por Alejandro Vélez Salas / Doria del Mar Vélez Salas
México, sin lugar a dudas, está en medio de un vendaval de violencia inédito y doloroso. De acuerdo con las últimas cifras sobre homicidios que ha dado a conocer el INEGI, nuestro país está viviendo una crisis humanitaria de dimensiones incalculables, pues todos estos homicidios tienen implicaciones psicológicas y sociológicas que no podemos medir.
Sin embargo, a pesar de lo chocante e impactante de la cifra, el hecho de que de 2007 a 2012 se hayan cometido en México 121,683 asesinatos violentos no generó demasiadas olas en los principales medios de comunicación; ha permeado un discurso oficial criminalizador y maniqueo de los tres órdenes de gobierno para justificar los miles de homicidios y el alza en la violencia en las grietas de una sociedad asustada y desinformada. “Se están matando entre ellos”, “en algo andaba” o “el gobierno no mata, son los narcos” son frases que escuchamos hasta el cansancio durante los últimos seis años y que han generado una displicencia social alarmante hacia la crisis humanitaria que vive México.
Esta situación nos parece muy preocupante sobre todo si tomamos en consideración la importancia del lenguaje para reconocer y reconocernos en los otros, así como sus efectos en los procesos de violencia. Recordemos el planteamiento de Adan Kovacsics, quien en su obra Guerra y lenguaje aborda la relación directa entre el lenguaje y el desencadenamiento de la guerra, pues una catástrofe lingüística, a través de la prensa o los diversos manifiestos, le antecede a las catástrofes bélicas. Este fue el caso del genocidio en Ruanda o la guerra en los Balcanes.
Pero por desgracia hay personas que parecen no querer enterarse de lo que está sucediendo en México. El cronista Alejandro Almazán hace un llamado desesperado a los chilangos indiferentes en su artículo “Salvémonos”:
“Lo que sucede es que a la mayoría de los chilangos parece no importarles que a 300 kilómetros hacia el oeste, el estado que le dio estilo a las carnitas de nuestros mercados viva con el miedo a quemarropa y deba armarse para hacer lo que al Estado le importa un carajo: la vida de las personas. Tampoco parece interesarle tanto asesinado, porque de lo contrario ya habría salido a las calles”.
Frente a lo planteado por Alejandro Almazán podría expresarse que quizás ese tipo de reacción social frente a la violencia sea resultado de la resignación o el hartazgo dada la exposición o cobertura de este tema en los medios de comunicación. Sin embargo, dadas las circunstancias nacionales creemos que dicho comportamiento se desprende de lo que bien decía Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás: “donde quiera que la gente se sienta segura sentirá indiferencia”.
El problema es que México se está quedando sin rincones donde sentirse seguro. Cuando la violencia alcance con sus tentáculos a aquellos que no quieren deprimirse o a los que están seguros de que “eso sólo pasa en el norte” o “sólo le pasa a los narcos”, el golpe que se darán con la realidad será devastador. Ya lo hemos visto con algunos de los familiares de personas desaparecidas, quienes al ser entrevistados confiesan que hasta que no les sucedió a ellos jamás les había interesado lo que sucedía en su ciudad.
No nos malinterpreten, no esperamos que de la noche a la mañana se concienticen millones de mexicanos y que de la indignación pasen a la acción. No proponemos tampoco que todos vayamos buscar fosas comunes a San Fernando, pero creemos que tan solo por el hecho de vivir en México tenemos la obligación cívica de estar enterados de lo que está sucediendo y de tratar de remediarlo en la medida de nuestras posibilidades. Esperamos que, de una forma u otra, cada vez más mexicanos se den cuenta de que, como dice el poeta Antonio Machado: “un golpe de ataúd en tierra —o 121,683 en nuestro caso— es algo suficientemente serio”.
Por fortuna, hay muchas personas que, aunque no hayan vivido en carne propia los efectos de la violencia, han decidido romper con esa indiferencia que produce la comodidad y la falsa seguridad. De manera individual o colectiva están emprendiendo proyectos que pretenden incidir en la terrible realidad mexicana. Es gracias a estas personas que podemos decir sin ambages que además de miedo y apatía, la extrema violencia que se vive en numerosas zonas del país ha provocado que mucha gente saque lo mejor de sí. Hay casos halagüeños por toda la geografía mexicana: desde las vías de Amatlán de Los Reyes, Veracruz, donde un grupo de mujeres, “Las Patronas”, alimentan todos los días a los migrantes centroamericanos y mexicanos que cruzan encaramados en el lomo de “la bestia”; hasta Tijuana, donde Fernando Ocegueda lidera un colectivo de familiares de desaparecidos que han empezado a buscar a sus seres queridos en fosas comunes y que van adquiriendo conocimientos forenses y periciales.
No lo podemos asegurar, pero suponemos que muchas de estas personas que están trabajando por la paz —nos incluimos— se sienten un poco responsables de lo que está sucediendo en el país. No es posible deslindarse de cada uno de esos actos que han afectado lo más profundo de la condición humana. Es verdad que muchos nos sentimos como Rodolfo Zavala Trujillo, padre de Santiago de Jesús, niño muerto en el incendio de la Guardería ABC: “Yo tengo la culpa por confiar; yo tengo la culpa por pagar mis impuestos; yo tengo la culpa por ir a votar. ¡Yo soy el responsable de la muerte de mi hijo!”.
Definitivamente hay muchas cosas que hemos dejado suceder y por eso ahora este futuro distópico nos ha alcanzado y amenaza con rebasarnos. Afortunadamente nunca es tarde y nos enorgullece darnos cuenta que hay varias iniciativas ciudadanas que van creciendo como el musguito en la piedra. Una de estas iniciativas es el Proyecto Bordamos por la Paz, que nace en el Distrito Federal en el seno del Colectivo Fuentes Rojas, que es replicado por un grupo de mujeres en Guadalajara para que de ahí se disemine por otras ciudades del país y del mundo cual semillas aladas.
Tanto en el Bronx, como en Puebla, Durham o Nuevo León el proyecto consiste en bordar los nombres y las circunstancias tanto de los asesinatos como de las desapariciones que han ocurrido en México en el contexto del combate al crimen organizado, conocido como “Guerra contra el narcotráfico”. Cada uno de los homicidios se borda con hilo rojo y las desapariciones en verde. Cabe mencionar que a últimas fechas en algunos lugares se están bordando feminicidios, crímenes de odio o bien fragmentos de poemas. La dinámica es sencilla, pero llena de implicaciones positivas, pues los colectivos suelen reunirse en espacios públicos a la vista de todo mundo, con lo que el acto de bordar trasciende el oficio y se convierte en un ejercicio pedagógico, para la reconstrucción de memoria histórica y sobre todo de dignidad. Para el escritor africano Wole Soyinka: “La dignidad es sencillamente otra cara de la libertad, y por ende, el anverso del poder y la dominación, ese eje de la relación humana que es también sostenido por el miedo”.
Desde Nuestra Aparente Rendición, espacio donde colaboramos, hemos intentado estar siempre del lado de la dignidad y del lado del Otro. Porque creemos, al igual que Emmanuel Levinas, que encontrarnos con el Otro es un acontecimiento fundamental, no importando que el Otro sea una víctima, un profesionista, un académico, un activista o un estudiante. Creemos que en el contexto en el que nos encontramos es necesario escuchar todas las voces posibles para intentar entender la situación mexicana. Nos negamos a que la violencia nos convierta en cosas, como solía afirmar Simone Weil.
Nos llena de gusto ir encontrando complicidades en las redacciones de los diarios, en las asociaciones y organizaciones, así como en la academia. Pero nos sorprende más cuando las encontramos en ciudadanos comunes y corrientes que donan parte de su tiempo para trabajar en abonar por la paz de manera desinteresada, pero con una empatía y un sentido de la responsabilidad admirables. Este es el caso de las y los tuiteros que se han dado a la tarea de difundir los datos de las miles de personas que han desaparecido como si hubieran sido tragadas por un hoyo negro, invisibles para todos, para la sociedad y para el gobierno.
Nos parece de vital importancia que se posicione la desaparición forzada o involuntaria como un tipo de violencia que tiene implicaciones funestas no sólo para los familiares y amigos que la sufren indirectamente, sino para la sociedad en general, debido al significado de la ausencia inexplicable como catástrofe social. Es esto lo que se está haciendo desde la cuenta @_LaAlameda, cuyo gestor tiene dos trabajos y aún así, por solidaridad —nos comentó— se metió a tuitear todos los días los casos de desaparición que van saliendo en la prensa, que comparten los colectivos de desaparecidos, o bien que anuncian las procuradurías.
Pero el gestor no sólo tuitea en 140 caracteres, también se ha tomado la molestia de crear un formato donde cabe la foto del desaparecido, el lugar de la desaparición y los datos de contacto de sus familiares. Algo sumamente sencillo que deberían hacer las diferentes procuradurías para gestionar las búsquedas, pero que no están haciendo.
Lo maravilloso de estos esfuerzos individuales es que inspiran réplicas y consiguen que se tejan redes de solidaridad y de empatía. Este es el caso de un equipo de personas que a través de la información de @_LaAlameda, y de la que diseminan los diferentes colectivos de familiares de desaparecidos, están creando un mapa para georreferenciar la incidencia de las desapariciones. Una vez más, el proyecto —que se puede visitar en desapariciones.crowdmap.com— es otro ejemplo de algo que los tres órdenes de gobierno deberían estar haciendo.
Si bien estos esfuerzos pueden palidecer ante la magnitud de la tragedia mexicana, representan un eslabón más en esta red de solidaridad que estamos tejiendo desde todos los puntos cardinales del país. Son también la muestra de que la empatía no ha sido “levantada” aún, porque el Otro está ahí y nos sigue importando. Para ponerlo en palabras de Joseph Conrad:
“Habla de la convicción sutil, pero invencible; de la solidaridad que une la soledad de innumerables corazones: a esa solidaridad en los sueños y en el placer, en la tristeza, en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el temor; que relaciona cada hombre con su prójimo y mancomuna toda la humanidad; los muertos con los vivos, con aquellos que aún han de nacer”.
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