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Pobreza y desigualdad en los años del neoliberalismo

El neoliberalismo, adoptado hacia fines de los setenta del siglo XX en Chile, bajo el gobierno del dictador Augusto Pinochet (1973 a 1990), respondió a una situación histórica particular en ese país y fue puesto en práctica, en la década de los ochenta y noventa, en prácticamente todos los países de América Latina.  La ruptura del modelo sustitutivo de importaciones se originó en la crisis provocada por la caída de los precios del petróleo en 1982 y el alza en las tasas de interés, lo que incidió en la súbita elevación de las deudas externas de los países de la región, quienes para solventarlas, recurrieron a los organismos financieros internacionales que impusieron condicionalidades para otorgar los créditos solicitados. La aplicación de las medidas asociadas a los préstamos llevó a cambios radicales en la manera de conceptuar las relaciones entre crecimiento económico, desigualdad en la distribución de los ingresos y pobreza.

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En los años setenta las principales economías capitalistas entran en una fase de inestabilidad económica después de haber gozado de un período de crecimiento sostenido; son años de manifestaciones sociales violentas, huelgas, empobrecimiento, terrorismo y desempleo. En Inglaterra nombran primera ministra a la conservadora Margaret Thatcher (1979 a 1990) y en Estados Unidos al republicano Ronald Reagan (1981 a 1989), ambos promueven activamente la eliminación del viejo modelo económico en el que estado jugaba un rol central en la conducción de la economía y su sustitución por uno basado en el funcionamiento libre del mercado.

Para esas fechas el modelo neoliberal ya había madurado su proyecto ideológico, iniciado en 1938, a raíz de la preocupación por el futuro del capitalismo liberal, en crisis desde 1929, y del avance del régimen comunista soviético. El proyecto inició con la convocatoria de L. Rougier, en París, para discutir el libro de Walter Lippmann The Good Society. La denominada Mont Pélerin Society[1] siguió reuniéndose, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, para contribuir al progreso del liberalismo en respaldo del interés de las grandes empresas (F. Escalante, 2015).

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Como se ha señalado, en América Latina el neoliberalismo se expandió al adoptar las recomendaciones de los organismos financieros internacionales, codificadas por John Williamson (1990), conocidas con el nombre de Consenso de Washington y que, en esencia, limitan el poder estatal en las decisiones de política económica y social y las transfieren al mercado.

Para precisar las ideas es conveniente distinguir entre liberalismo clásico y neoliberalismo. En el primero se sostiene que, debido a la complejidad de los procesos económicos, el estado, en aras de contar con una economía dinámica debe garantizar y extender la libertad económica, y ser cauteloso en su acción en este campo.  La idea es que el estado liberal debe ser precavido en actuar sobre la economía y cuando sea necesario, hacerlo indirectamente porque es incompetente para hacerlo directamente (Amable B., 2011).

El neoliberalismo en contraste con el liberalismo sostiene que el capitalismo y el mercado son construcciones artificiales e históricas cuya existencia sólo es posible dentro de un marco institucional. Sobre la base de este programa la intervención gubernamental no se puede reducir a la separación del estado y el mercado. El estado neoliberal tiene el deber de mantener el orden de mercado; debe abstenerse de interferir en la producción y el intercambio, pero sancionar los ataques contra la competencia” (Amable B., 2011). A diferencia del liberalismo clásico, el neoliberalismo estimula la participación estatal para garantizar el libre funcionamiento de los mercados e intervenir en los casos en que se observen fallas.

Adicionalmente, hay que tener presente que el neoliberalismo adhiere al individualismo metodológico, según el cual, la explicación de los fenómenos agregados debe derivar de las acciones individuales.

Los procesos económico-sociales que enfrentó el mundo occidental en los setenta, la toma del poder del conservadurismo en Estados Unidos y en el Reino Unido en los ochenta, los más de 30 años de trabajo acumulado a la fecha por la Mont Pélerin Society, dedicado al desarrollo conceptual de la concepción neoliberal, el cambio epistemológico en el concepto de explicación y la crisis del petróleo de comienzos de los ochenta, cuyos efectos tornó impagables las deudas externas de los países de América Latina, fueron procesos que se combinaron para encaminar las políticas neoliberales en nuestros países[2].

En el marco de estos acontecimientos resultan fácilmente comprensibles las razones que llevaron a desechar la tesis del goteo que había imperado en América Latina desde los cincuenta hasta los ochenta del siglo XX. Por una parte, las dos teorías (Kuznets y Rostow) que sustentaban la “tesis del goteo” eran históricas y de carácter macro social, es decir, se referían a la evolución y cambio en el tiempo de grandes agregados sociales y en particular en la teoría de Kuznets el estado jugaba un papel central en el cambio de un régimen de crecimiento a otro.

La aplicación del neoliberalismo en América Latina encaró la pobreza como una falla de mercado, lo que otorgaba legitimidad a la intervención estatal para enfrentarla. Se sostuvo que había que elevar los niveles de capital en manos de los pobres, considerando no sólo el capital físico sino también el capital humano (Gary Becker, quien formuló y sistematizó la teoría del capital humano formó parte de la Mont Pélerin Society junto con Milton Friedman y otros profesores de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago). El argumento sostiene que las buenas ideas de inversión surgidas en los sectores populares tienden a perderse por falta de financiamiento debido a las restricciones que enfrentan para conseguir préstamos. Además, los numerosos contingentes de pobres de la región debían recibir programas sociales para mejorar sus niveles educativos, sus condiciones de salud y alimentación y, por tanto, su capital humano. Una vez corregidas las fallas del mercado se lograría que los mayores niveles de calificación para el trabajo proporcionados por la educación, así como las buenas ideas de inversión surgidas en esos sectores sociales, si se pudieran aprovechar, aumentarían la eficiencia de la inversión y por tanto el producto (F. Bourguignon, 2004).

Desde fines de la década de los noventa proliferaron en los países de América Latina, y se esparcieron por el mundo, los programas sociales focalizados de transferencias monetarias condicionadas, que buscaban reducir la transmisión intergeneracional de la pobreza elevando los niveles educacionales, de salud y de alimentación en la población en edad escolar en familias pobres. Por medio de la condicionalidad se intentaba modificar los comportamientos de las familias y evitar así el trabajo infantil, aumentar la escolaridad de las nuevas generaciones, enseñar formas saludables de alimentación y promover el cuidado de la salud.

También se pusieron en práctica apoyos a las micro y pequeñas empresas, en que predomina el trabajo informal, reconociendo que ésta es una característica de la estructura económica de nuestros países, y a través de esas políticas regularizarlas.

Además, la política social creó un sistema de apoyos económicos a los adultos mayores tomando en cuenta que la imposibilidad de terminar la vida laboral con una jubilación está fuertemente ligada a la inestabilidad de los trabajos a lo largo de la vida, el continuo tránsito entre trabajos formales e informales, y la existencia de un amplio número de mujeres que nunca desempeñaron una actividad remunerada en el mercado y cuando lo hicieron fue en el sector informal.

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Levy S. y Walton M. 2009, presentan de manera sucinta el argumento que vincula inequidad y crecimiento.  Sostienen que la desigual distribución de la riqueza, del ingreso y del poder junto con las imperfecciones del mercado estructuran las políticas económicas de modo que los mercados no asignan los recursos de acuerdo con la eficacia económica, sino considerando otros criterios, tales como mantener el poder, en vez de procurar el crecimiento sostenido. En lugar de la tesis del goteo en que el crecimiento económico hacía fluir el ingreso desde los estratos altos a los bajos, sin especificar sus mecanismos, las ideas esgrimidas por Levy y Walton concluyen (i) que es la desigualdad la que limita el crecimiento y (ii) que ello se debe a que los sectores sociales que detentan la riqueza y el poder interfieren en el libre funcionamiento de los mercados.

En la época de la aplicación de las medidas del Consenso de Washington la preocupación en el manejo de la economía se centra en eliminar o minimizar las fallas de mercado de modo que el fruto de la actividad económica alcance su máximo y los máximos desplegados en el tiempo garantizan el crecimiento económico. La desigualdad en la distribución del ingreso, como parte de la inequidad de la distribución de la riqueza y el poder, se erige ahora en un obstáculo al crecimiento económico en tanto los sectores sociales que los detentan interfieren en el libre funcionamiento de los mercados (Levy S. y Walton M., 2010). La pobreza ya no es la variable residual que fue, sino adquiere centralidad en la preocupación social pues mirada desde el punto de vista estrictamente económico es una manifestación de imperfecciones de mercado que deben ser resueltas. La adopción del modelo neoliberal condujo a un cambio radical en la manera de conceptuar la pobreza y la relación entre desigualdad en los ingresos y crecimiento económico.

La actual política social, la que ha puesto en práctica la administración que tomó el poder en 2018, en consonancia con su rechazo declarado a la política neoliberal del pasado, desmembró el programa social insignia que operó durante dos décadas (con tres nombres distintos, Progresa, Oportunidades y Prospera) y sus componentes los repartió entre las Secretarías de educación, salud y bienestar. A lo que se debe agregar que los apoyos a los micro y pequeños empresarios han sido mezquinos aún en los años de la COVID19.

La nueva política social que debería estar orientada por el lema “Por el bien de México primero los pobres” se organiza, principalmente, por grupos sociales: Adultos Mayores, Jóvenes Construyendo el Futuro, Sembrando Vida, etc. Los programas sociales actuales están dirigidos a la población delimitada por su objeto, por ejemplo, para inscribirse en el programa Jóvenes Construyendo el Futuro basta con tener entre 18 y 29 años, no estar trabajando ni estudiando, ni haberlo recibido anteriormente, nótese que no hace referencia a la situación económica. Además, son programas universales lo que implica que en el caso de ser exitosos llegan a pobres y no pobres, además no introducen condicionamientos para cambiar prácticas indeseadas en la población como son el trabajo infantil, dietas alimenticias no saludables, etc. y agregan la novedad de que los apoyos monetarios deben ser entregados directamente, sin intermediarios.  Sorprende que la estrategia de dispersión de los recursos promueva la soberanía del consumidor y de este modo privilegie eliminar posibles distorsiones de mercado; en efecto, cada quien puede emplear su dinero como quiera, y expresar su demanda en el mercado que desee, de esta manera se saltan las posibles barreras que impiden alcanzar los óptimos económicos, en consonancia con las ideas que, según hemos visto, caracterizan al neoliberalismo.

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Referencias

Amable B (2011). “Morals and politics in the ideology of neo-liberalism” Socio-Economic Review 9.

Bourguignon, F. (2004). “The poverty-growth-inequality triangle”. Ponencia, Indian Council for Research on International Economic Relations, Nueva Delhi.

Escalante F. (2015), El neoliberalismo, Historia Mínima de México, El Colegio de México, México.

Levy, S., & Walton, M. (2009). “Equity, competition, and growth in Mexico: An overview”. En S. Levy, & M. Walton, No Growth without Equity? Inequality, Interests and Competition in Mexico. Washington, D. C.: Palgrave Macmillan y Banco Mundial.

Romero M. E. (2011) “Las raíces de la ortodoxia en México”, Economía UNAM, Vol. 8, Núm. 34.

Williamson, J. (1990). What Washington means by policy reform? En J. Williamson, Latin American Adjustment. How Much has Happened? Washington: Institute for International Economics.


[1] Terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1947 el grupo que se había reunido en París en 1938 se reunió en el Hotel du Parc en Mont Pélerin, por esas fechas ya tenía un proyecto mucho más definido “en organización, membresía, y sobre todo en su financiamiento y en su intención era otra cosa. Mucho más político, más estadounidense, más empresarial y con una ambición mucho más concreta también”.

[2] María Eugenia Romero Sotelo (2011) en su artículo “Las raíces de la ortodoxia en México” expone los acontecimientos que abrieron paso a la ortodoxia neoliberal en México. Desarrolla la tesis de que fue un acto consciente de la burguesía mexicana para enfrentar el nacionalismo económico producto de la Revolución Mexicana.

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