Saúl Arellano

El presidente dobló la apuesta

En su discurso de toma de posesión, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó lo siguiente: “Estoy preparado para no fallarle a mi pueblo… Ese es mi compromiso, no tengo derecho a fallar”. Tal sentencia es lapidaria para un mandatario, porque nadie es infalible; y más aún, entre los privilegios que se tienen cuando se manda, está precisamente el de corregir responsablemente cuando se cometen errores; empero, eso tiene como precondición la capacidad de autocrítica y saber reconocer cuando una, o varias decisiones, son o han sido erróneas.


Frente a las emergencias sanitaria y económica, el presidente de la República ha asumido una posición que se sintetiza en la frase de “ni un paso atrás”. Todos los días lo reitera: “no voy a volver a las medidas y decisiones del pasado”; y lo que nos ofrece, sin embargo, tiene todos los tintes y características de las medidas neoliberales que tanto detesta: austeridad en la administración pública, adelgazamiento del Estado, reducción del gasto público y renuncia a una reforma hacendaria y fiscal.

El presidente ha confirmado, una y otra vez, que sus proyectos de infraestructura se mantienen; que sus programas sociales siguen; y que las medidas “emergentes” alcanzarán para contener los efectos de una crisis que, en su visión de la realidad, es pasajera, y respecto de la cual habremos de recuperarnos porque los recursos, tanto materiales como financieros de que dispone, son suficientes para enfrentar el tsunami, cuyas gigantescas olas ya tenemos enfrente.

La discusión pública se ubica en varias coordenadas, que el presidente insiste en reducir a dos bandos: liberales y conservadores; pero en esa polarización, omite e invisibiliza las propuestas que, de manera genuinamente preocupada, han surgido desde otros espacios, tal como es la propuesta del Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM, y del que forman parte personajes como el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, Rolando Cordera y Mario Luis Fuentes.

No hay, lamentablemente, forma de demostrar desde ya que el presidente se equivoca en las medidas que está proponiendo; empero, en el muy corto plazo habremos de saber si la visión del Ejecutivo Federal fue o no la acertada. Aquí lo relevante es que ha habido numerosas voces que han alertado de los riesgos de mantener el rumbo que se ha fijado desde Palacio Nacional, y no habrá nada que, si las cosas llegan a fallar, justifique la cerrazón a escuchar voces más allá de su círculo cercano.

De manera peligrosa, pareciera que el Ejecutivo Federal es más socrático de lo que muchos alcanzan a percibir. Sócrates, y luego Platón, asumieron la absurda triada consistente en la ecuación “bondad=verdad=belleza”. En ese sentido, el presidente nos ha dicho, también reiteradamente, que en tanto que sus propósitos se sustentan en una visión bondadosa del mundo, entonces le asiste la verdad; y, en consecuencia, su propuesta de gobierno llega a ser incluso bella.

Tal afirmación, sin embargo, constituye una auténtica extravagancia; más aún si se plantea como supuesto sobre el que se diseña una propuesta político-ideológica, que luego se traduce en acciones y programas de gobierno.

No deja de sorprender la firmeza con la que el presidente plantea sus afirmaciones; y, de hecho, es esa posición la que redobla la confianza y apoyo en sus más fieles seguidores; y también la que enciende y enardece aún más a sus más extremos detractores.

Ha iniciado la “Fase 3” de la contingencia sanitaria; entramos en ella con más incertidumbre y preguntas que con certezas, de lo que va a ocurrir en las siguientes cuatro semanas, y lo que habrá de venir luego de la fase más crítica y dolorosa, en la que, ya se ha dicho, habrá miles de personas que perderán la vida.

El presidente fue quien lo dijo: no tiene derecho de fallar. Si lo hace, y de verdad se desea que no sea así, el costo será inmenso. Será el pueblo, pero sobre todo la historia -que tanto anhela lo inscriba en sus líneas más relevantes-, quienes construyan el último juicio sobre su actuación.

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Saúl Arellano

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