Seguimos sin aprender las lecciones de las muertes por la pandemia, al menos no de forma suficiente. Debe decirse en presente, porque el Covid-19 sigue entre nosotros y continuará como endemia, dice la epidemiología. En estos días se cumplen tres años del inicio del confinamiento, y conviene volver la vista a esos días, que nos conmocionaron a todos y nos marcaron como una de las grandes experiencias de nuestras vidas.
Escrito por: Enrique Provencio D.
Volver la vista y regresar con la memoria es inevitable como vivencia personal, pero sobre es indispensable como experiencia colectiva. No todos recordamos lo mismo de aquellos meses de encierro, claro, porque aunque en las sociedades, en el mundo, nos enfrentamos a una emergencia compartida, en los hogares y colectivos la registramos de maneras muy diferenciadas y, sobre todo, con los filtros de nuestras subjetividades.
La conmoción tenía que pasar, tarde o temprano, porque de algún modo debíamos recuperar nuestras actividades, aunque estas ya no fueran las mismas de siempre o no del mismo modo que antes. Lo que no debemos perder es el sentido de alerta que surgió hace tres años, y que asociamos con aquella idea de que emergería una normalidad diferente, sobre todo en la salvaguarda de la salud y la vida, la protección de las personas más vulnerables, el cuidado del entorno ambiental y humano, la valoración del trabajo de quienes se ocupan de los servicios básicos, el equilibrio de las actividades laborales y las personales, las cargas dentro del hogar, la provisión de los bienes esenciales para la cotidianeidad, entre tantos otros aspectos que aprendimos entonces a mirar de manera distinta.
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Y sí, cambiamos comportamientos individuales y conjuntos, alteramos rutinas, formas de trabajar, maneras de relacionarnos y mirarnos, modos de entender los riesgos sanitarios, y muchas otras facetas de nuestras vidas. Ante las disrupciones que enfrentamos, en la salud, el empleo, la economía, la movilidad, la comunicación y casi en todas las esferas sociales y personales, aprendimos que la seguridad humana tiene límites más estrechos que los que suponíamos, y que algunas de las incertidumbres vitales que dábamos por erradicadas nos siguen acechando como ocurría hace muchas generaciones.
A tres años de que iniciamos aquellos meses de confinamiento es confuso el balance nacional sobre los saldos de la pandemia, y sobre todo el de las responsabilidades del Estado ante la misma. El empeño gubernamental en sostener su discurso sobre la exitosa gestión del Covid-19 es inversamente proporcional a los resultados conseguidos. El saldo trienal de 839,000 fallecidos por el coronavirus ni siquiera está presente en la conversación pública. Son las más de 333,000 muertes confirmadas (al 16 de marzo de 2023), más los casi 506,000 defunciones asociadas que se documentan en el reporte de exceso de mortalidad para fines de 2022 y que se encuentra en https://coronavirus.gob.mx/exceso-de-mortalidad-en-mexico/
Un trienio después, es más lo que no aprendemos de la pandemia que lo que estamos haciendo a partir de lo que vivimos y supimos en estos años. El modelo para atender a la población no cubierta por el IMSS y el ISSSTE se abandonó sin explicar el fracaso del INSABI; los presupuestos el sistema público de salud apenas si se están recuperando frente a lo que se tenía hace ocho años; la capacidad para abastecer las recetas a los asegurados sigue fallando; el gasto de bolsillo para pagar servicios y medicamentos ya se quedó en el equivalente a la mitad del presupuesto de salud para los pacientes; la cobertura de general de vacunación distinta a la del coronavirus sigue sin recuperarse y tiene desprotegidos a decenas de miles de niñas y niños, y la capacidad nacional para producir y distribuir vacunas no mejora.
No se sabe bien a bien que previsiones se toman para mejorar la capacidad de respuesta ante otras crisis posibles en la salud pública, y, al contrario, se refuerza la centralización del sistema. La línea de defensa gubernamental que descargaba toda responsabilidad por las insuficiencias sanitarias al pasado reciente reaparece a la menor crítica, aunque haya fracasado el intento de mejorar los servicios, y se continúe afectando a las instituciones de educación superior para formar más profesionales de la salud, mientras se mantienen las restricciones a los propios institutos públicos y a los centros de investigación para generar y aplicar mejores conocimientos a la salud y al bienestar.
El tiempo de la pandemia no es del pasado, aunque se siga eludiendo la responsabilidad estatal frente a las consecuencias del Covid-19. El caso de la educación, sobre todo en la básica y media, es tan grave como el de la salud. El rezago generado por el tiempo en que estuvieron cerradas las escuelas, más de 250 días sin clases y con programas deficientes de educación a distancia, el doble que el promedio de la OCDE y uno de los más altos del mundo, tardaría varios años en compensarse si hubiera programas de recuperación del tiempo de escuelas cerradas, pero no los hay. Es posible que ya no sea posible resarcir ese tiempo educativo, lo que repercutirá en la formación de varias generaciones escolares y agudizará la desigualdad social.
No hay campo social que haya quedado a salvo de la pandemia, y por fortuna sus secuelas están documentándose y expresándose como planteamientos de acción pública. Por ejemplo, la UNAM ha dado a conocer una obra colectiva que aborda catorce temas distintos en los que el país registra sus impactos, entre otros la desigualdad, el trabajo, los derechos, las poblaciones rurales, el ambiente, la democracia, las ciudades y la vivienda, el género y los cuidados, y, por supuesto, la educación y la crisis sanitaria. https://www.gaceta.unam.mx/seminario-la-decada-covid-en-mexico/ Tres años después, y ya por entrar a los debates de la transición sexenal, hay mucho que recuperar para un cambio que se haga cargo de los impactos del Covid-19.
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Frase clave: muertes por covid, coronavirus y sus muertes, muertes en México.
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