Según el diccionario de la RAE, “mezquino” en su segunda acepción es aquella persona que es “falto de generosidad y nobleza de espíritu”. Y en su quinta acepción es “desdichado, desgraciado, infeliz”. Este adjetivo viene a cuento porque en el último par de semanas hemos visto abundantes muestras de mezquindad entre los integrantes más notables de la clase política hoy hegemónica.
Escrito por: Luis Miguel Rionda
Lo contrario es “generoso”: aquél o aquélla “que obra con magnanimidad y nobleza de ánimo”, su segunda acepción. San Francisco de Asís, hoy tan de moda, enseñaba que “es en dar que recibimos”. Y Eurípides, el poeta, sentenciaba: “Para las almas generosas todas las tareas son nobles”. En fin, que los sabios ilustran que es mucho más rico el dar que el recibir; el que da, se enriquece en el bien del otro, al que le reconoce su calidad de igual, aunque en desgracia. En extensión, al caído se le brinda soporte para su redención y mejoría por el bien de todos.
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Ejemplos históricos de solidaridad entre antiguos rivales abundan. Recordemos un par: luego de la guerra civil norteamericana, la triunfante Unión norteña emprendió un generoso programa de recuperación hacia el derrotado sur, territorio rebelde y aristocrático del esclavismo y el fanatismo religioso. Esa labor de integración la continuarían los Roosevelt en el siglo XX, con su New Deal, y luego el federalismo solidarista de Eisenhower. Gracias a la aceptación mutua, los Estados Unidos pudieron nivelar sus índices de desarrollo y construir un país menos desigual.
Al término de la segunda guerra mundial, los triunfantes aliados no cometieron el mismo error que sus predecesores de la Gran Guerra en 1918: no humillaron al adversario derrotado, en este caso los alemanes, italianos y japoneses. No cobraron venganza como sí lo hicieron los soviéticos, que se robaron toda la potencia industrial e intelectual de la Alemania del este, la vieja Prusia. Los occidentales, al contrario, implementaron iniciativas de salvamento económico, como el muy recordado Plan Marshall, que les permitió a las potencias caídas recuperar su prosperidad y convertirse en nuevas democracias aliadas de los vencedores.
La generosidad da buenos resultados, y construye futuros compartidos. Lo contrario, la mezquindad, el odio perpetuado, el ansia de destrucción conducen al oprobio de los pueblos y la cancelación de un porvenir conjunto y dichoso. Eso nos está sucediendo en México. La nueva fuerza hegemónica populista se engolosina con los nuevos poderes adquiridos o arrebatados a las derrotadas oposiciones, y coloniza, anula o derriba los contrapesos constitucionales, puestos ahí por los liberales de 1857 y 1917.
La mezquindad ha alcanzado incluso a la titular del ejecutivo nacional, que en sus matinées se expresa con lamentable desprecio sobre el Poder Judicial y los ministros que no le son obsequiosos. Lástima de investidura. Por su parte, los jueces y magistrados, degradados a pelotas de tómbola, han respondido con una dignidad merecedora del respeto de sus inopinados adversarios, y presentan en masa sus renuncias evidenciando su calidad de personas íntegras. Pero la generosidad y el respeto están fuera de moda.
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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda
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