La discusión pública en el país la controla en su mayoría el presidente de la República mediante sus conferencias matutinas. Al respecto, hay quienes hablan incluso de un “auténtico genio comunicativo” del primer mandatario, como si gobernar se tratase fundamentalmente de controlar el debate público y no de tener resultados positivos en la administración de la cosa pública.
Por otro lado, es falso que este ejercicio de propaganda constituya un ejercicio de trasparencia gubernamental. En realidad, se trata de una verbena temática que impide jerarquizar qué es lo que realmente importa para la administración: en cada una de las conferencias se habla de todo, desde temas de perfil estrictamente local, hasta algunos asuntos de la administración, pasando por rifas y precios de gasolina.
El presidente ha llegado a afirmar que no esperen que llegue a las conferencias con temas analizados o reflexionados a profundidad en temas estratégicos, pues él va a estos eventos cotidianos a decir lo que piensa y siente.
Al respecto, la pregunta que debería plantearse en primer lugar, es cuánto le cuesta al país este esfuerzo de todos los días del Presidente de la República; y no se trata de un asunto del costo del montaje del escenario, sino de cuál es la rentabilidad de que el Jefe del Estado le dedique al menos tres horas al día a la preparación y despliegue de sus eventos.
Es importante decir que este formato y modelo de gobierno deja poco espacio para reflexionar en torno a cuál es la mejor manera de transformar al gobierno, de cara a un país que es auténticamente uno distinto al que teníamos el 1º de diciembre de 2018.
El presidente se ve confiado en que el resultado electoral del año 2021 le será favorable a su partido y proyecto; y por ello desdeña a las oposiciones organizadas en partidos políticos, los cuales, debe decirse, no han hecho nada significativo aún para recuperar la representatividad que debieran garantizar a la ciudadanía; no hay proyecto alternativo de nación y también carecen de un marco programático presentable para llevar a cabo una crítica fundada a la administración.
En este contexto, los problemas siguen ahí, se complejizan aceleradamente todos los días, mientras las respuestas llegan solo a cuentagotas y de manera reactiva.
La violencia sigue. Los datos dados a conocer por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, con fecha de corte al 31 de agosto, indican que hubo 2,973 homicidios dolosos, más 78 feminicidios. Con esta cifras, en los primeros ocho meses de este año, se han acumulado ya 23,471 homicidios intencionales así como 645 feminicidios reconocidos en carpetas de investigación.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico presentó sus nuevas estimaciones de crecimiento para la economía mexicana, ubicándola en una caída de -10.2% en este año, y una probable y modesta recuperación de entre 3.5 y 4.5% durante 2021. Así, aún en el escenario más optimista, al cierre del próximo año la economía nacional registrará un promedio de -6.5% para los primeros tres años de la administración, lo que ya lo proyecta como un nuevo sexenio perdido en lo económico.
Las defunciones reconocidas oficialmente por la pandemia de la COVID19 llegaron a 73,493, lo que equivale a una tasa aproximada de 58.2 muertes por cada 100 mil habitantes, y dadas las tendencias observadas, al cierre de la semana que comienza México tendrá aproximadamente una tasa superior a la registrada en Italia, lo cual nos ubicará dentro de los 10 país con los más altos indicadores en esta materia en el mundo.
Como se observa, en los “frentes más visibles” no hay ninguna buena noticia; y los resultados obtenidos demandan un diálogo franco y responsable; exige de un nuevo pacto político-social para México, el cual sólo podrá construirse desde una visión plural e incluyente de las voces más acreditadas y que al mismo tiempo son portadoras de reclamos y demandas legítimas.
El tiempo se agota. El modelo de gobierno con que arrancó la administración no será suficiente para resolver los problemas del país. Y ha llegado la hora de que, desde la soledad del Palacio, el presidente decida si habrá de salvar el proyecto que propuso en campaña bajo en nombre de la “cuarta transformación”, o habrá de modificar lo necesario para salvar a México.
Vicepresidente del Patronato de la UNAM