Del 26 de julio al 11 de agosto de 2024, poco más de dos semanas, se celebrarán los Juegos Olímpicos en París, exactamente 100 años después de que la ciudad de la luz los acogiera en 1924. Mientras, en México, Plutarco Elías Calles era elegido presidente y Álvaro Obregón regresaba provisionalmente a Sonora.
Escrito por: Ricardo Martínez Martínez
Para esta justa olímpica, participarán más de 200 países en 32 deportes, con una paridad total entre hombres y mujeres por primera vez (5,250 mujeres y un número igual de hombres). Más allá de las cifras y las apasionantes historias que podremos presenciar, me gustaría llamar la atención sobre lo perdurable de los Juegos Olímpicos como institución. No solo en estos tiempos modernos, sino retomando la tradición de la antigüedad, cuando se celebraron durante poco más de 1,000 años.
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“Las cosas que han existido durante mucho tiempo no están ‘envejecidas’ como personas, sino envejecidas a la inversa. Cada año que pasa sin que desaparezcan duplica la esperanza de vida adicional”, escribió Nassim Taleb en su libro de 2012 Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden. O, como dijo el Rey Alfonso X el Sabio: “Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros, tened, viejos amigos.”
Las Olimpiadas que esta semana han comenzado en París, son un ejemplo de algo que subyace más allá de lo meramente deportivo y que probablemente se seguirán realizando durante muchos años más, no por el elemento meramente deportivo, sino por crisol de valores que su realización idealmente encarna.
Y es que las olimpiadas y los deportistas representa o cristalizan un ideal presente en la humanidad desde hace mucho tiempo: el de una sola humanidad, una cultura de superación y esfuerzo, igualdad de condiciones y respeto a las diferencias. Son un recordatorio de la imperiosa necesidad de persistir en la construcción de una cultura de la paz y superar los renacientes tribalismos.
No se trata de ser ingenuo, en el mundo actualmente hay una permanente tensión, desde diferentes frentes y flancos. Desde la batalla cultural que muchos asumen, renovados debates sobre el choque de civilizaciones y los peligros producto del cambio climático; el avance sin regulación de la tecnología, la desigualdad, e incluso en materia demográfica, la disminución de la natalidad en los países del primero mundo.
Pese a esto, los sapiens se resisten y se han resistido a verse reducidos a meras comparsas de su entorno. Por alguna extraña razón, buscamos apelar a desafíos más elevados también en positivo.
Por tanto y partiendo de una agenda mínima de lo que podremos ver en estas olimpiadas, bien podríamos pensar para México, en clave de cultura de Paz, algunos elementos claves. A saber, propondría, sin ser demasiado exhaustivo, los siguientes puntos:
Primero. Promover una educación que enseñe habilidades para la resolución pacífica de conflictos, el respeto por los derechos humanos y la diversidad cultural. Esto incluye desde la educación formal en escuelas y universidades hasta programas de educación no formal y aprendizaje a lo largo de toda la vida.
Segundo. Fomentar la igualdad entre hombres y mujeres en todos los aspectos de la vida, reconociendo que la paz sostenible no puede lograrse sin la plena participación y empoderamiento de las mujeres.
Tercero. Proteger y promover los derechos humanos fundamentales, garantizando que todas las personas puedan vivir con dignidad, libres de temor y de necesidad. Una agenda ya de sí complicada en un país tan desigual como México y tan azotado por la inseguridad.
Cuarto. Promover un desarrollo sostenible que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Esto incluye la justicia económica, social y ambiental.
Quinto. Cultivar el respeto por la diversidad cultural, religiosa y étnica, y promover la tolerancia y la comprensión mutua entre diferentes comunidades y regiones.
En definitiva, es un bueno momento para detenernos y disfrutar de los juegos de estas Olimpiadas, más allá de su faceta cultural y hegemónica que, aunque la tienen, nos permitan también recuperar los elementos más elevados de la especie humana. Desde la convivencia, la competencia, la superación y el intento perenne de la humanidad y los individuos por ser sobrestantes de uno mismo.
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