La actitud del jefe del Estado mexicano respecto de la crisis provocada por la pandemia del COVID-19 resulta todo un misterio: ¿por qué no sigue las recomendaciones que emite su propio gobierno, y por qué, de manera significativa, sigue llevando a cabo giras y participando en eventos masivos, así como viajando en vuelos comerciales?
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Una interpretación posible es que el presidente López Obrador está actuando con base en una idea de un “gobierno activo” en medio de la crisis. En este modelo de actuación ante coyunturas críticas lo que se busca es posicionar la imagen de un líder que le da certidumbre a su nación y que se pone al frente de la situación para dar respuestas y mantener al aparato del Estado funcionando.
El problema de esta estrategia no se encuentra en sus supuestos elementales, sino en la forma equívoca en que se ha implementado. Lo más grave, quizá, es que no se modificaron criterios ni prioridades de gobierno, y pareciera que la decisión ha sido simplemente seguir haciendo más de lo mismo.
Lo que no se ha considerado suficientemente al respecto es que estamos ante otro país, que enfrenta severas crisis: la violencia homicida se mantiene y los feminicidios y las violencias contra las mujeres continúan; la parálisis y el decrecimiento económico se acentuarán, y todo en medio de un país lleno de desigualdades y una profunda pobreza que, por lo que viene en las siguientes semanas, se profundizará.
La idea que el Presidente tenía de una Cuarta Transformación para el país al inicio de su gobierno debe, ante la complejidad presente, si no abandonarse, sí modificarse radicalmente en sus metas y objetivos de corto y mediano plazos; pues debe recordarse que uno de los supuestos fundamentales de ese planteamiento es que la economía nacional crecería a un ritmo promedio del 4% anual; lo cual, hoy, es llanamente imposible.
Lo que toca en este momento es atender lo urgente: la crisis epidemiológica. Evitar una catástrofe económica con medidas emergentes tanto en la estructura como en las prioridades del gasto público y mediante el diseño de un paquete de acciones para mantener funcionando, en la medida de lo posible, la economía, pero también para reactivarla lo más rápido y con el mayor dinamismo posible, en un escenario de parálisis económica global.
Un Presidente con un mandato democrático a favor del bienestar generalizado de la población no puede obviar, en estas medidas, considerar para el rediseño de su gobierno: a) que en estos meses de confinamiento social probablemente se incremente la violencia contra niñas, niños y mujeres; b) que en los hogares de los 14.5 millones de personas que viven en la informalidad laboral se profundizarán las carencias; c) que las personas en situación de calle enfrentarán muy probablemente los peores efectos de la crisis sanitaria; d) que los rezagos sociales y las carencias de infraestructura básica se mantienen y que es urgente reconocer que no se resuelven con transferencias directas de ingresos, y e) que la construcción de un sistema universal de salud requiere de mucho más que la idea original que se tiene del Insabi.
El Presidente debe sopesar muy bien las decisiones que deberá tomar las siguientes semanas: ¿llevará a cabo cambios en su gabinete? Y si lo hace, ¿qué perfiles requiere para levantar a un país que está enfrentando y encarará una de las peores crisis en los últimos 50 años? ¿Modificará la lógica de su gobierno y pasará a un modelo que optimice sus tiempos y permita mayor trabajo de coordinación con su gabinete, pero también con los gobiernos estatales y municipales?
Alguien o varias personas en la Presidencia de la República deberían estar pensando en éstas y otras opciones, porque lo que está en juego es la viabilidad del país para los siguientes 30 años, considerando, sobre todo, un escenario internacional cuya palabra descriptiva es la de la incertidumbre.
Si para las personas más pobres de nuestro país no había tiempo antes de este nuevo escenario, hoy podemos decir que la urgencia lleva semanas de atraso. Son millones de vidas, millones de anhelos, de posibilidades de existencia digna, y se tiene la responsabilidad de estar a la altura de lo que ello exige.
La idea que el Presidente tenía de una Cuarta Transformación para el país al inicio de su gobierno debe, ante la complejidad presente, si no abandonarse, sí modificarse radicalmente.
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