Esta es la tercera parte del artículo “Parcialización educativa” en el que se analizan varios de los retos que enfrentamos en el ámbito de la educación frente a la amenaza del COVI9
Por Luis Miguel Rionda*. Sigue al autor en Twitter: @Riondal
Culmino hoy esta serie de reflexiones sobre el particular momento educativo que experimentamos. Los extremos ideológicos buscan imponer modelos excluyentes, lo que puede provocar una crisis que marque a las generaciones en formación. Se nos está yendo la oportunidad de enderezar los entuertos de varias décadas de confusión y desviación de las urgencias en todos los niveles educativos. Desde el célebre Plan de Once Años (1959-1970) de Jaime Torres Bodet para la educación básica, y los Acuerdos de Chetumal (1974) de Víctor Bravo Ahúja para la media, no ha habido iniciativas que trasciendan lo numérico —expansión de la oferta— o lo laboral —ampliar o restringir la participación del sindicato en la gestión del servicio—. La calidad en los contenidos y los métodos pedagógicos se ha sacrificado en aras de mantener el apoyo político del gremio, y la urgencia de rendir “buenas cuentas” en la cobertura.
La educación superior no ha quedado exenta, en particular la pública. El movimiento estudiantil de 1968 provocó el abandono definitivo de la aspiración humanista y cosmopolita de los pedagogos del Ateneo de la Juventud —Caso, Vasconcelos, Fabela, García Naranjo, Henríquez Ureña, Torri y otros muchos. Todos ellos fundadores del modelo nacionalista y misionero que imperó en los años treinta y cuarenta. Luego se impuso la visión neo autoritaria de los setenta, que estimuló la expansión de la oferta despreciando a la calidad, para canalizar la energía crítica de una juventud que cuestionaba el modelo posrevolucionario. Las grandes universidades públicas crecieron espectacularmente, y nacieron otras que buscaron concentrar y elitizar la calidad, como la Universidad Autónoma Metropolitana y el CIDE, ambos fundados en 1974.
Un informe de la OCDE (https://tinyurl.com/ycsqto45) menciona que “En 1970-1971 había alrededor de 270 mil estudiantes matriculados en 385 escuelas a lo largo y ancho de México. En 2016-2017, esta cifra había aumentado hasta cerca de 4.4 millones de estudiantes […] presentes en más de 7 mil escuelas y casi 38 mil programas” (p. 9). La matrícula se incrementó 16.3 veces. En 1970 México tenía 51.5 millones de habitantes, y en 2015 llegó a 121.9. La población se multiplicó por 2.4. En términos cuantitativos parecería un éxito impresionante; pero en términos cualitativos no lo ha sido.
El mercado de trabajo ha sido inundado con profesionistas de las disciplinas “clásicas”, pero sin los perfiles que se demandan en un contexto especializado de competencia brutal. “No existe una cultura sólida de aseguramiento de la calidad dentro de las instituciones de educación superior, a excepción de algunas instituciones punteras”, reza el mismo documento de la OCDE (p. 4). Y continúa: “Más de un tercio de los estudiantes están matriculados en administración de empresas y derecho, mientras que nueve de cada diez estudian en programas de licenciatura. Los empleadores piden más diversidad, pero la falta de información dificulta que los estudiantes tomen decisiones informadas.”
Contrario sensu, instituciones como la Universidad de Guanajuato buscan estrangular esa diversidad exigiendo lo que el sistema es incapaz de ofrecer: una adecuada orientación vocacional, y con ello la ampliación del interés de los jóvenes hacia áreas del conocimiento hoy infravaloradas socialmente, como las ciencias, las tecnologías, la salud, las humanidades y las artes. Y en cuanto a las disciplinas clásicas, se requiere de mejores egresados, no de más.
Tiempo hay para las rectificaciones…
Aquí puedes leer la segunda parte de “Parcialización Educativa – 2”
(*) Antropólogo social. Consejero electoral del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato. Profesor ad honorem de la Universidad de Guanajuato. luis@rionda.net – www.luis.rionda.net – rionda.blogspot.com
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