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No a la muerte

En el México del siglo XXI se está reproduciendo un fenómeno inquietante, que ya se había padecido hace cien años: la indiferencia ante la muerte. En las décadas de 1910 y 1920 nuestro país padeció una violenta revolución y varias asonadas, hasta la última de Saturnino Cedillo en 1937. Además, sobrellevó la primera pandemia de ese siglo, la llamada influenza española de 1917 y 1918, en buena medida producto de la primera guerra mundial.

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Nadie sabe con certeza cuántas muertes cobraron ambos sucesos, pero sin duda fueron demasiadas, pues se reflejaron en los grandes números de los censos de población de 1910, 1921 y 1930. El tercer Censo General de Población de 1910 arrojó un total de 15 millones 160 mil habitantes de este territorio. Once años después esa cantidad había disminuido en 5.4%, al sumar solamente 14 millones 335 mil personas. A esa pérdida neta hay que sumar el crecimiento demográfico natural que se perdió en esos años, más la migración internacional de miles de mexicanos que huyeron de la violencia.

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En el quinto censo general de 1930 se contó a 16 millones 553 mil mexicanos. Una recuperación del 15.5% con respecto a 1921. A partir de entonces la población inició una recuperación espectacular, producto de la paz social y el progreso económico. Las generaciones de la posrevolución heredaron un miedo endémico a la violencia y a las pestes, y eso contribuyó a la notable estabilidad que caracterizó al “milagro mexicano” y el largo decurso del desarrollo estabilizador. Durante varias décadas, fue notable el caso mexicano entre los países latinoamericanos, por su convivencia sosegada.

Eso terminó en los años noventa. México desplazó a Colombia como origen de los flujos de psicotrópicos, ya que los carteles mexicanos aprovecharon el vacío que provocó el derrumbe de los cárteles de Medellín y de Cali durante esa década. Las recurrentes crisis económicas y la depauperación de la población mexicana favorecieron la emergencia de grupos delincuenciales con alcance internacional, y con ellos llegó la violencia criminal más brutal y sanguinaria, como no se había visto en mucho tiempo en un país que había olvidado el terror en la convivencia cotidiana.

México es hoy uno de los países sin guerra más violentos del mundo. El indicador más cruento es el del número de asesinatos dolosos, que han transitado de los 10 mil 285 ultimados de 2001, a 36 mil 579 en 2020 (29 ejecutados sobre cada 100 mil habitantes; el promedio mundial es del 5.3 según el Banco Mundial); el número se ha más que triplicado en veinte años (fuente: TResearch.mx).  

Entonces las escalofriantes cifras mortales por violencia, se une la de los decesos por la plaga virulenta que nos asola desde hace 16 meses. Las cifras varían desde las oficiales de la SSA, que hace dos días sumaban 239 mil 616 decesos, hasta los cálculos basados en el “exceso de muertes” que se detectan en los registros civiles del país, y que el INEGI estimó a principios de julio en 498 mil 164 defunciones. Medio millón que se suma a los 47 mil 328 asesinados en el mismo periodo. En tiempos normales, la estadística nacional muestra que se espera poco más de un millón 70 mil decesos al año. La cifra se ha excedido en un espeluznante 50%.

No debemos normalizar la muerte. pero requerimos mantener nuestra capacidad de asombro y de rechazo a la partida anticipada por causas prevenibles, como la violencia y el contagio. Los mexicanos de hoy y mañana merecemos más que el pasmo y la negación que evidencian nuestras autoridades todos los días. Recuperemos la paz, recuperemos la salud. Más nos vale…

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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda

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