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POLARIZACIÓN SOCIAL Y EROSIÓN DE LA DEMOCRACIA… ¿O VICEVERSA?

No es infrecuente escuchar que la crisis de la democracia es consecuencia de la polarización social que asciende de la calle al régimen político. La desigualdad en múltiples dimensiones sería la causa de la ruptura de la confianza ciudadana. A los problemas redistributivos se suman otros relativos al reconocimiento de las mujeres, de identidades raciales, étnicas, nacionales, de género. Es un efecto predecible el fracaso de la representación política.

Escrito por: Alejandro Sahuí

Quienes así argumentan expresan que no cabe imputar culpa de esta crisis a los líderes que desde izquierda o derecha valientemente denuncian la desigualdad, cobijan a sus víctimas y señalan a las élites que se privilegian del actual orden de cosas. “No maten al mensajero” resume el punto de quienes comparten el diagnóstico del fracaso de lo público y lo común.

Hace unos pocos días Aníbal Pérez-Liñán, en el XI Congreso Internacional de la Asociación Mexicana de Ciencia Política, reunido alrededor del tema “Erosión de la democracia y autocratización” en Guadalajara, Jalisco, planteó una hipótesis que invita a reconsiderar el problema. Aunque pueda existir polarización, la erosión democrática provendría de arriba y adentro, de actores que aprovechan resquicios del régimen para impulsar agendas que, de facto, no son mayoritarias.

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El cambio de enfoque no es menor porque visibiliza la agencia y la dimensión institucional. Es decir, recupera el locus de control, indica lo que cabe hacer para enfrentar el proceso de erosión. No hace falta solucionar todos los problemas, aunque ésta sea tarea de los gobiernos, como señalaron Claus Offe o Jürgen Habermas al estudiar los problemas de legitimación en los Estados de bienestar.

Si no interpreto mal a Pérez-Liñán el carácter multidimensional de la desigualdad impediría la constitución de clivages o divisiones amplias y duraderas, dada la infinidad de los asuntos públicos. La perspectiva concuerda con las ideas de Mancur Olson sobre la acción colectiva y de defensores del modelo competitivo como Anthony Downs. Los partidos políticos tienen tendencia a permanecer en el centro para capturar al mayor número de votantes. Correrse a los extremos no es una alternativa razonable, no de modo normal. Para que esa estrategia merezca la pena hay que hallar los resortes del sistema político, sus entresijos, y capturar específicamente éstos.

En este punto el enfoque es esclarecedor y coincide con el nuevo libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, La tiranía de la minoría. Veámoslo con tres ejemplos recientes, y uno en la antesala. En Estados Unidos el Partido Republicano en la Cámara de Representantes cedió a ocho miembros radicales leales a Donald Trump, a pesar de la resistencia de una amplia mayoría que votó contra la moción de censura de su presidente Kevin McCarthy. Su actual speaker confirma un desplazamiento al extremo de la tercera autoridad del país.

En España, la alianza del Partido Popular y Vox torpedeó el proceso de investidura favorecido en urnas, y ahora el Partido Socialista Obrero Español luce capturado por partidos nacionalistas con demandas que no comparte el electorado en conjunto.

En el caso de la elección en México de 2018, la alianza del Partido de Regeneración Nacional (MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y Encuentro Social (PES) fue necesaria para alcanzar la mayoría en las Cámaras de Diputados y Senadores. Destacan los vínculos del PES con grupos evangélicos conservadores con valores en principio adversos a los de MORENA; sobre todo, teniendo en cuenta que el partido perdió su registro al no alcanzar el 3% de la votación requerido por la ley. En las elecciones intermedias de 2021, MORENA no logra la mayoría calificada que le permitía cambios constitucionales, dato que se puede interpretar como mandato del electorado a buscar consensos. Esta vez se une al Partido Verde Ecologista de México (PVEM), otra minoría poco significativa y sin relación ideológica.

En Argentina, Javier Milei ha inflamado el discurso público. Aunque ha perdido en primera vuelta, busca la alianza con Patricia Bullrich para estar en condiciones de obtener el triunfo. “Cuando la patria está en peligro, todo está permitido” ha dicho ésta, mostrando el corrimiento a la derecha de un partido de centro, aunque su electorado se debate seguir esta determinación.

No dejo de notar que se trata de regímenes políticos diferentes. Tres presidenciales y uno parlamentario; de mayoría o mixtos con representación proporcional. Pero lo fundamental de la hipótesis se sostiene. Paradójicamente, considero que ofrece razones para ser optimistas. En efecto, existen en las sociedades posiciones radicales que se relacionan con emociones negativas: resentimiento, miedo, asco. Pero la buena noticia es que no son mayoritarias ni socialmente dominantes; tampoco forjan alianzas estables.

Con alguna precaución me aventuraría a decir que estos datos tienden a confirmar estudios empíricos sobre las inteligencias colectivas y la sabiduría popular, pero en sentido contrario a Ernesto Laclau en La razón populista. Hélène Landemore y Jon Elster han explorado varios principios y mecanismos institucionales de una razón democrática que entienden como una magnitud pluralista, no unánime. Las mayorías deben poder gobernar, como subraya Adam Przeworski. En los ejemplos vistos ciertas minorías radicales han desplazado el eje del consenso del ciudadano medio, y es la polarización política, no la social, la que se traduce en leyes y políticas públicas susceptibles de afectar la representación y la participación.

No sugiero que la solución sea sencilla o esté a la vuelta de la esquina, pero aprecio en los análisis de Pérez-Liñán, Levitsky y Ziblatt, diagnósticos consistentes y rutas esperanzadoras. El foco se debe poner en el régimen, en impedir su captura por actores, grupos y partidos que de facto reflejan posiciones sociales minoritarias en el conjunto de la ciudadanía, pero que logran influencia dentro del sistema alterando la voluntad de la mayoría de un modo desleal con la democracia.

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Frase clave: POLARIZACIÓN SOCIAL, POLARIZACIÓN SOCIAL Y EROSIÓN DE LA DEMOCRACIA

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