La tragedia de Torreón conmocionó a una buena parte del país, y qué bueno que haya sido así; porque abre la posibilidad de plantear la urgencia de transformar la inaceptable realidad de ser un país inapropiado para la niñez. Para ello es preciso desmontar varias afirmaciones que son equívocas y que impiden avanzar en esa materia.
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En primer lugar, es importante reconocer que nuestro país adolece de diagnósticos apropiados sobre lo que ocurre en torno de las niñas y los niños. Es falso que sepamos, bien a bien, qué está pasando en diferentes ámbitos de la realidad social y, por lo tanto, se hace muy difícil saber qué hacer desde el aparato público.
Por ejemplo, en materia de salud mental, sabemos muy poco. El único indicador con representación nacional que tenemos es el de la Encuesta Nacional de los Hogares (Inegi, 2017), en el que se estima que hay al menos 33.8 millones de personas mayores de 17 años que alguna vez se han sentido deprimidos. En contraste, los registros de la Secretaría de Salud muestran que únicamente alrededor de un millón de personas son diagnosticadas con este padecimiento anualmente.
En segundo lugar, es preciso reconocer que carecemos de un sistema institucional que oriente realmente el gasto y los programas desde una perspectiva que haga efectivo el derecho de prioridad de las niñas y los niños; y que nos lleve al cumplimiento estricto del principio del interés superior de la niñez.
Las políticas para la infancia en México han estado y siguen desarticuladas, y la presencia de esta agenda en las discusiones presupuestales está cada vez más tanto lejana como ausente. Hoy se puede afirmar que el Presupuesto de Egresos de la Federación carece de una perspectiva de derechos de la niñez; y que no hay una sola entidad de la República que haya hecho de esa agenda un eje rector de su propuesta de gobierno.
En la pasada administración, la Ley General de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes sentó las bases para la construcción de un Sistema Nacional para la Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), que no tuvo los recursos para consolidarse y articular una política nacional en la materia, y que, en el marco de las nuevas prioridades y programas de la administración 2018-2024, se encuentra desbordado.
México no puede perder el rumbo. Y una cosa es que la narrativa del gobierno de la República haya abandonado las categorías relativas a la perspectiva de derechos humanos, y otra que la sociedad deba desviarse también del mandato constitucional relativo a que el proyecto de país no es otro sino su cumplimiento universal y, en este caso, específicamente de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.
Es necesario comenzar por lo más urgente: evitar a toda costa que haya niñas y niños que enfermen o mueran por causas en exceso evitables: desnutrición, enfermedades infecciosas (respiratorias e intestinales fundamentalmente) y causas violentas.
Es inaceptable, por ejemplo, que del 2009 al 2018 hayan fallecido por desnutrición tres mil 11 niñas y niños antes de cumplir su primer año de vida. A ellos deben sumarse los mil 700 casos registrados en el grupo de 1 a 4 años; 639 en el grupo de 5 a 9 años, y 605 más en el grupo de 10 a 14 años de edad. Se trata de cinco mil 955 niñas y niños que no debieron morir. Igualmente, entre los años 2009 y 2018 fallecieron 40 mil 409 niñas y niños de 0 a 14 años por causas accidentales y violentas: 12 cada día. Las cifras, desde la perspectiva que se vea, son una total tragedia.
La Cuarta Transformación del país debe lograr la erradicación de la corrupción, sí, pero, sobre todo, erradicar la muerte evitable; ésa que es excesiva porque es expresión de todo lo que no debemos ser, porque es innecesaria y escandalosa, en el sentido más amplio de esos términos.
El gobierno del presidente López Obrador se ha planteado metas ambiciosas, pero ninguna de ellas está referida explícitamente a la niñez, en los términos que establece la Convención de los Derechos de la Niña y el Niño, y la ley general en la materia en el país. Lo evidente es que urge y es posible que lo haga. Aún está a tiempo.
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Artículo publicado originalmente en el periódico Excélsior. Se reproduce con autorización expresa del autor.
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