El capitalismo ha sido, es y será inhumano y salvaje; siempre; eso está inscrito en su ADN, pues los valores que le rigen son de los peores sentimientos morales, aún cuando hayan sido tan ponderados por el señor Smith y sus “sucedáneos”, quienes hicieron del egoísmo, el individualismo, la codicia y la feroz competencia los valores rectores de un modelo de economía dirigido al saqueo de personas y del planeta.
Desde esta perspectiva, en las distintas propuestas que se han presentado para lograr una recuperación urgente de la crisis económica -la cual de ningún modo será transitoria-, hay elementos imprescindibles de acción, pero a las cuales deben añadirse dos elementos centrales.
El primero de ellos es que en la recomposición que debe llevarse a cabo de la economía y del curso de desarrollo, deben incluirse medidas decisivas para erradicar las desigualdades y brechas que existen entre mujeres y hombres. Y en desde esta visión de la realidad, la crisis del COVID-19 debe ser aprovechada para la reconversión de la distribución de las tareas y beneficios sociales; reconocer el valor y el aporte que el trabajo doméstico no remunerado hace a la economía, más allá del sistema de cuentas nacionales, y socialmente redistribuir las tareas que se llevan a cabo al interior de los hogares.
El segundo elemento que debemos ser capaces de erradicar en el proceso de recuperación es el trabajo infantil, que de hecho no puede ser categorizado así, sino llamarle literalmente por su nombre: la explotación de niñas y niños, y el uso intensivo de su mano de obra, pagándoles bajísimos salarios o incluso sin pagarles. Este fenómeno no puede seguir siendo parte de nuestra realidad de economía, pues de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de estadística y Geografía (INEGI), casi el 90% de quienes trabajan, siendo niñas y niños, lo hacen en actividades no apropiadas para su edad o definitivamente prohibidas por la Ley.
Cuando las y los expertos que están analizando las consecuencias que la epidemia del COVID19 tendrá en lo económico y lo social, hablan de que la normalidad que habrá de restablecerse luego de la crisis no puede ser la misma a la de su etapa previa, lo que están diciendo es que la realidad que emerja de esta gigantesca crisis debe ser una muy distinta a la que prevalecía y prevalece, y que afecta sobre todo a las y los más pobres.
Debe decirse entonces que, si de algo adolece la “propuesta” presentada por el Ejecutivo Federal el pasado domingo 5 de abril, es precisamente de perspectiva de género y de perspectiva de derechos de la niñez; pues en ninguna de las acciones mencionadas, se consideraron acciones para reducir la desigualdad que se genera en relación del género, y de la anomalía económica perversa que implica el trabajo infantil.
De acuerdo con los datos del INEGI, la inmensa mayoría de las horas de trabajo doméstico no remunerado las realizan las mujeres, aún cuando trabajen en el sector formal o informal; con lo que la doble o triple jornada laboral es una realidad perniciosa que provoca la reproducción de las desigualdades vinculadas a estereotipos de género y prácticas discriminatorias.
Asimismo, según los datos del propio INEGI, hay millones de niñas y niños que además de que trabajan, ven incumplido su derecho a la educación; con lo que viven discriminaciones múltiples y condiciones de existencia que afectan el libre desarrollo de su personalidad y limitan sus posibilidades de adecuado desarrollo y acceso a una vida digna.
Si no se reconoce que el capitalismo está anclado en una visión machista del mundo y la realidad; y que su diseño obedece a una visión adultocéntrica del mundo, poco será lo que se logre cambiar luego de la crisis, pues lo que se está buscando, al parecer, es el restablecimiento de las condiciones preexistentes a la llegada del COVID-19.
Investigador del PUED-UNAM
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