“Concordia res parvae crescunt” (las cosas pequeñas florecen en la concordia). La frase es atribuida al historiador romano Salustio. El historiador pone estas palabras en boca de Micipsa, rey de Numidia, como una invitación a la concordia hacia sus hijos quien, en su lecho de muerte, dividió el reino de Numidia en tres partes, una para cada uno de ellos. Posteriormente la frase derivó en la conocida “la unión hace la fuerza”, apareciendo por primera vez en los Países Bajos en el libro “Proverbios comunes holandeses” en 1550, mientras pertenecían aún al Imperio Español. Después de independizarse, la República Holandesa tomó la frase como lema.
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Partiendo de la cita anterior, refirámonos a la fuerza de las autoridades electorales, o en su defecto, a la debilidad resultante de la falta de concordia en y entre las mismas. Frente a un proceso electoral como el que se vive este año, el país requiere de instituciones sólidas. Para ello, es condición indispensable que dichas instituciones mantengan su unidad interna y, a su vez, entre todas aquellas que jugarán un papel preponderante en dicha coyuntura para poder proyectar la fortaleza que, dicho sea de paso, ostentan. Me refiero en específico y para efectos del proceso federal al Instituto Nacional Electoral y al Tribunal Federal del Poder Judicial de la Federación.
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Es en estos momentos en los que, tanto consejeros como magistrados electorales deben demostrar su responsabilidad institucional, más allá de las siempre presentes y naturales diferencias de criterio, e incluso personales, para conseguir el bien común y garantizar procesos democráticos confiables y transparentes.
El golpeteo por parte de los distintos actores políticos es natural en todo proceso electoral, hemos sido testigos de muchos de estos embates en los últimos días, y sin duda continuarán. Es por ello que los garantes de las elecciones deben de mantener la prudencia y la cabeza fría para fomentar la concordia entre sus pares, quienes sin duda son dignos representantes de cada uno de los organismos a los que pertenecen y que, por la misma razón, estoy seguro que antepondrán, por encima de cualquier interés particular, la soberanía de las instituciones para favorecer el interés y los derechos de la ciudadanía.
Puntualizo que, al hablar de unidad de los integrantes de los órganos electorales, en ningún momento estoy pensando en que ello implique votar las resoluciones siempre por unanimidad. Si por algo se han caracterizado éstos, es por sacar adelante decenas de resoluciones tras largas discusiones que han derivado en resoluciones por mayoría, en las que ha existido el disentimiento entre la parte minoritaria que, dicho sea de paso, es natural y hasta benéfico en todo órgano colegiado. La democracia contempla los desacuerdos entre las partes pero, como en todo proceso de votación, los resultados que prevalecen son los de la mayoría. Lo que señalo es el caso específico de que, a pesar de dichas diferencias, prevalezca la unidad y el respeto a las decisiones como colegialidad.
Como lo he comentado en artículos anteriores, el proceso electoral actual, el más grande y complejo en la historia de México, se llevará a cabo dentro de un contexto atípico, no solo como consecuencia de la pandemia que enfrentamos, sino también, de la presencia de las nuevas tecnologías en las campañas electorales, que cobrarán aún más relevancia como resultado del mismo Covid-19. Lo anterior, aunado a la presencia de nuevos partidos políticos, la polarización social, las nuevas políticas de paridad y de reconocimiento de grupos vulnerables (grandes avances logrados en nuestro régimen democrático) que, de manera previsible, darán pie, presumiblemente, a un importante número de inconformidades electorales y postelectorales. Un estudio realizado por el propio Tribunal Electoral, con un sólido fundamento estadístico, prevé para este proceso una proyección de entre 22,730 y 32,869 impugnaciones.
Frente a esta complejidad, es que hago énfasis en la necesidad de que las instituciones electorales cierren filas y actúen como un único bloque en el que las diferencias de opinión y de criterio jurídico, que se presenten en los distintos casos, no sean motivo de distanciamiento ni de fractura entre los integrantes de los plenos de dichos organismos, así como en la relación entre ambas instituciones. Más aún, a pesar de las diferencias que existan en los puntos de vista entre el INE y el TEPJF, debe de comprenderse que cada uno de ellos juega un papel fundamental, que no igual, en el proceso y, en ese sentido, deben de respetarse las perspectivas y criterios de cada uno de ellos, siempre con base en la objetividad y tomando en consideración la salud democrática del país.
Hay que recordar y considerar la moraleja de la fábula de Esopo “El viejo y sus hijos”: “todo poder es débil, a menos que permanezca unido”, esperemos que en este sentido exista una reflexión que dé lugar a la reconciliación democrática. Hoy más que nunca necesitamos de instituciones electorales de una sola pieza, sólidas, fuertes y unidas.
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