El mundo nunca ha estado en completa paz. Todo el tiempo, en distintas regiones, los conflictos bélicos entre naciones, o al interior de ellas, se generan disputas por el poder, por la riqueza, y en no pocas ocasiones, esas motivaciones se agravan por identidades patológicas: nacionalismos extremos, xenofobia, racismo y otras formas de intolerancia se convierten en razón suficiente para que alguien decida dar la orden para comenzar a jalar del gatillo.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Solo en lo que va del siglo XX se tiene registro de 13 conflictos de gran escala; el más reciente y preocupante es el que se encuentra en curso y que dio inicio con la agresión no justificada de Rusia contra Ucrania. Los costos y consecuencias para los países involucrados, pero también para todo el mundo, son enormes y todavía es difícil cuantificarlos de manera apropiada.
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La guerra debe condenarse de manera categórica. Por ello sorprende la reticencia del titular del Ejecutivo Federal, quien no ha condenado suficientemente la agresión rusa; y ante la reciente declaración del Jefe del Comando del Hemisferio Norte del Gobierno de los EEUU, la respuesta que ha dado, respecto de que México no es colonia de ninguno de esos países, ni de ningún otro, resulta por decir lo menos, anacrónica.
Contrasta esta posición, con la que ha mantenido el jefe de la Misión permanente de México ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente; quien ha tenido una participación más que destacada al interior del Consejo de Seguridad de la ONU. Y es que el contraste no está solo en el tono de las declaraciones, sino en su alcance, sentido y visión de país ante la comunidad internacional.
Lo que debe quedar claro es que no se trata de estar de uno u otro lado del conflicto; sino que la posición ética de un país como el nuestro debería ser siempre estar a favor de la paz y de un rechazo rotundo a la guerra, que siempre ha sido y seguirá siendo sinónimo de horror, muerte, destrucción, orfandad, y en no pocos casos, hambre, pobreza y destierro.
Se apela constantemente a los principios constitucionales de nuestra política exterior, y retóricamente se apela a los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos; pero en este caso no está en juego un proceso de disputa política interna; estamos ante la catastrófica derrota de la diplomacia en un conflicto que ha durado años y que ahora busca resolverse de la manera más letal que puede haber.
Ya antes de este conflicto, en la vulgar retórica de Donald Trump, se planteaba la necesidad de desaparecer a la ONU; y no sería una novedad que los populismos de izquierda y derecha retomaran, ante la tragedia en que estamos, la idea de terminar con el multilateralismo. Nada habría más equivocado que eso.
Lo que urge es una reflexión seria, y en eso México tiene mucho qué aportar a partir de su potente tradición diplomática, para fortalecer al derecho internacional y los mecanismos de que disponemos y promover y conseguir siempre la solución pacífica de los diferendos entre las naciones.
Podríamos, como país, plantear una renovada serie de principios e instrumentos de mayor eficacia para la prevención de la violencia armada en el mundo; y para garantizar los mejores valores que podemos asumir como humanidad; sobre todo en un escenario que exige de la intervención coordinada y dialogante de las naciones, como el cambio climático y la extinción masiva de especies.
El mundo debe ser capaz de pensar cada vez menos en fronteras e “intereses nacionales”; y cada vez más en el interés planetario: erradicar el hambre y la pobreza, generar mayor resiliencia ante fenómenos pandémicos; poner fin a enfermedades prevenibles, sobre todo las infecciosas; y garantizar a viabilidad de la vida en la tierra, por citar sólo algunos de los temas de mayor visibilidad. Desde esa perspectiva, los ODS y sus antecedentes, las Metas del Milenio, habían trazado un horizonte plausible y desde luego, deseable.
Ante ello, la posición de algunas y algunos legisladores, creando el llamado “Grupo de amistad con Rusia”, constituye un extravío monumental. Implica no entender que en la guerra la única ruta transitable es la de la paz y la solidaridad con los pueblos victimizados. El rechazo a la destrucción y, ante todo, la defensa de la vida.
Mirar lo que ocurre en el corazón de Europa debe llevarnos, con urgencia y eficacia, a ver nuevamente hacia los enormes dilemas que tenemos en nuestro país. Monterrey está al borde del hídrico, pero hay al menos otras 50 ciudades de gran tamaño que podrían enfrentar escenarios similares, incluida la Ciudad de México en unos cuantos años.
No tenemos ningún avance en el combate a la pobreza; no hay tampoco ningún viso de mejoría del mercado laboral y del ingreso de las familias, sobre todo de las más pobres; el sistema de salud está en riesgo de colapsar; la violencia está desbordada en todas partes; los rezagos se acumulan y frente a ello, el deterioro institucional continúa cotidianamente de forma inexorable.
En épocas de crisis, voltear al pasado ayuda a encontrar lo mejor de nosotros en nuestras raíces más profundas; y entre ellas, se encuentra el pensamiento de Bartolomé de las Casas y su tesis central: la humanidad es una; y por ello es imprescindible siempre trabajar a favor de ella.
La comunidad internacional, una vez que eventualmente cese el fuego en Ucrania, estará ante un reto monumental: impartir justicia con base en los tratados y acuerdos internacionales vigentes. Ahí se pondrá a prueba la capacidad del sistema de las Naciones Unidas para hacer valer, por ejemplo, la jurisdicción tanto de la Corte Internacional de Justicia, como de la Corte Penal Internacional; pero igualmente, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
El futuro próximo es incierto; y por ello, debemos acelerar el diálogo público nacional para romper con la perversa lógica del pensamiento único que se busca imponer a toda costa; y avanzar rápidamente hacia el pensamiento complejo, al pensamiento crítico que busca en la pluralidad y las diferencias, el encuentro con el rostro ajeno, ese que nos recuerda que todas y todos somos vulnerables ante la enfermedad, el hambre y la muerte.
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