por Carlos Welti Chanes
El descenso de la fecundidad y su consiguiente impacto sobre el crecimiento de la población es, sin duda, el logro más significativo de la política de población en México. Paradójicamente, en años recientes se abandonaron acciones en esta materia que han formado parte de la política de población desde sus orígenes.
Aunque no se puede ignorar que, como resultado del cambio social, se ha producido un mayor empoderamiento de las mujeres y sectores cada vez más amplios están en posibilidad de tomar decisiones relacionadas con su reproducción, que en el pasado estaban limitadas. Asimismo, el acceso a la planificación familiar que los programas públicos hicieron posible ha sido el factor fundamental para transformar radicalmente el comportamiento reproductivo de la población de este país, con lo que se inició un descenso sostenido de la fecundidad.
No obstante, existen problemáticas no resueltas que deben ser atendidas por una política de población, tales como la persistencia de diferencias en el nivel de fecundidad entre grupos socioeconómicos, el todavía elevado nivel de fecundidad de las mujeres menores de 20 años e incluso la incidencia de la fecundidad entre niñas menores de 15 años.
Las diferencias en los niveles de fecundidad según tamaño de la localidad de residencia de las mujeres y según nivel de escolaridad son una muestra de los problemas que deben ser atendidos por una política demográfica que pretenda incidir sobre las condiciones de vida de la población.
Además del tamaño de la localidad de residencia, otra característica asociada a la fecundidad diferencial es la escolaridad de la mujer. Esta relación ha sido constatada a lo largo de diferentes etapas en el desarrollo de una sociedad y en diferentes contextos, de tal manera que se observa una relación inversa entre escolaridad y fecundidad.
En México, las diferencias en la fecundidad según el nivel de escolaridad de la mujer son las que más clara y sistemáticamente se observan a lo largo de los años y, si bien han disminuido en magnitud a través del tiempo, aún se constatan con los datos más recientes. Estas diferencias muestran situaciones relacionadas con el rol (confinado a la reproducción) que se le asigna a una mujer en determinados grupos sociales.
Una política de población que pretenda incidir sobre el nivel de fecundidad debe proponerse incrementar el nivel de escolaridad de la población femenina para modificar significativamente los patrones reproductivos.
Embarazos en niñas y adolescentes, situación olvidada
El Programa Nacional de Salud 2007-2012 reconoce el problema del embarazo adolescente con cifras que hacen referencia al porcentaje de partos en menores de 20 años atendido en instituciones públicas. Puntualmente, se menciona que de los 1.174 millones de partos atendidos en 2005, el 21% correspondieron a menores de 20 años (I). A pesar de su magnitud, este problema en la práctica ha sido ignorado y se han dejado de implementar políticas para atenderlo.
Además, el hecho de referirse a los embarazos de menores de 20 años sin hacer un desglose por edad de la madre al interior de este grupo oculta una situación aún más preocupante, que es el embarazo entre niñas menores de 15 años.
Aunque la fecundidad de las mujeres menores de 20 años ha disminuido en México en las décadas recientes, como resultado de la implementación de una política demográfica que puso énfasis en la ampliación de la oferta de métodos anticonceptivos, su nivel continúa siendo elevado y, cuando se observa su incidencia entre diversos grupos de la población, muestra claramente comportamientos diferenciales asociados a hechos tan simples como el acceso a la información y la disponibilidad real de métodos anticonceptivos; el efecto de condiciones de gran complejidad como la construcción de un proyecto de vida; el ejercicio de la autonomía femenina que permite planear un embarazo; o situaciones de vulnerabilidad que incrementan la probabilidad de una mujer de embarazarse en la adolescencia
Sin que se pretenda establecer una relación de causalidad entre pobreza y fecundidad temprana, hay una muy amplia evidencia empírica que muestra que la incidencia del embarazo entre mujeres jóvenes es mayor entre los grupos con más carencias económicas.
La tasa de fecundidad de las mujeres de 15 a 19 años en la actualidad se ubica en alrededor de 70 nacimientos por 1,000 mujeres, que no es precisamente el valor más elevado en América Latina, pero si supera el de otros países del continente como Estados Unidos, que tiene una fecundidad de 40 nacimientos por 1,000 mujeres y está muy por encima del observado en países de Europa en donde esta tasa para la zona Euro es de sólo 8 nacimientos por 1,000 mujeres (II).
Los datos de un amplio número de investigaciones realizadas en diversos contextos muestran que las mujeres que inician su historia reproductiva en la adolescencia terminan con un número de hijos significativamente superior a los que tienen las mujeres cuyo primer hijo nace después de que ellas tienen 20 años de edad, por lo que retrasar el inicio de la maternidad se justifica como uno de los muchos objetivos que debe tener una política de población que pretenda incidir sobre el crecimiento demográfico.
A partir de la información de los registros de nacimientos es posible estimar que entre 1990 y 2010 el porcentaje de niños que nacen anualmente y que son hijos de mujeres menores de 20 años ha variado entre 18% y 16% del total, lo que representaría en la actualidad en números absolutos casi 400 mil nacimientos. Si además esta información se desagrega por grupos de edad, se hace evidente una situación poco analizada, en la que aparecen niñas de menos de 13 años de edad que han sido madres. Esta situación ha sido ignorada.
Fenómeno generalizado
Es posible suponer que el embarazo de mujeres muy jóvenes, menores de 15 años, ha sido una situación que ha existido desde el pasado remoto en este país, en especial entre la población residente en localidades rurales.
La primera encuesta de carácter nacional que tuvo como objetivo la estimación de la fecundidad de las mujeres mexicanas, realizada en 1976 (III) muestra que: el 53.7% de los eventos genésicos producto del primer embarazo ocurrieron antes de los 20 años de edad; el 4.9% antes de los 15 años; y poco menos de 1% antes de los 13 años. Su incidencia está relacionada con el nivel de escolaridad de la mujer, ya que el mayor porcentaje que tuvo su primer evento genésico antes de los 15 años (12.8%) lo presentan las mujeres que no asistieron a la escuela.
Debe mencionarse que, en un gran porcentaje, las mujeres en el grupo con siete o más años de escolaridad habían iniciado muy jóvenes su historia genésica, ya que 1 de cada 3 mujeres con secundaria o más tuvo su primer embarazo antes de los 20 años. Así, todavía en los años setenta el embarazo temprano era un fenómeno generalizado.
Para 1997, con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID-97), se estimó que el 0.6% de los primeros eventos genésicos ocurrieron antes de los 13 años de edad, el 3.1% antes de los 15 años y antes de los 20 años el 46.2%.
Posteriormente, la ENADID realizada en 2009 hizo evidente un patrón por edad al primer evento genésico en el cual el 0.4% de estos se produjo antes de los 13 años de edad de la madre, antes de los 15 años el 3.8% y antes de los 20 años el 43.9%. Como en las encuestas previas, las relaciones entre edad al primer evento y nivel de escolaridad así como entre la edad de la mujer y el resultado del embarazo se mantienen.
Ha disminuido la incidencia de los embarazos tempranos y aunque menos del 1% de los primeros eventos genésicos ocurre antes de que la mujer tenga 13 años, el hecho de que alrededor del 3% de estos eventos ocurra cuando las mujeres tienen menos de 15 años debe ser una situación que llame la atención.
Por otra parte, los registros de nacimientos sólo ofrecen información sobre los embarazos que concluyeron con un nacido vivo y que, además, fueron registrados. Según el registro de nacimientos puede decirse que en años recientes alrededor de 400 mil nacimientos han sido concebidos por mujeres que no han cumplido 20 años de edad y al menos 7 mil son hijos de niñas menores de 15 años.
Siete mil nacimientos que son hijos de madres que tienen entre 10 y 14 años, en un país que tiene más de 100 millones de habitantes puede parecer un número insignificante; sin embargo, esta cifra es sólo la muestra de un problema que debe ser atendido desde sus raíces y que está asociado a violencia y abuso sexual hacia las niñas. Incluso, es posible suponer que una deliberada mala declaración de la edad de la madre al registrar el nacimiento del hijo evita hacer visibles algunos nacimientos cuya maternidad corresponde a niñas y que pudieron originarse en violaciones.
La magnitud de la fecundidad infantil que se deriva de estas cifras significa que casi cada noventa minutos ocurre en México un nacimiento producto del embarazo de niñas menores de 15 años.
La organización Observatorio de la Mortalidad Materna en México, al definir la “Estrategia Prioritaria para la Reducción de la Mortalidad Materna 2011-2012” menciona que: “Durante el año 2007 se registraron 1,097 defunciones maternas; es decir, que cada 8 horas falleció una mujer por complicaciones del embarazo, parto o posparto” (IV). Por lo tanto, sólo tomando en cuenta los números expuestos, la fecundidad infantil multiplica por siete la magnitud de la mortalidad materna.
Imperativos de una Política de Población
Es necesario incidir en el proceso de cambio demográfico y disminuir las diferencias en la fecundidad que hacen que en este país convivan situaciones en las cuales algunos grupos sociales muestran comportamientos demográficos que se vivían en el pasado, con elevados niveles de fecundidad, mientras que en otros grupos se está llegando a niveles de reemplazo generacional.
Una hipótesis plausible para explicar la situación actual es que aunque las mujeres desean tener familias más pequeñas no se ha avanzado significativamente en modificar condiciones que permitan que la procreación sea una acción que dependa de la voluntad individual y que, por lo tanto, se pueda aspirar a tener los hijos que se desean y concretar este deseo. También se puede suponer que los medios para controlar la fecundidad no están disponibles para toda la población, especialmente entre las mujeres jóvenes, de tal manera que es posible afirmar que la denominada “demanda insatisfecha” de métodos anticonceptivos no se ve disminuida significativamente en años recientes y no parece que se abatirá en el corto plazo si no se toman medidas de política proactiva en esta materia.
La edad de inicio de la práctica anticonceptiva se ha reducido entre cada sucesiva generación, sin embargo, las jóvenes empiezan a usar anticonceptivos cuando ya la maternidad ha transformado su vida limitando sus posibilidades de desarrollo. Resulta, por lo tanto, indispensable atender a la población adolescente, ofreciéndole oportunidades de desarrollo que compitan con la maternidad, así como hacer accesibles los métodos para evitar un embarazo no deseado.
Incidir sobre la fecundidad diferencial según características socioeconómicas puede tener impacto sobre las condiciones de vida de la población más pobre y éste debe ser un objetivo estratégico de la política de población.•
Notas y referencias:
I. Programa Nacional de Salud 2007-2012. Secretaría de Salud, p. 70.
II. United Nations Department of Economic and Social Affairs Population Division 2011. Update for the MDG Database: Adolescent Birth Rate.
III. La Encuesta Mexicana de Fecundidad (EMF), como parte de la World Fertility Survey.
IV. www.omm.org.mx/index.php/estrategia-prioritaria-para-la-reducción-de-la-mortalidad-materna-2011-12-html.Consulta realizada el 2 de agosto de 2012.
V. La gráfica incluye para 1990 nacimientos ocurridos durante ese año y registrados entre 1990 y 2000. Para 2000, incluye los nacimientos ocurridos durante ese año y registrados entre 2000 y 2010; para 2005, los nacimientos ocurridos durante ese año y registrados entre 2005 y 2010; y para 2010, los ocurridos entre 2010 y 2011.