El Presidente electo tiene como principal reto construir un nuevo modelo de gobierno, si de verdad quiere garantizar una transformación del estado de cosas. Para ello debería seguir una ruta crítica que permita una transición ordenada y un arranque de gobierno que dé certidumbre al país.
El primer paso complejo está en el lenguaje. Se trata de un asunto mayor: pasar del lenguaje de campaña al de gobernante electo es un tránsito que a muchos les ha costado y, que provoca, sobre todo, la incapacidad de un auténtico diálogo democrático. Ya ocurrió en el año 2000 con Vicente Fox y recientemente hemos visto lo que ha ocurrido en Estados Unidos, donde el presidente Trump ha hecho de su mandato una campaña política permanente.
Hay que moderar el tono, pero también asumir que se tiene desde ya una nueva responsabilidad: lo que diga o no el Presidente electo será tomado como ruta de gobierno; de tal forma que la improvisación, las ocurrencias o, incluso, las bromas deben ser medidas, atemperadas y regidas por una indeclinable de prudencia.
El segundo paso se encuentra en tender puentes con las distintas visiones y voces que hay en el país, y avanzar con apertura hacia la integración definitiva del gabinete, tanto el legal como el ampliado; y mientras más rápido ocurra será mejor. En ese sentido, es importante decir que en esta definición será indispensable que se convoque a personalidades con solvencia ética, sí, pero, simultáneamente, con capacidad profesional probada y trayectoria de vida intachable.
Lo anterior es relevante porque se trata de que el gabinete que acompañará al nuevo Presidente tenga la capacidad de convocar a la diversidad y pluralidad del país. Lo que debe comprenderse es que la legitimidad ganada en las urnas no es una patente de corso; es un mandato para construir un gobierno legítimo en su integración, e incluyente en su operación: es decir, que la mayoría obtenida no sea el argumento para imponer, sino que sea la condición que permite garantizar los derechos de todos, incluidas las minorías políticas y todas las demás.
El tercer paso se encuentra en establecer nuevas lógicas democráticas de interacción con el Congreso: se trata de que el nuevo gobierno envíe el mensaje de que asume tanto a la Cámara de Diputados como a la de Senadores, como una auténtica casa de representación popular, y no sólo como la caja de resonancia de las decisiones que se piensan y diseñan desde la oficina de quien habrá de encabezar el Ejecutivo Federal.
El nuevo Presidente debe establecer un compromiso indubitable respecto de su total apego al Estado de derecho, y en esa lógica, debe clarificar su visión respecto del otro poder de la República, que es el Poder Judicial.
El cuarto paso consiste en comenzar a precisar las ideas fundamentales del Gobierno: más allá de lo dicho en campaña, es momento de establecer líneas claras para la conducción institucional: qué estrategias se implementarán, qué programas seguirán vigentes, cuáles se modificarán, y más aún: qué dependencias y qué secretarías tendrán cambios sustantivos, o bien, definir si todo seguirá igual.
El quinto paso será establecer un intenso diálogo con los gobernadores; como nunca, el mapa político del país es auténticamente multicolor, y eso, aunado a las condiciones en que estamos, requiere de un auténtico diálogo republicano que garantice un federalismo cada vez más sólido y democrático.
La magnitud de los retos es enorme; esperemos que, como país, estemos a la altura necesaria para superarlos.
Investigador del PUED-UNAM
Twitter: @MarioLFuentes1
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