Es propio de los regímenes autoritarios, totalitarios, autócratas o fascistas sancionar, reprimir y ejercer violencia, avalada institucional y legalmente, en contra de quienes no forman parte del “mundo heterosexual” (relación entre distintos), el cual se define en contraposición con el mundo “homosexual” (relación entre iguales)
Esta segmentación de la vida entre heterosexuales y homosexuales tiene un trasfondo que es importante clarificar: se considera que las relaciones heterosexuales forman parte del mundo de la “normalidad”, mientras que las relaciones homosexuales son parte del mundo de lo “anormal”, lo “extraño” y hasta lo “pecaminoso” y por lo tanto condenable.
En las posiciones extremas -el discurso religioso y el conservadurismo político- se asume que las relaciones entre personas del mismo sexo son “antinatura” como si las preferencias e identidad sexual y genérica tuvieran efectivamente un “orden natural” regido por leyes universales, inmutables e incuestionables.
Lo que revela esta línea argumental es un asunto claro: si la sexualidad de las personas no fuese importante para el control político y social, no sería de ningún modo relevante crear categorías para diferenciar a “heterosexuales” de “homosexuales”.
La cuestión queda aún más clara cuando se piensa en la enorme diversidad sexual que hoy se expresa y manifiesta con el propósito de darle la visibilidad que le ha sido negada históricamente al tema, y con ello, de erradicar la discriminación y las prácticas de odio que se ejercen cotidianamente en contra de quienes no forman parte de lo que aquí he llamado el “mundo heterosexual”.
Estas cuestiones llevan al tema de la hasta ahora llamada “homofobia”, la cual es definida por el Diccionario de la Academia de la Lengua como la “aversión hacia la homosexualidad o las personas homosexuales”. “Aversión” es definida como “rechazo o repugnancia frente a algo o alguien”. Mientras que “fobia” se define como “aversión exagerada frente a alguien o algo”. Por otra parte, el término homosexual se define como “una persona inclinada sexualmente hacia individuos de su mismo sexo”. Ante ello vale preguntar ¿se trata de verdad de una “inclinación”?
Como puede verse, estas definiciones no alcanzan para definir en toda su magnitud y alcance al fenómeno denominado como “homofobia”, porque no se trata de aversión, sino de odio y ejercicio perverso de la violencia en múltiples formas.
La definición de “odio” de la RAE dice: “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”, es decir, ya no sólo se trata de una forma de “rechazo”, sino que además se desea, pero también se procura y se hace, el mal.
Por ello el concepto de “homofobia” debe superarse, y deberíamos ser capaces de construir otras propuestas. Por ejemplo, si la sexualidad y la identidad sexogenérica de las personas debería ser irrelevante en la construcción de una sociedad plenamente libre, entonces la distinción entre “homos” y “heteros” resulta irrelevante.
Propongo entonces que hablemos de “misantropoginia”, pues cualquier ataque a una persona, en razón de su preferencia o identidad sexual, en realidad es un ataque en contra de su constitución como ser humano. De tal forma que estaríamos ante fenómenos de odio contra mujeres y hombres, por su identidad o preferencia sexual.
En efecto, el prefijo “miso” es utilizado para indicar que alguien odia o detesta algo o a alguien, por lo que aplicado a los términos “ántropo” (ser humano), y deliberadamente al término “gyné” (ginia) –para continuar dando visibilidad al exacerbado odio y violencia contra las mujeres–, permite clarificar que se trata de una forma de odio en contra de cualquier persona, en razón de su sexo o preferencia sexual.
Así, cuando una persona odia a otra por sus preferencias o identidad, en el fondo le odia por ejercer su libertad, la cual en todo caso es fundante de la existencia, y en todo caso también exige una responsabilidad infinita con el otro.
@saularellano
Artículo publicado originalemte en “la La Crónica de Hoy” el 23 de junio del 2016
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