Por Juan Pablo Calderón. Puedes seguir al autor en Twitter en @balajucapitan
México es una república federal, la segunda mayor de América Latina después de Brasil. Con dos presidentes en las antípodas ideológicas, uno emanado de una coalición sui géneris de izquierda (por la alianza entre la izquierda radical con un partido de origen confesional evangélico) y el brasileño, de abierta ultraderecha, existe un común denominador frente a la pandemia: los gobernadores de sus estados han tomado decisiones de alerta ante el retraso de hacerlo las capitales centrales. Incluso en el caso brasileño la pugna entre gobiernos estatales y Brasilia ha escalado en nuevas tensiones políticas.
En México, los gobernadores ajenos a la fuerza política en el poder están consolidando nuevas formaciones o bloques regionales conjuntos (estados del noreste) y a nivel general en la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO), es evidente la demanda de mayor coordinación entre Estados y Federación. La pandemia ha trastocado al sistema federal de ambos países.
A nivel global la última gran pandemia fue la llamada gripe española que cobró alrededor de 50 millones de víctimas. La Gran Guerra (1914-1918) ocasionó, de acuerdo a los cálculos más crudos, más de 30 millones de víctimas mortales. La pandemia referida entre 1918-1919 ocasionó muchas más víctimas en tan poco tiempo. Después otras pandemias, como la gripe asiática, la de Hong Kong, el VIH-SIDA (controlado por antivirales), SARS, gripe aviar y ébola, la humanidad “sintió lejanía” con la reedición de una nueva pandemia. Hoy surge el coronavirus con dos características: aunque nació al interior de China continental se ha expandido a todo el globo y dos, como toda enfermedad, ataca sin discriminar poblaciones del Norte y/ Sur del mundo sin importar origen social, étnico o religioso.
El papel del Estado
Después de la SGM hasta el siglo XXI, la humanidad ha sido testigo del gran salto tecnológico nunca antes visto en la historia. En tan poco tiempo la interdependencia global por los procesos de la rapidez del transporte, informática e Internet, digitalización, nanotecnología, biotecnología, han sido tan acelerados que el mundo se creía vacunado contra otra una pandemia. El coronavirus es un balde de agua helada contra ese avance científico y tecnológico que pone a prueba al hombre frente a la naturaleza.
Haciendo a un lado las teorías de conspiración que son un laberinto de confusiones, el coronavirus ha sido una prueba contundente para la edificación y misión del Estado, sin importar condición física, democrática, económica o histórica. De un Estado con un partido único como el chino a la democracia de Estados Unidos o al origen del parlamentarismo británico, al sistema semipresidencial francés o al presidencialismo latinoamericano o el régimen teocrático como en Irán, el coronavirus pone en evidencia a la capacidad del Estado para buscar las estrategias adecuadas para enfrentar al virus. Dichas estrategias ponen como reto la capacidad de conjuntar lo público con lo privado, la capacidad de convocatoria social, el respeto por la autoridad y los alcances de la organización de la sociedad y la virtud política de la clase gobernante para saber encauzar el reto social y económico que presenta la emergencia.
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Si es un reto a la figura del Estado, también es un reto al sistema multilateral en momentos que el aislacionismo, cierre de fronteras, resurgimiento de una versión acartonada de soberanía nacional y de populismos sin importar la geometría política, son la tónica. El papel de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del sistema de Naciones Unidas pasa una prueba de ácido en su 75 aniversario. Una mayor crisis sin capacidad de respuesta sería un golpe duro de reparar para la diplomacia global.
La crisis del coronavirus pone en evidencia una de las responsabilidades de los Estados, que es su capacidad de prevención como instrumento de seguridad nacional. Ni siquiera el país más poderoso del mundo, que es Estados Unidos, pudo prevenir una crisis que se ha desbordado y hoy rebasa en infectados a China donde nació el virus. La capacidad de prevención en crisis hoy debe tener una bisagra en el sistema multilateral para garantizar que los básicos fundamentales como la alimentación, las corrientes migratorias en tránsito, la salud pública, el estado de derecho frente a la transnacionalización de la delincuencia, las dinámicas que vulneran el cambio climático, no sean foco de nuevas tensiones nacionales e interestatales.
La visión de la ONU
El propio Secretario de la ONU, António Guterres, dijo: “La agresividad del virus ilustra la locura de la guerra. Por eso, hoy pido un alto al fuego mundial inmediato en todos los rincones del mundo. Es hora de ‘poner en encierro’ los conflictos armados, suspenderlos y centrarnos juntos en la verdadera lucha de nuestras vidas”.
La interdependencia de la globalización en los procesos productivos y financieros pone en evidencia la asimetría entre la economía real y la especulativa, que de acuerdo a cálculos de la ONU, los montos financieros superan hasta 14 veces a la economía de la producción que crea empleos y bienes. Si el mundo ya presentaba una crisis por dicha brecha que inició México en 1994 y que después le siguió el sudeste Asiático, Rusia y Brasil hasta la crisis del 2008 en países del Norte, es evidente la catarsis del desequilibrio con un virus que ha “hibernado” el proceso productivo.
En consonancia, la crisis en la producción se agudiza con los acelerados procesos de robotización en áreas de manufactura o de servicios que han generado más desempleo, que por obvias razones y ante lo difícil de garantizar una vida digna, hoy los desempleados sufren más por el acceso a servicios médicos profesionales. La propia Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha informado que de cinco trabajadores en el mundo, uno tiene acceso a seguridad social y pensión.
Un texto conjunto entre los jefes de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) – al que ingresó México en 1994 – y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) muestra inquietud en dos vectores que se mantuvieron divorciados por lustros: “el secretariado general de la globalización” como llamó su Secretario General, José Ángel Gurría, al famoso “club de los ricos” que incluyen 35 economías del orbe, ha sostenido un diálogo de las necesidades urgentes del panorama social, que siempre ha liderado el PNUD. Impensable hace poco un texto conjunto con dos instituciones que parecían el agua y el aceite, la ortodoxia económica y el grito de resolución de la deuda social del globo. Con un planeta con más de 7000 millones de habitantes, el texto señala que al menos 1000 millones de personas dependen de las remesas de los flujos migratorios, que en promedio pagan 7% por el envío de dinero a sus hogares. Un compromiso financiero es reducir los montos de comisiones por dichas transacciones.
El coronavirus acelera la frontera entre lo urgente y lo inmediato con las fallas estructurales del Estado mexicano. Desde los estertores del sistema político de partido hegemónico, se advirtió el grave problema de la falta de recursos fiscales para cubrir las necesidades de la población además de dotar al país de instrumentos más competitivos por la feroz apertura al exterior que se inauguró poco antes del ingreso de México al GATT en 1986. Las alternancias presidenciales que fortalecieron la democracia electoral y el afianzamiento del pluralismo político en los espacios de poder, se mantuvieron amarradas a la ordeña petrolera en las finanzas públicas nacionales, sin tomar en cuenta la necesidad de ampliar la base tributaria y romper el hierro de elusión y evasión fiscal.
Un entorno económico internacional complejo
México recaudando menos del 15% de su PIB y con el petróleo por primera vez en la historia con decrecimiento en su cotización, espera una crisis sin precedente. Mientras que sus principales socios comerciales, Estados Unidos, Canadá y Brasil, utilizarán 12.4%, 8.4% y 10% de su PIB para reactivar su economía, los programas del gobierno federal apenas suman 0.3% del PIB mexicano. El desfase es enorme frente a América del Norte y si se suma la inexplicable razón para no declarar industrias estratégicas como la automotriz o la aeroespacial, la crisis para México será aún mayor, sin importar las décadas de formación de cadenas productivas regionales, la ventaja comparativa de la logística o el costo de mano de obra.
Los impactos del coronavirus trastocan más las capacidades para influir en los futuros nacionales. Respecto a la seguridad social, en la que México, de acuerdo a la OCDE, sólo le puede sumar un 7.5% de su PIB (Estados Unidos le inyecta en el mismo rubro 18.7% o España casi el 24%), la alarma es profunda al tejer una pregunta que escapa al propio gobierno y se instala como interrogante de Estado involucrando a la sociedad y a los diversos sectores productivos nacionales ¿Qué vamos a hacer con más de 31 millones de mexicanos que trabajan en la informalidad sin ninguna seguridad social y que hoy representan más de la mitad de los 57.6 millones que conforman la población económicamente activa?
Frente a un escenario que el gobierno estadounidense restringirá más a los migrantes y de cara a una competencia de presencia territorial y asistencialista del narcotráfico y la delincuencia organizada, es previsible un mayor drama en el intento de cruzar la frontera Norte, además del involucramiento de una gran parte de la sociedad mexicana en actividades ilícitas.
En el momento en que oficialmente llegue a mil fallecimientos por el virus y si sigue elevándose el poder de letalidad del coronavirus, México no tendrá capacidad humana para atender la salud tanto de trabajadores con seguridad social como los informales.
Juan Pablo Calderón Patiño es licenciado en relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y tiene estudios de postgrado en El Colegio de Veracruz y la Universidad de Buenos Aires. Realizó su práctica profesional en la Embajada de México en la exYugoslavia. Tiene diversas publicaciones como colaborador invitado en Este País, Reforma, El Financiero, la edición electrónica de Foreign Affairs Latinoamérica y en la Fundación Ortega y Gasset.
Guadalajara, Jalisco, abril, 2020.
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