Tomé prestado el título de uno de los poemas de Bertolt Brecht para este texto. Y es que en México estamos sufriendo tantas derrotas, que es preciso nombrarlas, mostrarlas, y con ello hacer patente que no estamos siendo indolentes -al menos no todos-, y que a pesar de que sabemos que habrán de perderse, estamos tratando de darlas con la dignidad requerida.
En efecto, estamos siendo derrotados por los criminales: ellos actúan en complicidad con el poder, sometiéndolo a veces, y aprovechándose de la avaricia y la desmedida ambición de políticos que traicionan al país poniéndose del lado de los malhechores y los violentos.
Una de nuestras mayores derrotas se encuentra en la criminalidad y la violencia asesina que ha desatado: el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública tiene registro, entre enero de 2014 y junio del 2017, de alrededor de 135 mil asesinatos.
La corrupción es también asesina en muchos casos, y ha permeado el sistema político en todos sus órdenes y niveles. El “escándalo del día” sustituye al del día anterior, y cada vez quedan menos voces capaces de denunciar con solvencia ética. La derrota que nos inflige a diario la corrupción se traduce en debilidad institucional, en desconfianza popular en todas las autoridades y en desesperanza ante la posibilidad de un cambio.
Los datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH, 2016) nos exponen como un país machista, misógino y excluyente para la mayoría de las mujeres. Que haya incrementado de 62% a casi 67% la prevalencia de alguna forma de violencia en su contra es otra de nuestras grandes derrotas culturales, porque solo desde una genuina convicción de equidad vamos a poder transformar a México en un país de derechos para todos.
Estamos siendo derrotados asimismo por un sistema de distribución inequitativo de la riqueza que mantiene a millones en condiciones inaceptables de carencia: en casi 7% de los hogares en los que hay niños, alguno de ellos no come en todo el día o se va a acostar con hambre. Pero hay otros que ni hogar tienen, que sobreviven en las calles de las grandes ciudades, habitan en las cloacas y sufren a diario la violencia de la discriminación, las adicciones y la vida de mendicidad. Para colmo y vergüenza, no tenemos siquiera un dato firme de cuántos son.
Nos hemos convertido también en un país en el que la prevalencia del sobrepeso y la obesidad amenaza al sector salud, y al sistema social en su conjunto, con un colapso en el mediano plazo. Esta condición no es sino la contracara de la desnutrición. Así, el INEGI da cuenta de que anualmente hay alrededor de 10 mil defunciones en el país por desnutrición y por obesidad.
Hay que agregar a nuestras derrotas el conjunto de muertes asociadas a los “determinantes sociales de la salud”, lo que nos está llevando a la calamidad de más de 100 mil muertos anuales por diabetes, más de 130 mil por enfermedades hipertensivas y del corazón, más de 50 mil defunciones por tabaquismo y alcoholismo, casi 15 mil defunciones en accidentes de tránsito y más de 6 mil casos de suicidios al año.
Por eso es importante recordar a poetas como Brecht, quien ante las calamidades de su tiempo sostendría: “cuando los que luchan contra la injusticia están vencidos, no por eso tiene razón la injusticia”.
Vivimos un tiempo en que está ausente la justicia social, pero también las otras justicias, como lo diría el filósofo Julián Marías. Por ello es imprescindible demostrar que nuestras derrotas no demuestran nada, sino que hay que seguir en pie de lucha exigiendo libertad, bienestar y justicia para todos.
Cito a Brecht, y con ello concluyo:
“Nuestras derrotas lo único que demuestran
es que somos pocos
los que luchamos contra la infamia.
Y de los espectadores, esperamos
que al menos se sientan avergonzados”.
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