Libro reseñado:
Palestina: Anatomía de un genocidio.
por Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Paulo Slachevsky (eds.)
LOM Ediciones-Tinta Limón
Ante el conflicto armado que enfrenta al Estado de Israel en contra de Hamás desde
fines de 2023, un grupo de intelectuales de origen judío y palestino convocaron a otros
intelectuales (del mismo origen) a escribir un libro que titularon Palestina: Anatomía de
un genocidio. La invitación extendida pareciera querer reforzar el argumento central de la obra, pues como desde el título se advierte, todos los autores que participan en ella creen que se está llevando a cabo un genocidio en Palestina. Sin embargo, la tesis del genocidio y el origen compartido de los coautores quizá no sea el común denominador del libro, pues al leerlo, en todos y cada uno de los capítulos podemos asistir al grotesco matrimonio entre islamismo y extrema izquierda: el islamoizquierdismo.
Por Gustavo Lazo de la Vega Range
En efecto, lo que verdaderamente une a todos los autores es su izquierdismo radical y
su política de amor al odio. Nótese que no es amor a Palestina ni a los palestinos, es
amor al odio. ¿Al odio de quién? De todo aquel que no pertenezca a la extrema
izquierda o que crea que Israel tiene derecho a defenderse de aquellos que pretenden
aniquilarlo.
Así pues, en su interesante capítulo —interesar: producir interés o impresión—, Silvana Rabinovich, que cree que las personas usan de manera “arrogante” el concepto de genocidio y condena la “ebriedad de soberanía” de parte de Israel, traza analogías
entre la Biblia Hebrea y el acontecer de la guerra en Gaza. Su texto podría haber sido
mucho mejor de no ser porque prácticamente la mitad es una lectura políticamente
muy pobre de sentencias de la ONU, combinado con otro apartado en el que se dedica
con bastante empeño a demostrar que el Presidente de Argentina, Javier Milei, es un
representante de la extrema derecha. En lo personal conocí a Rabinovich algunos
meses atrás en el Congreso Internacional de Teoría Mimética (COV&R 2024), donde de
manera sorprendente, durante su ponencia se dedicó a ensalzar a Palestina y a culpar
a Israel de todos los males del mundo. ¿Qué relación tenía su exposición con la teoría
mimética o con la obra de René Girard? El auditorio nunca lo supo, pero al menos el
capítulo que recién escribió sí tiene relación con el libro en el que está inscrito, por lo
que podríamos considerarlo como un avance significativo para ella.
Pero no todos los capítulos de Palestina: Anatomía de un genocidio, merecen el
adjetivo de interesante. La mayoría de ellos no están provistos de la creatividad de
Rabinovich o de la del psicólogo Rodrigo Karmy, quien mediante complejas artimañas
divide a la justicia en dos tipos (de la reconciliación y de la “lucha”) para después
afirmar que los terroristas que cometieron el abominable pogromo del 7 de Octubre de 2023 simplemente emplean una concepción de justicia como lucha al enfrentarse a la “máquina sionista”, que es el nombre con el que se refiere a Israel.
Como decíamos, la mayoría de capítulos del libros son grises, como si estuvieran
recitando el misal islamoizquierdista que tan bien conocen en Europa y en las Ivy
League de Estados Unidos. De creer en ellos, Israel no solo no es un país judío, sino
que es “antijudío” y “fascistoide” como señala Ariel Feldman. Tampoco parece
importar que en esta nación haya elecciones periódicas y auténticas en las que
participan todos los ciudadanos —incluyendo israelíes musulmanes—, pues bajo esta
óptica Israel es simplemente la “supuesta única democracia de Medio Oriente”. Y hay
más todavía, porque si debemos culpar a alguien de los interminables conflictos en
Medio Oriente y de la actual guerra en Gaza ese alguien es… Israel. Porque —
supuestamente—son ellos los que no toleran a sus vecinos. Para justificar esto último,
Feldman cita una carta de Albert Einstein de 1929 que dice:
si nosotros nos rebelamos incapaces de alcanzar una cohabitación y acuerdos
con los árabes, entonces no habremos aprendido estrictamente nada durante
nuestros 2000 años de sufrimientos y mereceremos todo lo que llegue a
sucedernos (cit. p.98).
A pesar de la indiscutible brillantez de Einstein en el terreno de la física, dudo mucho
de su pericia en los asuntos políticos. Yakov Rabkin, otro de los colaboradores en el
libro, afirma algo similar, pues a su parecer los “sionistas” prefieren “vivir por la espada
en lugar de coexistir con los palestinos”. ¿Habría que refrescarles la memoria a
Feldman y a Rabkin para que no se olviden que son los islamistas los que no tienen
intención de coexistir como pomposamente dicen?
Nosotros preferiríamos contraponer a la cita de Einstein la opinión del prestigioso
historiador y filósofo Jacob Talmon, quien en su carta pública a Menájem Beguín
afirmó: “Hoy en día la única manera de lograr la coexistencia entre los pueblos es,
aunque pueda parecer irónico y decepcionante, separarlos”. Esta separación, aunque
resulte más que obvio decirlo, no es culpa de Israel sino de los partidarios de la sharia
que pretenden aniquilarlos: llámense Hamás, Hezbollah o el régimen teocrático de
Irán. Pero en libro casi nunca se hace referencia a ninguna de estas tres entidades que
pareciera no existen, y las pocas veces que sí lo hacen, es para justificar la barbarie.
Luego, el lanzamiento de cohetes por parte de Hamás se debe entender simplemente
como una “táctica de negociación” de parte de la “resistencia” (vid. p.163 y 171) de
acuerdo con Dalal Iriqat. Con esto comulga Daniel Jadue, quien sobre el infame 7 de
Octubre de 2023 dice que fue simplemente “Un ataque sorpresivo de una facción de la
resistencia Palestina contra el ocupante ilegal de su Tierra”.
El amor al odio permite a los coautores del libro ponerse del lado del finado Yahya
Sinwar, que como lo reveló el diario Alemán Bild (6 de Septiembre de 2024), ordenó a
sus correligionarios no solo entorpecer todo acuerdo de paz, sino hacer parecer que
dicho fracaso se debía a la “terquedad de Israel”. Aquí cabría preguntarnos…
¿Verdaderamente los terroristas y los islamoizquierdistas entienden el significado de
la palabra paz? La respuesta a esta interrogante tal vez nos la otorgue Yasser Arafat,
quien a lo largo del libro es reverenciado como un mártir y un pacifista irreductible.
Arafat llegó a afirmar para el diario Italiano L’Europa: “Nuestro objetivo es la
destrucción de Israel… la paz para nosotros significa la destrucción de Israel y nada
más”. *
Dentro del libro hay un consenso que recorre los capítulos de manera transversal: que
la oposición a la existencia de Israel (antisionismo) es distinto al odio a los judíos
(antisemitismo). Esta postura resulta desconcertante tomando en cuenta la nobleza
de la idea en abstracto —que los judíos tengan un pedazo de tierra al que puedan ir si
así lo desean— y de la idea en realidad, pues Israel es un minúsculo punto en el mapa
que a pesar de estar rodeado por países que le son hostiles, ha sabido progresar y
ofrecer a sus ciudadanos una alta calidad de vida. La paradoja de que todos los autores del libro sean antisionistas, incluso aquellos que son judíos, se puede explicar de mejor manera porque su judaísmo ocupa en realidad un lugar secundario en la
conformación de su identidad.
Desde 1982 en L’Avenir d’une négation, Alain Finkielkraut nos recordaba que después
de la Segunda Guerra Mundial el antisemitismo ya no era facultad tanto de la derecha
sino de la izquierda. La razón es que los judíos, gracias a todos los agravios y
atrocidades de los que habían sido destinatarios, habían ocupado en el imaginario
colectivo el lugar de la gran víctima. Luego, incidentalmente habían ocupado el lugar
que la izquierda radical reservaba a la clase trabajadora. Con esto no pretendemos
decir que los colaboradores de Palestina: Anatomía de un genocidio sean antisemitas
—al menos no todos—, simplemente afirmamos que su rechazo a la existencia del
Estado de Israel tiene origen en su izquierdismo radical. Precisamente en este sentido
va el capítulo de Judith Butler.
Ubicado al final del libro, el capítulo de Butler pareciera ser la cereza del pastel. Al
menos eso es lo que podríamos pensar con la decisión de los editores de que el texto
de Butler fuera el último. Tal vez pretendían cerrar “con broche de oro”, porque Butler,
gurú del progresismo y defensora del terrorismo islámico, es una autora bastante
popular. Recordemos cuando en 2006 dijo: “entender a Hamás y Hezbollah como
movimientos sociales que son progresistas, que están en la izquierda, que son parte
de la izquierda global, es extremadamente importante”.
Sin embargo, en esta ocasión Butler no fue (tan) estridente como de costumbre. Esos
comentarios parece que los reservó para el London Review of Books del 19 de Octubre
de 2023, cuando aclaró al mundo —menos mal— que el terrible ataque del 7 de
Octubre, aquel donde fundamentalistas incursionaron en Israel, mataron a 1200
civiles y secuestraron a más de 100 personas (entre ellas un bebé de aproximadamente 10 meses), no podía ser considerado terrorismo, ya que era simplemente una “resistencia armada”.
De hecho, el capítulo de Butler da la impresión que no fue escrito con mucho
entusiasmo. Nos podemos atrever a decir que fue escrito con cierta desgana, aunque
eso no fue impedimento para que como de costumbre, nos regalara un texto alejado
de cualquier referente empírico, con el cual es posible dudar de la realidad misma. Y
es que gran parte de sus páginas se dedica a denunciar la “censura” que los
propalestinos como ella (en realidad pro-Hamás y anti-Israel) experimentan en las
universidades.
Huelga decir que dicha censura es por completo un invento de esta “filósofa”. Así lo
confirman las lamentables protestas universitarias que brotaron a raíz de la Guerra de
Gaza, en la que las autoridades permanecieron impasibles no solo ante los destrozos
o el sabotaje de clases y conferencias, sino también ante numerosos actos
groseramente antisemitas de parte de los “rebeldes”. En la realidad alterna que
describe Butler, las personas como ella fueron terriblemente censuradas en las
universidades.
Judith Butler cierra su capítulo de la siguiente forma, confirmando nuestra tesis de que
antes de ser “antisionistas”, los colaboradores del libro que reseñamos privilegian su
izquierdismo radical. Nótese la subordinación a la que según ella, debería estar atada
la lucha contra la judeofobia, subordinación al progresismo radical en su variante
woke:
No soy la única que insiste en que la lucha contra el antisemitismo debe llevarse
a cabo en el marco del derecho internacional, y debe estar coma desde el
principio, aliada con toda la gama de proyectos antirracistas (p.242)
Por último, la excepción a la regla en Palestina: Anatomía de un genocidio, le
corresponde al capítulo escrito por Federico Donner, pues a pesar de que su
conclusión es la misma que la del resto del libro (Israel comete un genocidio), sus
argumentos son mucho más elaborados y menos sectarios. En particular resaltamos
el interesante apartado titulado “Los moderados incitan al genocidio”, que contraviene
directamente a muchas de los otros textos del libro que prácticamente comparan a
Netanyahu con Hitler y a Israel con la Alemania Nazi.
En resumen, Palestina: Anatomía de un genocidio es un texto divertido, mediocre y
peligroso. Divertido porque nos podemos divertir con todas las marometas y demás
artilugios que se emplean para evitar mencionar a Hamás y disfrazar su amor al odio.
Mediocre porque es imposible ocultar su mediocridad —dejo que el lector descubra
por sí mismo esa mediocridad—. Peligroso por dos razones: en primera porque afirma
que existe un Genocidio en Palestina olvidándose que los terroristas islámicos
emplean a los civiles como escudos humanos y que se refugian en hospitales,
escuelas, etc. Poniendo en riesgo la vida de inocentes y tratando de continuar
actuando impunemente; en segunda, el libro es peligroso porque secunda las
acciones de Hamás, Hezbollah e Irán: grupos terroristas que anhelan el exterminio de
todos los judíos del mundo, que pretenden establecer la sharia, que desean despojar
de todos sus derechos a las mujeres, etc.
Ante libros como Palestina: Anatomía de un genocidio, vale recordar las palabras de
Paul Claudel: “Israel sigue siendo el hijo mayor de la promesa, como lo es hoy el hijo
mayor del dolor”.
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