Una de las principales críticas a las comparaciones realizadas de datos y comportamientos entre naciones respecto a la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 es no tomar en cuenta al momento de cotejar las cifras, y por lo tanto al derivar resultados a partir de ellas, las distintas condiciones estructurales, ubicaciones geográficas, tamaños poblacionales, fechas de inicio de los procesos de contagio y otras variables que invalidan de entrada o al menos restan rigor a las comparaciones que se realizan, a menos que se procure llevarlas adelante con el cuidado de alcanzar similitudes que permitan que los cotejos tengan alguna lógica. En este texto se analiza el caso de dos realidades distintas: la de México frente a la de Colombia.
Por Ricardo de la Peña. Síguelo en Twitter: @Ricartur59
En nuestro caso, decidimos reducirnos a una comparación entre dos naciones latinoamericanas que presentan dos realidades distintas; ambas con poblaciones extensas —México con 129 millones de habitantes y Colombia con 51 millones, lo que produce una relación donde México es dos y media veces mayor que Colombia—, en las que se ha adoptado las definiciones internacionales para determinar los casos confirmados y los decesos con COVID-19 y que son de los países que mejor cumplen con las buenas prácticas para informar respecto a los contagios y fallecimientos que presentan por la pandemia de COVID-19, aportando en ambos casos datos precisos sobre la fecha de notificación, la residencia del atendido, su sexo y edad y las fechas de inicio de síntomas y fallecimiento, entre las variables que permiten una plena comparabilidad.
Además, de manera no fortuita, pues corresponde al avance regional de la pandemia a nivel mundial, en ambas naciones los primeros casos con síntomas de COVID-19 se reportaron en los últimos días del mes de febrero de 2020, por lo que su desarrollo sobre un vector calendario resulta cabalmente pertinente.
A mediados de agosto de 2020 México había realizado algo menos de 1.2 millones de pruebas de laboratorio para detectar contagios con el SARS-CoV-2, alrededor de novecientos por cada cien mil habitantes o poco menos de uno por ciento de su población.
A diferencia, a esa misma fecha Colombia había realizado más de 2.1 millones de pruebas de laboratorio para el fin indicado, más de cuatro mil por cada cien mil habitantes o arriba de cuatro por ciento de su población. Así, con 40 por ciento de la población de México, Colombia había aplicado 1.8 veces más pruebas, lo que representaba una tasa de testeo 4.6 veces superior a la de nuestro país (gráfico 1).
Pero es verdad que el fin de la vigilancia epidemiológica no es hacer pruebas por hacerlas, sino que sirvan de algo. Pues resulta que la mayor proporción de pruebas aplicadas por Colombia ha llevado a este país a observar el doble de casos promedio por cien mil habitantes que México: 800 casos en Colombia, por 400 en nuestro país. Así, la morbilidad registrada vinculada a COVID-19 en Colombia es superior a la observada en México (gráfico 2).
A diferencia, la letalidad observada en México resulta ser más alta que la detectada en Colombia, pues mientras en México se reporta el fallecimiento de 44 de cada cien mil habitantes, en Colombia son 31 decesos por la misma cantidad de residentes.
Así, en la práctica, para una misma cantidad de población hay tres mexicanos que fallecen por cada dos colombianos que lo hacen (gráfico 3).
Lo anterior puede leerse de una manera distinta: la tasa porcentual de letalidad de los contagios por COVID-19 en México alcanza la elevada proporción de casi 11 por ciento, mientras que en Colombia se sitúa ligeramente por debajo de cuatro por ciento (gráfico 4).
Una letalidad tres veces más alta en nuestro país que la que se registra en Colombia. Y eso que esta razón ha descendido recientemente, pues hacia mediados de año México alcanzó una letalidad hasta cuatro veces mayor que en Colombia.
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Cuando se mira el impacto de la desigual letalidad entre la población de México y de Colombia por sexo y edad, variables registradas por ambas naciones en las bases de datos puestas a disposición pública, se encuentra que existirían dos segmentos con mayores tasas en México que en Colombia (gráfico 5): la letalidad observada entre menores de cinco años de edad en particular y en general en menores de quince años, lo que de ser verdad sería muy triste y serio; y una curva de letalidad más alta para la población en la etapa más productiva, entre 30 y 44 años de edad, lo que hablaría de un impacto económico potencial mayor de la pandemia en México por la pérdida de capital humano con mayor productividad en lo inmediato que lo que se estaría presentando en Colombia.
Claro, si todo esto no es sólo efecto de la carencia de pruebas suficientes que derivan en perfiles de contagios y decesos que no reflejarían la situación real, sino lo que dicen datos parciales y sesgados sobre el fenómeno sanitario en nuestro país.
Este es el impacto que podemos determinar de variables que resultan perfectamente comparables y que están incluidas en las bases de datos de ambos países. Pero no podemos saber qué tantas otras distorsiones se pudieran estar provocando por la carencia de una cantidad suficiente de pruebas para conocer el verdadero alcance de los contagios en México.
Los perfiles que podemos dibujar con base en los datos oficiales son solamente un reflejo, muy inexacto, de lo que ocurre en la realidad.
Las cifras de letalidad que se observan en México en general, que reflejan una supuestamente elevada mortalidad producto de contagios con COVID-19, son entonces muy factiblemente reflejo de diferentes tasas de testeo a la población: entre más pruebas se realizan, se localizan y pueden seguirse más contagios y se producen menos muertes.
Eso es lo que nos dice, lo que nos demuestra, esta comparación simple entre dos naciones muy semejantes, altamente comparables, con indicadores que de todas maneras fueron estandarizados.
Supongamos por un momento que las cifras producto de esta comparación reflejan algo real: que en México hay más muertos que en países semejantes, producto no de mayores tasas de morbilidad, sino de menores esfuerzos por el encuentro y detección a tiempo de infectados que evite que terminen falleciendo. ¿Quién se hará ética y legalmen
**El autor es experto en temas político-electorales y de análisis estadístico. Preside Investigaciones Sociales Aplicadas (ISA)
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