La muerte es inevitable; es parte intrínseca de la existencia. En la visión del poeta-filósofo Unamuno, es la gran tragedia del hombre; pero lo que lo hace trágico no es tanto la desaparición biológica de la persona, sino la conciencia de que, por más que busque una justificación racional o filosófica para su existencia, el ser humano siempre se ve confrontado con su propia finitud. El ser humano, según Unamuno, lucha por la inmortalidad, pero es consciente de que no puede alcanzarla en términos materiales o lógicos; y por ello aparece como un misterio insondable que se resiste a la razón y que provoca angustia, ya que todo intento de aceptar la muerte supone la renuncia a la vida misma.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Por su parte, en la filosofía de Levinas, la muerte se presenta como una amenaza permanente, no solo para el ser individual, sino para la relación ética con el otro. La muerte se vive como una separación definitiva, pero también como un acontecimiento que marca la urgencia de la responsabilidad hacia el prójimo. La conciencia de la muerte, según Levinas, no es solo un enfrentamiento con la propia finitud, sino una invitación a reconocer la vulnerabilidad del otro y a responder ante su necesidad. En este sentido, la muerte se convierte en un factor que revela la interdependencia y la fragilidad de la vida humana.
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A diferencia de Heidegger, quien ve la muerte como un horizonte ontológico que define la existencia, Levinas señala que la muerte no puede reducirse a una mera cuestión de existencia individual, sino que debe ser entendida en su dimensión ética. La muerte del otro implica una responsabilidad que trasciende la finitud individual. La ética de este filósofo exige que el sujeto no se centre únicamente en su propia muerte, sino que se responsabilice ante la muerte del otro, una responsabilidad que surge desde la precariedad y finitud de la vida humana. Es una ética sin fundamentos, porque se basa en el reconocimiento de la vulnerabilidad compartida ante el hambre, la enfermedad y todo aquello que nos define como seres finitos.
Leer bajo esas coordenadas los datos sobre las defunciones registradas por el INEGI en 2023, obligan a una reflexión ética urgente sobre cuáles son los objetivos y prioridades, implícitas y explícitas, del conjunto de las políticas sociales en nuestro país. Y es que la mayoría de las defunciones que se encuentran entre las principales causas generadoras de la muerte ocurrieron de manera excesiva y, por lo tanto, escandalosa, no sólo por la magnitud numérica, sino porque son provocadas justamente por la señalada irresponsabilidad ante el prójimo.
De acuerdo con la información oficial 799,869 personas perdieron la vida en 2023. Esta cantidad representa un promedio de 2,191 casos por día; o bien, 91 decesos cada hora.
La muerte tiene una distribución geográfica muy distinta en México. Para ilustrarlo, es útil el dato de la tasa bruta de mortalidad, es decir, el número de defunciones por cada 100 mil habitantes. En la Ciudad de México, donde se registra el dato más alto, la tasa es de 841, mientras que, en Baja California Sur, la entidad con el menor valor se tiene una tasa de 462, casi la mitad de lo que se tiene en la capital del país.
Las cardiopatías, la diabetes mellitus tipo II y los tumores malignos son las tres principales causas de mortalidad en el país. Entre esas tres causas suman 390,831 defunciones; una cifra que equivale a un promedio de 1,071 casos por día. Una magnitud enorme que tiene severas consecuencias que comienzan con el dolor de la enfermedad prolongada de quienes pierden la vida, así como el dolor de las y los familiares que deben despedir a sus difuntos.
Un tema que debe destacarse es el relativo a la mortalidad por accidentes y por agresiones. Por los primeros, fallecieron 40,275 personas; mientras que, por las agresiones, es decir, homicidios dolosos, perdieron la vida 32,542 seres humanos quienes fueron víctimas mayoritariamente de la violencia armada que tiene aterrorizado a todo el país.
En estos datos no se encuentran los de las personas desaparecidas; una de las tragedias mayores entre todas las tragedias cotidianas, pues obligan a decenas de miles a llorar sin tener un cuerpo al cual despedir; las horas de angustia que se viven en esas familias, donde la incertidumbre y el dolor de no saber dónde están sus hijas, hijos, hermanos, esposos, etc., se prolonga y se profundiza en la desesperación de desconocer si están o no con vida sus seres queridos.
Es cierto que la cifra de personas asesinadas disminuyó respecto de 2022, pero esa reducción es de apenas de 3.1%., pues el año previo el registro fue de 33,287 personas víctimas de homicidio doloso. Pero también es cierto que la mortandad que genera la violencia extrema que campea en el país es inaceptable y que urge hacer mucho más para pacificar y reconciliar a México.
¿Dónde está, pues, la responsabilidad que nos es exigible respecto de las y los otros, nuestros semejantes, nuestro prójimo? ¿Dónde queda la responsabilidad de construir un Estado social de derecho en el que se pueda vivir y morir con dignidad? ¿Por qué no podemos ser un país en el que la vida sea digna de ser vivida y en el que podamos transcurrir el tiempo de que disponemos con el mayor bienestar posible?
En ese sentido, es pertinente insistir en que México debe fijarse como prioridad evitar las muertes en exceso; porque se trata de muertes que no deben ser; no en el momento y del modo en que están ocurriendo. Es cierto, jamás será un buen momento para morir; pero que ocurra en las mayores condiciones de dignidad posibles, es algo que sí puede construirse y garantizarse. Y eso es parte de nuestra gran tragedia, porque lo hemos pospuesto como sociedad, una y otra vez.
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Investigador del PUED-UNAM
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