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La persistencia del pensamiento conservador

Hay quienes piensan que las y los extranjeros, o personas que no forman parte de sus comunidades constituyen por sí mismas una amenaza “a sus valores”, “a sus tradiciones” o a sus lógicas de convivencia. El nombre que se le da a ello es el de la xenofobia, o temor u odio a las personas “extranjeras”; al respecto habría que recordar a Camus con su idea de que, al final, todas y todos somos en realidad extranjeros.

Escrito por:   Mario Luis Fuentes 

Otros grupos de población siguen creyendo que la diversidad sexual es reprobable, ya sea por motivos religiosos, culturales o morales; pero en el fondo se cree que la normalidad preferible o hasta exigible es la heterosexualidad, con todo lo que ello implica: la idea de la prohibición de matrimonios entre personas del mismo sexo, la prohibición del derecho de esas parejas a adoptar, entre otras ideas similares.

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De acuerdo con diversas encuestas, hay importantes porcentajes de población que aún piensan que hay diferencias que justificarían el dominio de los hombres sobre las mujeres, y que su “papel natural” se encuentra en “respetar roles” relativos a la maternidad, el cuidado, el trabajo doméstico, así como de prácticas de subordinación en el ámbito laboral, educativo y económico. El machismo y la misoginia perviven y los niveles de violencia en contra de las mujeres nos indican de qué magnitud es.

Las niñas y los niños son, de acuerdo con el CONEVAL, el grupo en mayores condiciones de pobreza. Por su parte, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición estima que prácticamente la mitad de ellas y ellos han sufrido violencia; mientras que el Índice de los Derechos de la Niñez Mexicana, 2022, publicado por el PUED-UNAM, evidencia una condición de incumplimiento generalizado de los derechos de las infancias.

Las personas indígenas y afrodescendientes siguen siendo las más pobres entre los pobres; las localidades donde habitan son las de mayores niveles de carencia social y marginación; y los niveles de discriminación que viven todos los días en todos los espacios revela la permanencia de condiciones ancestrales de segregación y exclusión social.

Las desigualdades económicas y sociodemográficas permanecen intocadas en México. Los municipios que eran los más marginados en la década de los 90, aún con ciertos avances, siguen siendo los mismos en la segunda década del siglo XXI; y las diferencias radicales en acceso a educación, salud, vivienda y servicios públicos en general se mantienen sin variaciones importantes.

En los últimos años se ha hablado de una polarización discursiva en México; y es real; pero si ha logrado promoverse y extenderse, no podría atribuirse sólo a estrategias mediáticas. En realidad, habría que pensar que la polarización ya estaba ahí, y se expresa en los fenómenos descritos y en otros más, y que está profundamente arraigada entre la población nacional.

Los discursos de confrontación y disputa florecen sobre todo en sociedades desiguales y agraviadas; encuentran su cimiente en contextos de violencia institucional y de estructuras que prohíjan el dominio de unos cuantos sobre la mayoría. Esos discursos pueden presentarse como de “derecha” o de “izquierda”; y eso es uno de los peligros que enfrentamos en nuestros días. Porque en uno y otro bando, los liderazgos que logran encumbrarse en el poder comparten en el fondo puntos de convergencia que los lleva a la construcción de gobiernos autoritarios, excluyentes y abiertamente antidemocráticos.

América Latina es un ejemplo viviente: Bukele, Bolsonaro y ahora Milei son emblemáticos del pensamiento abiertamente de derecha y conservador; Chávez, Maduro, Ortega, son los autoritarios que se presentan como “progresistas” y de “izquierda”. Pero, en todos los casos, los resultados en sus países y las consecuencias para sus poblaciones están a la vista.

Urge, ante todo lo anterior, seguir luchando en defensa de sociedades fundadas en una profunda cultura de los derechos humanos, del diálogo, de la tolerancia, del compromiso con el bienestar generalizado, de paz y de respeto a la naturaleza. Es una batalla dura y difícil de ganar; pero no hay que rendirse en ese empeño.

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Investigador del PUED-UNAM

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