Desde Salinas de Gortari hasta López Obrador, todos los presidentes de la República han afirmado que en su administración se habría de poner en marcha una reforma a la educación que el país requiere para, “ahora sí”, llevar a una nueva era de condiciones de desarrollo y de capacidades individuales para que, palabras más o menos, las personas puedan realizar sus proyectos personales de vida.
Escrito por: Saúl Arellano
Todas, absolutamente todas las reformas han fracasado en lo esencial: construir nuevas generaciones de alumnas y alumnos con nuevas capacidades de aprendizaje, y con la posibilidad de continuar estudiando en niveles superiores y con vocaciones bien cimentadas para incorporarse a las estructuras de desarrollo científico, humanístico y tecnológico; o bien para potenciar las capacidades económicas y productivas del país.
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Por el contrario, las y los expertos en la materia alertan que ya podemos hablar de una generación perdida debido a los rezagos estructurales heredados del pasado, pero también por la desastrosa gestión e implementación de la llamada “contra reforma” educativa impulsada por la presente administración.
Las causas son muchas; pero una de las más evidentes es la falta de continuidad en la titularidad de la Secretaría de Educación Pública. Recuérdese que el primer titular de la SEP de este gobierno fue Esteban Moctezuma, quien fue sustituido en plena pandemia. Luego llegó Delfina Gómez, quien repartió su tiempo entre la responsabilidad en la dependencia y la construcción de su candidatura para la gubernatura del Estado de México. Hoy, la nueva Secretaria tendrá el reto de cerrar la administración y de entregar al equipo de transición una dependencia con más problemas por resolver que los que existían al inicio de la administración.
Los más recientes resultados presentados de la Prueba PISA confirman la catástrofe educativa de México; la cual se ha profundizado en los últimos años, respecto de los cuales no disponemos de información confiable para al menos plantear escenarios que fuesen alentadores. Por el contrario, el dato que debe destacarse es que sólo el 1% de las y los estudiantes mexicanos estuvo en los niveles más altos de la prueba, frente a un promedio de la OCDE de 16%. En contraste, el 35% obtuvo resultados por debajo del mínimo de competencias, frente a un 16% promedio de los países de la OCDE.
Cada año, el INEA da a conocer los datos relativos al rezago educativo persistente en el país, y los resultados son igualmente muy lejanos a lo necesario. El porcentaje de personas de 15 años y más que están en esa condición no ha tenido ningún avance y, por el contrario, hay variables en ese indicador que muestran incluso algunos retrocesos.
Las tonterías que se han llevado a cabo con los libros de texto han provocado una pérdida de tiempo cuyos efectos resultan incalculables, porque lo que están en juego es nada menos que la posibilidad o la cancelación de condiciones para el desarrollo y crecimiento intelectual y espiritual del pueblo de México, tal como lo establece como mandato y aspiración el Artículo Tercero de la Constitución.
Frente a todo lo anterior, el principal problema que se enfrenta es la arrogancia del poder presidencial, pues se sigue repitiendo, una y otra vez, que todo se ha hecho bien; que el rumbo es el correcto; y que está en marcha la más grande transformación en la historia educativa del país, cuando todos los datos de que disponemos muestran una realidad totalmente opuesta.
Para colmo, la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) ha tenido un deplorable papel. Sin duda, el Sindicato perdió la oportunidad de tener por primera vez independencia del poder presidencial, y avanzar hacia la construcción de un nuevo sindicalismo democrático que le dé al país la oportunidad para que, de la mano de la autoridad, pueda construirse el sistema educativo nacional que México merece tener.
El liderazgo del SNTE ha jugado así un papel cómplice en la crisis de la educación, pues también le dio la espalda a la mayoría de quienes integran al gremio, desaprovechando también la oportunidad de generar y construir nuevas redes de apoyo y construcción de comunidades solidarias, aprovechando la enorme generosidad y esfuerzo de las maestras y maestros que dieron todo y de lo mejor durante los peores momentos de la emergencia sanitaria.
Transformar una realidad implica tener claridad de diagnóstico y humildad ante la magnitud y complejidad de los retos. Por ello, tanto el Gobierno de la República como el liderazgo gremial están ante la responsabilidad histórica de llevar a cabo una revisión crítica de lo hecho; aprender de los errores y modificar el rumbo aprovechando la enorme experiencia y capacidades de las y los extraordinarios pedagogos que tenemos en el país.
Por su parte, en el SNTE debería abrirse paso a liderazgos históricos que han sido relegados; a los que se les ha negado la oportunidad de construir un nuevo sindicalismo a favor de la educación del país; y a los que, sobre todas las cosas, están dispuestas y dispuestos a dar lo mejor que tienen para hacer del nuestro un país en el que la educación sea un auténtico mecanismo de movilidad social, pero también de justicia distributiva e igualdad universal.
México debe ser capaz de construir un proyecto de reforma estructural del sector educativo con un horizonte de 20, 40 y 60 años; y en evidencia, con tramos de control intermedios para evaluar y corregir. Todo lo demás nos coloca ante el despropósito permanente de la mezquindad de los intereses de corto plazo.
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Investigador del PUED-UNAM
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