Una pandemia es una enfermedad epidémica que se propaga a muchos países; su impacto y capacidad de generar daños es relativa y dependerá siempre de la capacidad de respuesta institucional y social. Por ejemplo, en el caso del COVID-19, las tasas de contagio y letalidad han sido muy distintas en Corea, frente a lo que sabemos que ocurre en Irán.
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En México se cuenta con una importante experiencia epidemiológica frente a un brote así, luego de lo que ocurrió en el caso del A H1N1. Sin embargo, las condiciones estructurales para enfrentarlo poco han variado en lo que se refiere al sistema de salud y la infraestructura social básica.
Para dimensionar lo anterior es importante mencionar que en México, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH, 2018), sólo el 74.1% de las viviendas dispone de agua entubada al interior de sus edificios; pero hay entidades, como Oaxaca, Guerrero y Chiapas, donde ese porcentaje oscila entre sólo el 34 y el 40% del total de las viviendas. A lo anterior debe añadirse que, de los 37.1 millones de viviendas que disponen de agua, ya sea dentro o fuera de la vivienda, sólo en 22.3 millones se tiene disponibilidad diaria; en 5.12 millones se tiene acceso sólo cada tercer día; y en 4.29 millones de viviendas se tiene acceso cada cuatro o más días.
Asimismo, según la propia ENIGH, en 2.51 millones de viviendas no se dispone de sanitario exclusivo; y sólo en 26.3 millones de viviendas el excusado tiene descarga directa de agua; en 8.2 millones tienen que echarle agua con cubeta; mientras que en 1.63 millones no se le puede echar agua. Y un dato adicional de singular relevancia: en México se consumen frutas o verduras sólo cuatro días a la semana.
Por otra parte, de acuerdo con la Encuesta Nacional de los Hogares, hay 11.6 millones de personas que viven en condiciones de hacinamiento; mientras que en 5.17 millones de hogares se cocina con leña; en 3.93 millones queman la basura porque no hay servicio de recolección.
Todo esto es importante porque permite evidenciar el despropósito que implica el conjunto de recomendaciones ante la actual coyuntura: tener una buena alimentación, lavarse las manos constantemente con agua y jabón, evitar espacios concurridos o aglomeraciones, y evitar espacios con altos niveles de contaminación. ¿Cómo cumplir como individuos con todo lo anterior, si va en contra de las condiciones estructurales en que viven las personas?
El doctor Jesús Kumate, uno de los más grandes médicos que ha tenido nuestro país, no sólo por su formación y visión clínica, sino por su patriotismo, hacía el énfasis en garantizar condiciones de inmunidad para todas las niñas y niños; pero, al mismo tiempo, poner al frente de las decisiones de infraestructura social la idea de la salubridad general, entendida como el conjunto de capacidades de una sociedad para evitar al máximo las enfermedades que pueden prevenirse o contenerse.
Desde esta perspectiva, la pandemia que está en marcha debe llevarnos a un replanteamiento del esquema general del gobierno y de las prioridades de inversión; por un lado, en las viviendas, resolver los problemas estructurales mencionados y, por el otro, en todas las instituciones públicas, fundamentalmente escuelas y parques y espacios públicos, garantizar el equipamiento y los servicios esenciales que permitan la generación de una sociedad de hábitos deseables para la buena salud y la mayor cantidad de años de vida saludable para toda la población.
En esa lógica, un gran programa de inversión social pública que modifique los esquemas del Ramo 33; pero también las prioridades del gobierno de la República, es urgente, porque si bien es cierto que se enfrenta una posible emergencia por el ya popularmente conocido “coronavirus”, también lo es que hay otras amenazas que no hemos podido ni siquiera controlar apropiadamente, como lo es el caso de la tuberculosis, del conjunto de enfermedades respiratorias agudas, las enfermedades diarreicas y generadas por parásitos, y de otras que se transmiten por vector, como el dengue y el paludismo, y que son, todas, producto de la pobreza y la marginación social.
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