de habla y de escucha; la vocación de transformarnos siempre a favor de los que menos tienen. De poner a la historia del lado de los desposeídos.
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