En marzo del año pasado el INEGI levantó el Censo General de Población y Vivienda, en su edición decimocuarta desde 1895. Diez meses después dio a conocer sus resultados, lo que fue un récord de rapidez gracias a la digitalización total del proceso. El dato más importante fue que sumaron 126 millones 14 mil 24 las personas registradas. Diez años antes lo fueron 112 millones 336 mil 538. Es decir que hoy somos un 12.2% más mexicanos en el territorio nacional. Hay que recordar que entre once y doce millones de paisanos, nacidos aquí, habitan en el extranjero, 98% de ellos en los Estados Unidos. Habrá que esperar a que el Buró del Censo de ese país publique el dato sobre el origen de sus inmigrantes.
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La tasa de crecimiento social anual –que ya descuenta la emigración internacional– es de casi un 1% (0.94). Muy lejos de aquel 3.4% anual de los años setenta. La edad promedio se incrementó a 28.5 años, desde los 25 que se promediaron diez años antes. El país está envejeciendo y la pirámide de edades ya muestra una reducción sensible en las cohortes más jóvenes.
Esto hace que la razón de dependencia sea de 50 personas dependientes por cada centenar de gentes en edad productiva. De éstas, no todas tienen empleo –menos de dos tercios– y menos aún empleo formal.
Esto planteará un reto formidable en un futuro no lejano, porque el envejecimiento de la población incrementará esta razón, y los viejos nos convertiremos en una carga, particularmente si carecemos de un plan de retiro o de seguridad social.
Como sabemos, los mexicanos no somos previsores; el futuro no nos asusta, porque le apostamos a nuestra vetusta tradición de que los hijos, en particular los menores –los coyotitos o benjamines–, nos atenderán en nuestra vejez. Eso es cada vez más improbable en un entorno donde las estructuras familiares están en crisis.
Los censos, encuestas y conteos nos permiten contar con información actualizada acerca de los riesgos y oportunidades potenciales que se nos plantean como nación y sus subconjuntos sociales. Hoy día las amenazas principales son la pandemia, la violencia social, la crisis económica, el desempleo, el subempleo y la polarización sociopolítica. Sobre todos esos problemas podemos encontrar información muy valiosa en los productos del INEGI, en particular el último Censo, que afortunadamente fue posible levantar apenas unas semanas antes del inicio de la crisis sanitaria.
Es de reconocer la magnitud del reto que enfrentó esa noble institución, a la que se le recortó sustancialmente su presupuesto desde el 2019. Este órgano autónomo no ha sido exento de la “austeridad republicana” de la actual administración federal. Una austeridad que llegó en el peor momento, cuando se enfrentan los enormes retos enunciados antes, para los que se debería contar con todo el instrumental y recursos de una administración pública eficiente, oportuna e informada.
La información es la llave para encontrar soluciones a los problemas que padecemos. Pero debe ser información veraz, oportuna y generada con metodología científica. Eso lo garantiza la autonomía. La política no debe contaminar este ejercicio público.
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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda
Palabra clave: Población e información