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Pandillas, jóvenes y violencia

por Héctor Castillo Berthier

Introducción publicada originalmente en: “Pandillas, jóvenes y violencia”, en Revista Desacatos, CIESAS, número 14, pp. 105-126, México, 2004. Se reproduce con autorización expresa del autor


¿Dónde estamos?

La Vida Loca; la Blood for Blood (“Sangre por Sangre”); la Denfo du Barrio (“Morir por el barrio”); la MM (Mexican Mafia); la Mara 13; la 18; los Panochos; la 21; los Salvatrucha… son sólo algunos cuantos de los nuevos símbolos de una vieja realidad: organizaciones de autodefensa juveniles en “territorios enemigos”, donde ser joven pobre —y más aún si se es migrante— tiene un alto costo de discriminación; donde la única “salida” a la marginalidad tiene que romper la ley; donde la violencia, propia del sistema capitalista, es enfrentada con más violencia; donde la vida no vale nada, o más bien, donde se da el encuentro de la funesta realidad de saber que la muerte comienza a ser un negocio lucrativo.

Los países: Guatemala; Honduras; Nicaragua; Colombia; Brasil; El Salvador; Costa Rica; Panamá; México y otros más, en donde se está gestando una auténtica unificación latinoamericana respecto a la existencia de estos jóvenes pandilleros que, más allá de la búsqueda de una identidad o del consumo y asimilación de la hibridación cultural globalizada, han encontrado en la violencia una forma para tratar de sobrevivir en una sociedad de la cual han estado excluidos permanentemente.

Para los jóvenes pandilleros, su grupo —su “familia”— sigue siendo una parte medular de su existencia, en donde ser pandillero significa ser solidario, alimentar a otro pandillero o asesinar por tu pandilla. Es decir que ser pandillero está considerado por muchos como una auténtica forma de vida.

Miles de jóvenes —literalmente hablando— se han sumado a las maras de El Salvador, pero no se trata de un fenómeno local, lo mismo ha ocurrido en Colombia, Los Ángeles, Nueva York, Nicaragua, Honduras o México, y una de las advertencias de un marero indica que tan sólo en la Ciudad de México ya existen unos 1,300 mareros distribuidos en siete clicas, que son la columna vertebral de los Salvatrucha en este país, advirtiendo que si hoy se preocupan de que estén llegando tantos pandilleros “no han visto nada todavía”.

Pobreza e inequidad social

Sin embargo, no es posible hablar de los jóvenes en términos maniqueístas para decir que todos son buenos o, al contrario, malos. Es natural que en los grupos sociales haya una mezcla indeterminada de los dos tipos, subordinada a las condiciones de vida materiales y sociales. No obstante, surge en la sociedad un sentimiento y una percepción de “lo que son los jóvenes”, del peligro que representan y que muchas veces la lleva a actuar en forma violenta e irracional, amparada por la inexistencia de “justicia” o la presencia de un Estado de derecho débil y sin bases sólidas.

Así, surgen en Brasil los “Escuadrones de la Muerte”, en Colombia la “Policía Cívica”, en El Salvador la “Sombra Negra”, que inician, por su cuenta, auténticas “operaciones de limpieza”, asesinando a los pandilleros —o a quienes creen ellos que lo son—, y aumentando el clima de violencia y de impunidad que permite que todas estas manifestaciones de barbarie sean, paradójicamente, “aceptadas” e incluso validadas por una buena parte de la sociedad.

Un marco general que unifica las realidades específicas de estos países es la pobreza generalizada y sus efectos en la población, que es hoy una discusión de primer nivel para los países de América Latina, debido al considerable aumento de este fenómeno social y económico. Algo que contribuye al debate es que la pobreza se ha dado en medio de un contexto de raquítico crecimiento de la economía, caracterizado a la vez por un proceso de remodelación radical del papel del Estado en relación con las políticas sociales o de bienestar.

Junto al tema de la pobreza aparecen nuevas concepciones de la privación: vulnerabilidad, exclusión, discriminación, explotación y violencia. Algunos de éstos son temas viejos en las ciencias sociales, pero olvidados o evitados por ciertos paradigmas científicos disciplinarios. Pero la magnitud de las desigualdades en relación con las clases sociales, las razas, géneros, edades y regiones hacen que estos tópicos vuelvan a plantearse como pertinentes en la discusión de las formas de inequidad social.

Por estas razones es necesario ampliar el debate sobre la pobreza y sus diversas manifestaciones, así como la concepción y materialización de las políticas sociales en torno a este tema.

Es urgente expandir el debate de la pobreza —entendida no sólo como carencia económica— hacia la comprensión de la miseria como elemento clave para la construcción de prácticas sociales que buscan enfrentar de raíz las necesidades del individuo, la familia o la colectividad. Esta tarea implica una perspectiva multidisciplinaria, por lo que el tema de la metodología de estudio y de la reflexión normativa resultan indispensables en una discusión que abra nuevos horizontes a la investigación social.

Escenarios plagados de lugares comunes

“Pandillas, jóvenes, violencia”, estos conceptos unidos encierran un tema que es común a la realidad de muchos países, no sólo de América Latina sino del mundo entero: la delincuencia juvenil. Su presencia es recurrente y ofrece, contradictoriamente, las visiones convergentes y en cierta forma engañosas que aparecen día con día en los medios de comunicación, en la oficinas de gobierno donde se diseñan las políticas públicas y en los frecuentes temas de conversación de las reuniones familiares.

¿Quién podría no tener una opinión sobre los incrementos de la delincuencia en las calles?; ¿quién podría abstenerse de reflexionar —aunque sea superficialmente— sobre lo que son y representan las bandas y las pandillas juveniles en su ciudad o en su barrio?; ¿quién no tiene una idea cercana a lo que supuestamente es hoy la juventud y a lo que se cree está sucediendo con este importante grupo social?

La interacción de estos conceptos, sin un análisis de mayor alcance, fácilmente permite imaginar escenarios caóticos, plagados de lugares comunes y muchas veces oscuros, como si se tratara de un túnel prefabricado en donde ya se sabe —o al menos se intuye con toda seguridad— “lo que va a ocurrir”.

Pero, curiosamente, tanto la juventud como las pandillas o la violencia son categorías que necesitan de una indispensable reconstrucción histórica de acuerdo con los parámetros específicos de cada sociedad, si es que se quiere entender —en un sentido extenso— el presente y el futuro de nuestra sociedad contemporánea, donde, de seguir con las actuales tendencias demográficas, al menos en América Latina, habrá en las dos siguientes décadas más jóvenes que nunca antes en toda la historia del continente.

Pero no todo está perdido y agrupaciones como los Homies Unidos, en la ciudad de El Salvador, o Circo Volador en México, se han reunido para buscar en las pandillas, en las bandas, las fortalezas y habilidades que les permitan transformarse en personas productivas y de paso dar una solución al problema de la violencia social existente. Junto a ellas están los programas y las políticas sociales que surgen del gobierno, como es el caso de los partidos de futbol nocturnos organizados en El Salvador por el Consejo de Seguridad. Ante esto, Luis Romero, de Homies Unidos plantea: “¿De qué sirve jugar al futbol si en la noche me voy a morir de hambre?”, o sea, ¿a qué sociedad se les quiere integrar si nunca han pertenecido a ella?

Es un hecho que actualmente las políticas sociales de los gobiernos están en general disociadas, separadas y, muchas veces, en abierto antagonismo frente a los esfuerzos realizados desde la sociedad civil: ¿qué quiere decir esto?; ¿no es acaso el momento de replantear seriamente el papel del Estado frente a la caótica realidad existente?; ¿seguirá vigente el viejo lema de las bandas: “no hay futuro”?; ¿hasta cuándo? Estas son apenas algunas de las interrogantes que siguen vigentes hasta el momento.•

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