El Instituto Nacional de Estadística y Geografía dio a conocer los resultados de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH, 2020), con base en los cuales el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social deberá presentar en las siguientes dos semanas los resultados de la Medición Multidimensional de la Pobreza, 2020.
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De todos los datos presentados en la ENIGH, que son muchos de ellos más que preocupantes, destaca el relativo al número de hogares con problemas para satisfacer sus necesidades alimentarias y en los cuales habitan niñas, niños y adolescentes.
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En efecto, de acuerdo con los datos del INEGI, en el país hay 11.14 millones de hogares “con alguna dificultad para satisfacer necesidades alimentarias de los menores”. Lamentablemente el dato no da cuenta de cuántas de la niñez con hambre en esos hogares, pero dados los datos del Censo 2020, puede asumirse un promedio de al menos 1.5 por hogar, lo que implicaría una suma de al menos 16.7 millones de niñas y niños en esa condición.
Del total de hogares señalados, en 3.75 millones algún menor “dejó de tener una alimentación sana y variada” en los últimos tres meses. En 4.6 millones de hogares, “algún menor tuvo una alimentación basada en muy poca variedad de alimentos”, lo que quiere decir que no están ingiriendo el conjunto de nutrientes recomendados en esquemas como el del “plato del buen comer”, que incluye al menos cinco tipos diferentes de alimentos.
De igual forma, en 3.039 millones de hogares, “algún menos comió menos de lo que debería comer”; por su parte, en 3.018 millones de hogares a algún menor se le tuvo que disminuir la cantidad servida en las comidas.
Por si lo anterior no fuese suficiente, hay tres indicadores que literalmente nos interpelan y exigen un debate serio en el Congreso; una revisión integral de los programas prioritarios de la Presidencia; y un replanteamiento de los programas sociales que se diseñan y operan en las entidades y municipios.
El primero de ellos es el relativo a que en 1.26 millones de hogares, en los últimos tres meses, “algún menor sintió hambre, pero no comió”; el segundo indica que hay 1.22 millones de hogares donde “algún menor se acostó con hambre”; y en 859,738 hogares, algún menor comió solo una vez al día o dejó de comer todo un día”.
Los datos respecto del 2018 muestran una disminución, pero que es sumamente lenta y desigual. Por ejemplo, en el indicador relativo a los hogares donde algún menor sintió hambre, pero no comió, la disminución es de 4.2%; es decir dos puntos porcentuales por año. A ese ritmo, de manera lineal, esta situación se erradicaría en 50 años más. En el dato de algún menor que se acostó a dormir con hambre, la disminución es de 6.7%; mientras que, en el más duro de todos, relativo a que algún menor comió solo una vez al día o dejó de comer todo un día, la disminución es de 8.6%, es decir, de apenas 4.3 puntos porcentuales por año, lo que nos colocaría en un horizonte de 13 años para erradicar esta problemática; pero las niñas y niños no tienen ese tiempo.
Ni la presidencia de la República, ni ningún gobierno estatal o municipal cuentan con una estrategia integral para la erradicación del hambre en la niñez, y menos aún una que se enmarque en un contexto general de garantía de la seguridad alimentaria y del derecho humano a la alimentación.
La segunda acepción que el Diccionario de la Lengua Española da a la voz escándalo es el de ser “un hecho o dicho considerados inmorales o condenables y que causan indignación y gran impacto públicos”. Nada menos que eso es la situación descrita, pero lo que hace falta es que se dé efectivamente la indignación pública y la consecuente demanda de darle prioridad, sobre todas las cosas, a la atención primerísima de este tema.
Investigador del PUED-UNAM
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