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Por una nueva lactancia

por María Gourley (@GourleyMaria)

La práctica de la lactancia materna se ha ejercido de forma discordante en el transcurso de la historia y en diferentes civilizaciones. Actualmente se impulsa de forma global para la protección de los derechos de la infancia, pero no a partir de una visión integral


En la Antigua Grecia (1,200 a 146 a.C.) las leyes constreñían a las mujeres a amantar. De la misma forma, el Corán, libro religioso principal de la fe islámica escrito en el siglo VII de la era cristiana, indica que “las madres amamantarán a sus hijos durante dos años completos” –sura 02, aleya 233– y en la Roma Imperial la concepción de una “buena madre” tenía estrecha relación con la lactancia.

Diversas civilizaciones promovieron y aceptaron de manera natural el método de crianderas o nodrizas, lo que permitía a mujeres en situación acomodada optar por no realizar esta tarea e inclusive en la Francia del siglo XIII ya se experimentaba con preparados de leche animal para sustituir la leche materna.

Desde una perspectiva contemporánea, se ha considerado la incorporación de las mujeres al mercado laboral en países industrializados como la responsable de que las madres comenzaran a desligarse de la lactancia. Una reflexión exigua si no se analizan los muchos elementos que la maternidad adjunta. Por supuesto existe una incompatibilidad manifiesta entre el estilo de vida de la mujer postmoderna y el amamantamiento, pero no por desvinculación, sino por la carencia de sistemas que resguarden los derechos femeninos, la falta de participación masculina y la transmisión constante de información parcial y fragmentaria.

Hoy sabemos a ciencia cierta que la alimentación materna prolongada es el método recomendable para el óptimo desarrollo humano. La leche es un producto adaptado a las necesidades nutricionales de cada especie, provee mayores probabilidades de supervivencia a las/los recién nacidas/os, reduce problemas de salud y genera un vínculo afectivo.

Es por ello que tanto instituciones como organizaciones realizan importantes campañas de difusión para promoverla. En México específicamente se creó en 1996 el Comité Nacional de la Lactancia Materna, tutelado por la Secretaría de Salud.

Lamentable me resulta siempre que dichos esfuerzos no reparen muchas veces en factores sociales, culturales y económicos y que no vayan asociados a acciones que consideren elementos que involucran directamente a las madres como individuos autónomos e independientes de sus hijas/os y como mujeres mayoritariamente sin opciones viables para una maternidad protegida.

Esta sociedad tiende a definir el valor y la realización de nosotras las mujeres por medio de la maternidad –esta última relacionada al sacrificio y la abnegación, no a la satisfacción–, y la maternidad y sus implicancias no se conciben como una elección soberana y como uno de los muchos aspectos del universo femenino.

En el tema específico de la lactancia natural, esta creencia se manifiesta al destacarse los beneficios que esta tiene para la/ el recién nacida/o, desatendiéndose acciones concretas que la fomenten de manera práctica y en función de las necesidades de la mujer.

La lactancia materna debe concebirse como un derecho, tanto para la/el bebé como para la madre. Debe alentarse no solo a partir de la imposición y la obligatoriedad –situación que produce culpabilización en las mujeres que por cualquier razón no puedan llevarla a cabo–, sino por medio del establecimiento de estructuras precisas que protejan a madres, padres e hijas/os.

Resulta paradójico que la Organización Mundial de la Salud y la Unicef recomienden lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida y lactancia materna continuada durante dos años o más, que se utilicen estas recomendaciones en el país pero que la Ley Federal Mexicana del Trabajo en su artículo 170 establezca solo 84 días de licencia maternal obligatoria para sectores públicos y privados y que no exista fuero maternal (imposibilidad de despedir a la madre luego de la fecha de parto). También es chocante que se excluya a los progenitores del discurso y en el aspecto legal: la lactancia natural y exclusiva exitosa requiere de la participación del padre como sujeto activo e involucrado en dicha labor y los hombres mexicanos no reciben permiso con goce de sueldo luego de ser padres.

Tampoco se han realizado proyectos de formación temprana que presenten la lactancia como parte de un plan de educación; continuamos relacionándola con un acto tabú y perteneciente al perímetro de lo privado: solo en Estados Unidos 12,000 mujeres son detenidas anualmente por dar pecho en público, aunque este acto no se encuentre estipulado como ofensa ante la ley –Suzanne McNevin, web Citizens for Change–.

Asimismo, la incorporación de información pública y abierta alusiva a las diversas sensaciones físicas y emocionales que las mujeres experimentan al lactar ha sido prácticamente inexistente. La figura de la madre plácida amamantando no es siempre una realidad y es por ello que, pese a las recomendaciones y concibiendo a la mujer como un sujeto participante y no como un objeto nutricio, la lactancia debiera esbozarse como una situación ideal y no como un deber forzoso. Al amamantar, el cuerpo de la mujer produce oxcitocina y prolactina, ambas hormonas relacionadas generalmente con estados anímicos positivos. Pero no todas las mujeres experimentan satisfacción, de hecho, altos niveles deoxcitocina pueden producir estrés y cambios emocionales tales como depresión e irritabilidad. La lactancia puede resultar también físicamente dolorosa para la mujer y conlleva un desgaste físico importante. No existen actualmente espacios de reflexión e intercambio fuera del área sanitaria (que priorizará al neonato por sobre la madre) donde madres y padres puedan acudir en caso de tener dudas e inquietudes.

Sería muy deseable que el constructo teórico del discurso pro lactancia circunscribiera a la mujer en el mismo nivel de importancia que la/el recién nacida/o, para la protección de los derechos de ambas/os y estuviese orientado al cuidado, la conciencia y la inclusión, como aspecto importante de un cambio cultural que asuma las complejidades que la maternidad en general representa, enfrentando sus problemáticas específicas y en función de la instauración de una perspectiva integradora.  

María Gourley
Artista multidisciplinaria chilena-canadiense, activista, docente y promotora cultural, miembro de la Canadian Alliance of Dance Artists, con estudios superiores en música popular, danza, lenguas y gestión, receptora de beca por excelencia académica otorgada por el Gobierno de Canadá. Se ha desempeñado en coordinación y producción en diferentes países, realizando labores de gestión, coordinación y docencia. En 2008 fue propuesta como “Mujer del año” por la comunidad latinoamericana residente en Vancouver, por su aporte a las artes y a la cultura. @GourleyMaria
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