Este miércoles 10 de agosto los habitantes de once municipios del estado de Guanajuato amanecimos con miedo y con la increíble noticia de que el crimen organizado desplegó su creciente capacidad operativa para atacar comercios y automóviles, bloquear vías de comunicación y sembrar el terror en el centro de Jalisco y la totalidad del Bajío. En mis seis décadas de existencia nunca había yo visto o sabido de un ataque armado de tales dimensiones, coordinación y violencia en un espacio social tan amplio.
Un auténtico operativo de guerra, cuyos contendientes son los grupos criminales organizados, ante un Estado pasmado y desbordado. Sencillamente, los ataques no se repelieron con presteza mediante las fuerzas a disposición del orden social; los gobiernos y las corporaciones sólo contuvieron fuegos y, si acaso, arrestaron a operadores de campo que las coyunturas expusieron. No hubo previsión estratégica.
El Estado y sus órdenes de gobierno fueron sorprendidos por la reacción de los patibularios. Aparentemente todo se inició con un operativo del ejército en el estado de Jalisco, en Ixtlahuacán del Río, donde se quiso apresar a líderes mafiosos de relevancia -el “Apá” y el “RR”- cabecillas en el cártel que tiene base en esa entidad. Las mesnadas armadas del CJNG en ambas entidades respondieron con un alcance y sincronía que habla de una fuerza armada profesionalizada. Un ejército que ha mostrado su fuerza mediante videos que exhiben caravanas de vehículos blindados con docenas de hombres y niños -tal vez mujeres- con uniformes castrenses y consignas que evidencian sentido de cuerpo y ánimo de batalla. Ya no hablemos de la regazón de cuerpos mutilados con mensajes amenazantes, que buscan desgastar la moral del rival criminal y de la sociedad en general.
Mi casa de trabajo, la Universidad de Guanajuato, tomó a tiempo la decisión sensata de suspender por un día las labores presenciales, en protección de su comunidad, que ya ha padecido los efectos de la violencia criminal. Esto con la esperanza de que la paz pueda recobrarse a la brevedad. Yo me mantengo escéptico, aunque con mis alumnos acordé retornar de inmediato a clases presenciales.
Me llena de tristeza ver cómo mi familia, mis vecinos y mis amigos sufren la angustia de no saber qué está pasando. La mañana del miércoles fue un hervidero de versiones, chismes y miedo en mi casa y en mi calle. La tiendita de al lado se llenó de vecinos que se retroalimentaban de angustias e historias. Las redes sociales no ayudaron mucho, y menos la constipación informativa de las autoridades.
Albergo el recuerdo añorado de un México tranquilo -bueno, más o menos- y un Guanajuato aburrido de tan sereno. En mi infancia y juventud viajé con mi familia en una vieja combi por las carreteras de Guerrero, Michoacán y Colima, para dormir en sus playas o en sus palapas, con la plena confianza de no ser molestados. ¡Al contrario! Pero eso ya no es posible, ni siquiera en los antes sosegados Guanajuato y Jalisco.
Hoy reina el miedo. No se ve la luz del final del túnel. Como decían las abuelitas: Dios nos agarre confesados…
(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León, Departamento de Estudios Sociales. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – https://luismiguelrionda.academia.edu/ – https://rionda.blogspot.com/
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